Esta es una forma de leer dentro de uno mismo. De escuchar atentamente a una parte insospechada de nuestra memoria. Un acto que, como tal, pertenece a los dominios de la inteligencia [intus legere]. Digamos, para empezar, que no solo recuerdo a un amigo, sino que también lo que me contó. Y que ese recuerdo, por su lejanía en el tiempo, implica quizá que deba leer, recordar entre líneas [inter legere]. ¿Pero se me puede exigir, a la vez, sensibilidad para recordar con justeza y rigor científico para recordar bien? Repitámoslo, una vez más: recuerdo lo que me contó un amigo. En lo que a mí respecta, no he acuñado nada nuevo. Como mucho, un recuerdo [souvenir] que esté acuñado con la moneda [sou] de lo por llegar [venir]. En todo caso, tendremos que decir que fue Mauriac, bendito sea, quien, en sus propias memorias, lo pronosticó: «Escribir es recordar, pero leer también es recordar»[1]MAURIAC, François. 1969. Memorias interiores. Nuevas memorias interiores. Barcelona: Plaza & Janés, p. 109. He aquí, pues, el recuerdo, la memoria acuñada con la moneda del regreso: una persona muy querida, hace ya algún tiempo, me contó que, después de cosechar su tierra, solía sentarse a leer un libro, hasta que caía la tarde y era hora de regresar, de dirigirse a casa.
Así, según sus palabras, cosechaba dos veces. Era uno de los últimos campesinos en el sentido clásico: el que se niega a abandonar el campo, mientras los colores del ocaso lo transforman todo. De los caminos que le rodean extrae nuevos olores, sabores y colores, con los que espera embriagarse mientras lee una última línea. Es extraño que este recuerdo mío esté, sin otra cosa, tan habitado por el silencio de la lectura. Porque uno lee siempre en silencio y éste es, quizá, el mismo silencio que se escucha al entrar en el campo. El silencio de la Creación, de un infinito nuevo, siempre cambiante, como el de los libros. Es cierto: después de ese primer momento, hay que enfrentarse al inmenso estruendo de un campo vivo. Pero primero cosechar, recolectar dos veces. Sea como fuere, en ese momento, no presté, tal vez, la suficiente atención, a esas palabras. Y es ahora cuando, por esos extraños recreos de la memoria, lo recuerdo bien y con nitidez. Así cosecho dos veces…
Leer significa recolectar. Es hora de recoger, entonces, lo que se espiga en mi propio recuerdo. Coger, recoger, reunir: todas ellas acepciones del verbo legere. Leo, cosecho…, la palabra resuena, al filo de la orilla, del otro lado, con su lengua afilada. La etimología no traiciona la solución, sino que la desvela para nosotros: leer, legere, recoger. Leo… recojo. ¿Y por qué no, del mismo modo, podamos decir que leer es un poco como encuadernar? Yo leo, cosecho, encuaderno. La definición en nuestro idioma es clara: juntar, unir, coser. Leer significa también encuadernar, y el lector deviene un encuadernador. Tal vez fuese esto lo que Kierkegaard tenía en mente cuando escribió el prefacio de uno de sus escritos más bellos, Etapas en el camino de la vida. Bajo el título en latín de lectori benevolo, un encuadernador cuenta cómo encontró un pequeño fardo de papeles que podrían haber sido escritos por varios autores, cómo los encuadernó en una carpeta de papel de colores y luego, antes de publicarlos, los leyó él mismo en las largas tardes de invierno, cuando no tenía nada más que hacer y se los hizo leer en voz alta a sus hijos para que practicaran caligrafía[2]KIERKEGAARD, Sören. 2023. Etapas en el camino de la vida. Madrid: Trotta, pp. 21-22.
Este encuadernador llamado Hilario –vamos a decir, si se permite el juego de palabras, el que hila alegre-, especie de anticipación de los lectores venideros que somos, encuaderna y lee por adelantado lo que cada uno de nosotros va a empezar a leer y encuadernar a su vez. En el otro extremo del volumen, en cambio, la persona que vuelve a dirigirse al lector, bajo el título Unas palabras finales, no tiene nombre. Después de las diversas voces ficticias que se suceden a lo largo de la obra (esos seudónimos a los que Kierkegaard era tan aficionado), sólo queda un yo anónimo para hablar: «Querido lector: Pero ¿a quién me dirijo? Puede que no haya nadie ahí. […] Que al principio el lector benévolo tirara de las riendas para frenar a su corcel pensando que yo iba al paso, pero al ver que yo no avanzaba, el caballo (del lector) o, si queremos decirlo así, el jinete se impacientó, y yo me quedé atrás: alguien que no sabe cabalgar o que es un principiante del que todos se alejan»[3]Ibíd., p. 441.
El que habla aquí consigo mismo se ha quedado rezagado por un lector al que, en cambio, el encuadernador del principio aventajaba. Y mientras uno –el encuadernador- era una figura de anticipación, el otro –el narrador que habla último y solo, el último en hablar– encarna la demora como espaciamiento. Recuerdo que mi amigo se quedaba, hasta tarde, leyendo en el campo, demoraba su regreso. Toda teoría de la lectura debe tener en cuenta, pienso, estos dos movimientos opuestos. Pero, tal como entendió Barthes la pertinencia desde la que interrogar a la lectura y su propuesta de desarrollar, poco a poco, una semiología que fuese también un análisis de la lectura, que llamó anagnosología[4]BARTHES, Roland. 1994. El susurro de la lengua. Buenos Aires: Paidós, p. 40,aun cuando la tradición ha privilegiado el recuerdo sobre la dislocación, tendremos que recoger, compilar, cosechar, que es algo así como hacer memoria para contar, quizá, que hemos leído, que recordamos la lectura de otro. Tal vez de otra lectura. Así que esta lectura de otra lectura «anuncia sólo su propio movimiento, que puede dar lugar al juego de un descifrar o de una interpretación, pero al que a su vez él mismo sigue siendo extraño»[5]BLANCHOT, Maurice. 2003. Tiempo después, precedido por La eterna reiteración. Madrid: Arena Libros, p. 73.
Por aquí tendremos que empezar, ahora ya sin más dilación. Y lo haremos ofreciendo la traducción propia de un texto breve, no muy conocido, escrito por un pensador alemán y que lleva por título Was heißt Lesen?: «¿Qué significa leer? Lo que sustenta y guía en el leer es la recolección. ¿Pero hacia dónde se dirige? Siempre hacia lo que está escrito, a lo dicho en la palabra escrita. El leer propio es la recolección de aquello que, sin nuestro conocimiento, ya ha reclamado nuestra esencia, tanto si queremos nosotros corresponder a ello como si nos negamos a hacerlo. Sin el leer propio, tampoco somos capaces de ver lo que vemos ni de ver lo que se muestra y aparece»[6]HEIDEGGER, Martin. 1983. Aus der Erfahrung des Denkens (GA 13). Frankfurt am Main: Vittorio Klostermann, p. 111 [Was heißt Lesen? Das Tragende und Leitende im Lesen ist die Sammlung. Worauf sammelt sie? Auf das Geschriebene, auf das in der Schrift Gesagte. Das eigentliche Lesen ist die Sammlung auf das, was ohne unser Wissen einst schon unser Wesen in den Anspruch genommen hat, mögen wir dabei ihm entsprechen oder versagen. Ohne das eigentliche Lesen vermögen wir auch nicht das uns Anblickende zu sehen und das Erscheinende und Scheinende zu schauen.].
Este texto, escrito por Martin Heidegger en 1954, destila la esencia de todos los discursos sobre la lectura que ven en el acto de leer un mandato[7]Que yo sepa, solo existe en castellano otra lectura, a la vez distinta y análoga de la mía propia, del breve texto de Heidegger, pero sin duda extraordinaria, y que merece la pena consignar aquí:
GOURHAND, Vanesa. 2021. «¿Qué quiere decir leer? Interpretaciones en torno a légein, legen y lesen en camino a la pregunta por el decir del Habla en la obra de Martin Heidegger», en Differenz. Revista Internacional de Estudios Heideggerianos y sus derivas contemporáneas (7), pp. 65–79. Leer, dice, es Sammlung, una palabra cuyos valores semánticos oscilan entre colección, variedad, recogida, colecta o concentración. Si forzamos nosotros un poco la cuestión, como hace el propio Heidegger al traducir, por ejemplo, a los presocráticos, casi podríamos convertir Sammlung, en este contexto, en encuadernación; pensando, de nuevo, en el texto de Kierkegaard. Sobre todo si tenemos en cuenta que, en 1954, cuando se publicaron por primera vez, en la revista de educación Welt der Schule, se imprimieron reproduciendo, en facsímil, la letra del propio Heidegger. Es como si, a través de la encuadernación de su letra, Heidegger encuadernara de antemano el volumen que sus frases presentan y portan envolviéndolo.
Pero, ¿qué dice Heidegger a quienes se disponen a abrir la revista para leer y enlazar las contribuciones que recoge? La lectura, profesa, es este movimiento de recolección, en vista de lo que habla a través del texto. Y lo que surge de este modo, lo que se puede escuchar de la palabra escrita, tiene ciertamente la apariencia de un imperativo, puesto que se nos convoca a responder a ello. Es incluso un imperativo que ya nos ha requerido (ha reclamado ya nuestra esencia) aunque aún no sepamos nada de él (sin nuestro conocimiento). Algo ya nos ha llamado a leer, dice Heidegger, aunque no oigamos la llamada todavía, aunque no respondamos a ella todavía y aunque nuestra lectura no sea propia. Aquí, en un léxico ciertamente inesperado, podríamos reconocer muchos lugares comunes sobre la lectura como ejercicio de recogimiento, como atención aplicada a captar lo que dice el texto. Pero no nos adelantemos y prestemos atención a la singular construcción de este párrafo. Llama la atención el carácter impersonal de las cuatro primeras frases. Se habla de lectura –o mejor aún, del leer (pues se trata de un infinitivo sustantivado)- más que del lector, como si se tratara ante todo del lee que un personaje de Si en una noche de invierno un viajero hacía consonar con llueve: «no decir yo pienso, sino piensa, como se dice llueve»[8]CALVINO, Italo. 2013. Se una notte d’inverno un viaggiatore. Milano: Mondadori, p. 175. Si la tercera persona permite expresar, como escribe Calvino, la objetividad del pensamiento, añadamos, cambiemos, troquemos lo cosechado: no decir «yo leo», sino «lee», como se dice «llueve».
Sólo en la quinta frase, cuyo sujeto principal es de nuevo el verbo sustantivado, hace su aparición tardía, y casi a regañadientes, un nosotros, primero en forma de adjetivo posesivo (nuestro, nuestra), luego en forma de pronombre real (nosotros, nos). El nosotros que llega a esta escena de lectura, hasta ahora extrañamente despoblada –puede que todavía no se hubiese invitado a esos visitantes, en noche de invierno, al heracliteano fuego de la cocina- parece llegar tarde, como si la lectura, imantada por la reunión que la arrastra, hubiera precedido, adelantado a este nosotros que se ha quedado rezagado, en demora, como una cáscara vacía. O tal vez deberíamos decir que algo de este nosotros (su esencia o Wesen, escribe Heidegger) ya ha sido arrebatado, arrastrado por el movimiento de la lectura, de modo que el nosotros que lee queda rezagado. Sea como fuere, nosotros estamos, como ese tú omitido y tácito con el que comienza el libro de Calvino (estás a punto de leer[9]Ibíd., p. 3), suspendidos en un entre en el que nosotros ya estamos inclinados a leer lo que nosotros aún no estamos leyendo. En este sentido, la recolección de la que habla Heidegger y que asigna como guía de lectura sería también la búsqueda de la coincidencia del nosotros que lee consigo mismo.
En ¿Qué significa pensar? [Was heißt Denken?], cuyo título –además de su publicación en el mismo año- nos recuerda, entre líneas, el texto que tenemos entre las manos, Heidegger recuerda que, al igual que el griego λέγειν o el latín legere, el verbo alemán que se utiliza para leer, esto es, lesen, significa también cosechar o reunir: «recolectamos las letras. Sin esta recolección, es decir, sin leer en el sentido de vendimiar, de cosechar espigas y uvas, nunca seríamos capaces de leer una sola palabra, por rigurosa que sea nuestra observación de los caracteres»[10]HEIDEGGER, Martin. 2002. Was heißt Denken? (GA 8). Frankfurt am Main: Vittorio Klostermann, pp. 211-212.
Sin embargo, no debemos apresurarnos en deducir que esta lectura recolectada tiene necesariamente la lentitud continua de una concentración creciente hacia la palabra escrita. Sin poder hacer justicia aquí a la manera heideggeriana de leer, como lo atestiguan en particular sus largas meditaciones sobre los poemas de Hölderlin, Trakl o Rilke, podemos al menos retener para nuestros propósitos lo que reivindica explícitamente una de sus lecturas, a saber, la que dedica al antedicho Trakl en una conferencia titulada Die Sprache im Gedicht (El habla en el poema), publicada un año antes de Was heißt Lesen? Así, en el mismo momento en que insiste en el lugar [Ort] en torno al cual la palabra poética [das dichtende Sagen] se reúne [versammelt][11]HEIDEGGER, Martin. 1985. Unterwegs zur Sprache (GA 12). Frankfurt am Main: Vittorio Klostermann, p. 33, Heidegger declara que dirigirá nuestra atención hacia ella casi por un salto, es decir, mediante una especie de sacudida ocular, que él llama Blicksprung[12]Ibíd., p. 35.
Existe una velocidad en el recogimiento hacia el lugar donde lo que dice el poema se reúne como en su punta de lanza. Nadie puede decir, por lo tanto, si se trata de un encogimiento o de una sacudida repentina, una protrusión, una brecha. Tal sacudida implica situarnos, en suma, al lado de un pliegue del texto sobre sí mismo para inscribir un movimiento acumulativo. Lo que se prescribe es una lectura que atesora, que recolecta, que suma lo que lee a medida que lo lee. Es una lectura que liga mientras lee, que reúne lo que lee en un discurso (λóγος), según esa propiedad aglutinante propia de la lectura que Heidegger hace. Se puede decir, se debe decir, que tal lectura es logocéntrica, por supuesto. Profesar, como hace Heidegger, una lectura recogida, al tiempo que la estría con sacudidas (¿he dicho profesar? ¿Y por qué no profetizar?), significa, a su manera, intervenir, conducirse, ir en dirección a o mostrar la dirección a. Leer significa recoger lo cosechado para, más tarde, dirigirse a, hacia.
También Blanchot apunta, aunque de forma distinta, hacia un tipo de lectura pura que llama al lector. Es un imperativo singular, pues, mezclado con una suerte de Gelassenheit. Leer hace que el libro, digámosle obra, se convierta «en obra más allá del hombre que la ha producido, de la experiencia que en ella se expresó, y aun de todos los recursos artísticos con los que la tradición ha contribuido. Lo propio de la lectura, su singularidad, […] hace que la obra se convierta en obra»[13]BLANCHOT, Maurice. 1969. El espacio literario. Buenos Aires: Paidós, pp. 181-182. Leer, nos insta Blanchot, es decir que Sí. Y yo pienso en el texto de Heidegger, una vez más, por lo que tengo que remarcar algunas partes: «El leer propio es la recolección de aquello que, sin nuestro conocimiento, ya ha reclamado nuestra esencia, tanto si queremos nosotros corresponder a ello como si nos negamos a hacerlo. Sin el leer propio, tampoco somos capaces de ver lo que vemos ni de ver lo que se muestra y aparece».
Es decir Sí, como lo hace Molly en Ulysses, el Sí último y primordial. Sí a lo que se reclama de nosotros. Sí al leer propio, que es lo mismo que optar por el Con, para poder ver lo que vemos, lo que se muestra y aparece. Sí y Con son aquí, y siempre aquí, semejantes. El Sí supone ir en dirección al espacio abierto por el propio Sí, permite que se afirme la decisión aplastante de ir en dirección a casa. Decir Sí al Sí que es. Como tal, ese Leer blanchotiano es un imperativo, pero también una Wegmarke que señala lo que sigue, sobre las palabras y las páginas por venir: el camino hacia casa.
Decir Sí, para Blanchot, tal como yo lo entiendo, es decir Con, para Heidegger, con/sentir el leer propio para la venida de la lectura. Leer propiamente es un decir Sí del lector a la lectura que es, incluso antes de leer, esto o aquello, estas palabras o estas frases. Y por eso, en este avance sobre sí misma, en este Sí al Sí que es, la lectura se deja llevar inmediatamente por un movimiento que la proyecta más allá del texto. Ir más allá, como sugieren estas notables líneas de Blanchot, que cito y gloso: «En la lectura, al menos en el punto de partida de la lectura, hay algo vertiginoso […] que, como la inspiración, es un salto, un salto infinito: quiero leer aquello que, sin embargo, no está escrito»[14]Ibíd., p. 183. ¿Cómo no pensar en el Blicksprung heideggeriano que mencionábamos antes?
El verbo leer está esta vez en cursiva. Insiste en desprenderse tipográficamente del texto, como si persistiera en su movimiento incluso cuando su objeto, la palabra escrita, se escabulle. Leer lo que no está escrito. Lo que impulsa a la lectura, por paradójico que parezca, es también ir más allá de la palabra escrita. No alejándose radicalmente de ella, sino abriéndose camino a través de lo escrito y por delante de él: hablando del verdadero libro como objeto de una verdadera lectura. El libro, «cuando es leído aún no ha sido leído nunca, sólo alcanza su presencia de obra en el espacio abierto por esa lectura única que cada vez es la primera, que cada vez es la única»[15]Ibíd., p. 182.
Es como si, contrariamente a lo que el sentido común nos haría creer, la escritura que leemos se constituyera como obra en la estela o secuela de su lectura, habiéndola precedido ésta en consecuencia. Probablemente deberíamos decir, entonces, que la lectura es a la vez esta anticipación de sí que la proyecta por delante del texto y, al mismo tiempo, este retraso de sí que, tras su propio engendramiento, la convierte en una relectura desde el principio. Se trata siempre, como escribe Heidegger en un comentario a un poema de Mörike, de «aprender otra vez a leer en general. Pero ¿qué es leer sino reunir [versammeln] en la colecta [Sammmlung] lo no-dicho en lo dicho [das Ungesprochene im Gesprochenen]?»[16]HEIDEGGER, Aus der Erfahrung…, Op. Cit., pp. 107-108. O en Amo: volo ut sis, un poema propio: «Enviada a la lejanía / de instantes sin explorar, / un secreto alberga la palabra; / incierta, / nos exhorta, / consiente / en estirar la oración […] / llamando al hogar, / mientras nuestros pasos suben […] / para que una ley de la esencia / sea el mandamiento de su lectura. […] / Leer: recolectar [sammeln], congregarse [versammeln] en lo recogido [sammelnd]»[17]HEIDEGGER, Martin. 2007. Gedachtes (GA 81). Frankfurt am Main: Vittorio Klostermann, p. 109.
En el corazón mismo de todo esto, encontramos el camino. Esa es la profecía y el mandato: leer es recolectar, congregarse en lo recogido. La palabra de Heidegger es profética porque también profesa. Vamos a espigar todo esto un poco más. La recolección, la concentración en lo que se dice en la palabra escrita está inscrita o prescrita por el texto –por cualquier texto, sin duda- en la medida en que configura de antemano el acto de leerlo. Heidegger, pienso, es no solo –o no todo- el guía de la recolección, sino también el representante del texto en el texto: ocupando el lugar de lo que le precede, es como un delegado o un representante del texto que se envía a sí mismo hacia adelante, en dirección a casa –como mi amigo, ese al que recuerdo-, para construirse a sí mismo a través de representaciones acumulativas, a través de mandatos.
Esto habrá que explicarlo mejor. Quiero decir que, una vez que el texto heideggeriano se ha replegado sobre sí mismo, gracias a la recapitulación acumulativa, proclama y anticipa lo que va a suceder a continuación: en ese «el leer propio es la recolección de aquello que, sin nuestro conocimiento, ya ha reclamado nuestra esencia» encuentro una profecía que, como tal, lo que vendrá a inscribir en el texto, en filigrana o entre líneas, será otro tipo de lectura. Hay aquí una portavocía, un auspicio que predice lo por venir, que vaticina. Esta palabra profética será no la del que habla en lugar de, sino la del que afirma más temprano. No la del que presta su voz para hablar en lugar de otro, sino la que dice anticipadamente lo que aún no es. Al tratar así los signos, es evidente que el texto de Heidegger comienza a hablar alegóricamente del lector. Y al releer el pasaje una vez más, nos damos cuenta de que es nuestra propia lectura la que está en juego. Quien escribe –digámosle enseguida el primer lector– en efecto, presta su voz y habla por otro, es decir, por el texto del que es portavoz. Pero al hacerlo, no cesa de anticiparse, de precipitarse hacia lo que aún no ha podido leer, hacia lo que aún no ha sido escrito. Todo nos llama, nos convoca a casa. Tanto es así que se encuentra orgánicamente distraído, arrancado de la linealidad textual, para encontrarse frente a palabras sueltas que nada, ningún λóγος, reúne o recolecta en una garantía absoluta de sentido. Está, como el Trauerspiel benjaminiano, destinado a la lectura[18]BENJAMIN, Walter. 2006. «El origen del Trauerspiel alemán», en Obras I (vol. 1). Madrid: Abada, p. 250. Pero no al valor, sino a su posibilidad. Es algo que se dirige a la lectura, que se dedica a ella.
Igual que, en Salvo el nombre, Derrida prelee, prevé, prescribe la conclusión del peregrino querúbico de Silesius: «Amigo, ¡ya basta! Si quieres leer más, / ve y conviértete tú mismo en la escritura y la esencia»[19]SILESIUS, Ángelus. 2005. El peregrino querúbico. Madrid: Siruela, p. 265. Una vez citados estos dos versos, Derrida continúa: «Se pide, se recomienda, se exhorta, se prescribe al amigo […] trasladarse, por la lectura, más allá de la lectura: más allá, al menos, de la legibilidad de lo legible actual, más allá de la firma final, y para ello, escribir»[20]DERRIDA, Jacques. 2011. Salvo el nombre. Buenos Aires: Amorrortu, p. 24. Más allá de la lectura, en la hipérbole de la arquitectura textual, cuando nos transportamos, nos dirigimos hacia lo que pone en movimiento la lectura, habría, dice Derrida en suma, refrendando el texto de otro, escritura.
Sin apuntar a nada fuera del texto, por lo que nos estamos preguntando, releyendo a Heidegger con Benjamin y con Derrida, es la inscripción de un más allá de la lectura que se anuncia. Es decir, como la imposible posibilidad de leer lo que nunca –todavía- ha sido escrito, según la célebre cita que Benjamin hace de Hofmannsthal[21]BENJAMIN, Walter. 2010. «Sobre la facultad mimética», en Obras II (vol. 1). Madrid: Abada, p. 216. En otras palabras, estamos preguntando en la dirección de una lectura que, en el texto, precedería absolutamente al texto mismo. Porque la palabra que prevé, en este caso la de Heidegger, en la medida en que se precipita por delante de toda escritura, anterior a toda escritura, deviene apertura y engendramiento, sedimento o comienzo de la lectura; punto donde el lector se deja llevar, se arrastra, se precipita por delante de sí mismo, en pos de sí mismo. Donde intenta asirse propiamente, vinculándose a sí mismo en la promesa o profecía de sí mismo: leyéndose a sí mismo. Digamos, aventurémonos a decir, retomando a Heidegger, que esta profecía es quizá lo que abre toda lectura. No en un afuera. No, hay que decirlo de nuevo. En un fuera del texto que no existe[22]DERRIDA, Jacques. 1986. De la gramatología. México: Siglo XXI, p. 207 sino en el texto que no cesa de ser leído, en lo que lo lleva hacia adelante a partir de él como hacia adelante a partir de sí mismo.
Insistamos: leer es cosechar, dirigirse a… y todas esas palabras de la palabra venidera resuenan, al filo de la orilla, del otro lado. Yo recuerdo, entonces, en un acto en el que reina el imperativo de ese mismo recuerdo. Recuerdo y, mientras mi memoria gana en densidad, esta lectura se despierta y, entre líneas, parece ganar proporcionalmente en intensidad, en atención, hasta volcarse en un imperativo en el que todo se anticipa. Recuerdo, he dicho al principio, a un amigo lector, que por dos veces –así me lo explicó entonces, benévolo, casi en voz baja y entre líneas– recolectaba.
Título: Experiencias del pensar (1910-1976) |
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Referencias
↑1 | MAURIAC, François. 1969. Memorias interiores. Nuevas memorias interiores. Barcelona: Plaza & Janés, p. 109 |
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↑2 | KIERKEGAARD, Sören. 2023. Etapas en el camino de la vida. Madrid: Trotta, pp. 21-22 |
↑3 | Ibíd., p. 441 |
↑4 | BARTHES, Roland. 1994. El susurro de la lengua. Buenos Aires: Paidós, p. 40 |
↑5 | BLANCHOT, Maurice. 2003. Tiempo después, precedido por La eterna reiteración. Madrid: Arena Libros, p. 73 |
↑6 | HEIDEGGER, Martin. 1983. Aus der Erfahrung des Denkens (GA 13). Frankfurt am Main: Vittorio Klostermann, p. 111 [Was heißt Lesen? Das Tragende und Leitende im Lesen ist die Sammlung. Worauf sammelt sie? Auf das Geschriebene, auf das in der Schrift Gesagte. Das eigentliche Lesen ist die Sammlung auf das, was ohne unser Wissen einst schon unser Wesen in den Anspruch genommen hat, mögen wir dabei ihm entsprechen oder versagen. Ohne das eigentliche Lesen vermögen wir auch nicht das uns Anblickende zu sehen und das Erscheinende und Scheinende zu schauen.] |
↑7 | Que yo sepa, solo existe en castellano otra lectura, a la vez distinta y análoga de la mía propia, del breve texto de Heidegger, pero sin duda extraordinaria, y que merece la pena consignar aquí:
GOURHAND, Vanesa. 2021. «¿Qué quiere decir leer? Interpretaciones en torno a légein, legen y lesen en camino a la pregunta por el decir del Habla en la obra de Martin Heidegger», en Differenz. Revista Internacional de Estudios Heideggerianos y sus derivas contemporáneas (7), pp. 65–79 |
↑8 | CALVINO, Italo. 2013. Se una notte d’inverno un viaggiatore. Milano: Mondadori, p. 175 |
↑9 | Ibíd., p. 3 |
↑10 | HEIDEGGER, Martin. 2002. Was heißt Denken? (GA 8). Frankfurt am Main: Vittorio Klostermann, pp. 211-212 |
↑11 | HEIDEGGER, Martin. 1985. Unterwegs zur Sprache (GA 12). Frankfurt am Main: Vittorio Klostermann, p. 33 |
↑12 | Ibíd., p. 35 |
↑13 | BLANCHOT, Maurice. 1969. El espacio literario. Buenos Aires: Paidós, pp. 181-182 |
↑14 | Ibíd., p. 183 |
↑15 | Ibíd., p. 182 |
↑16 | HEIDEGGER, Aus der Erfahrung…, Op. Cit., pp. 107-108 |
↑17 | HEIDEGGER, Martin. 2007. Gedachtes (GA 81). Frankfurt am Main: Vittorio Klostermann, p. 109 |
↑18 | BENJAMIN, Walter. 2006. «El origen del Trauerspiel alemán», en Obras I (vol. 1). Madrid: Abada, p. 250 |
↑19 | SILESIUS, Ángelus. 2005. El peregrino querúbico. Madrid: Siruela, p. 265 |
↑20 | DERRIDA, Jacques. 2011. Salvo el nombre. Buenos Aires: Amorrortu, p. 24 |
↑21 | BENJAMIN, Walter. 2010. «Sobre la facultad mimética», en Obras II (vol. 1). Madrid: Abada, p. 216 |
↑22 | DERRIDA, Jacques. 1986. De la gramatología. México: Siglo XXI, p. 207 |