Bruce es el nombre del escualo protagonista de JAWS, un rudimentario artefacto mecánico de más de 6 metros de largo y 900 kg de peso. Solamente las cabezas pesaban 190 kilos y las mandíbulas eran del tamaño de un pequeño humano.
Spielberg lo nombró de esa manera en honor a su abogado, Bruce Ramer, y el elenco y el equipo se refirieron al tiburón mecánico como «Bruce» durante todo el rodaje.
Bruce se averiaba constantemente (el agua salada y Bruce no se llevaban bien) y gracias a esas averías _y al gran trabajo de Vera Fields en el montaje_ el Tiburón no se pudo mostrar en pantalla hasta bien avanzado el metraje, y el recurso que parecía desesperado funcionó aumentando el suspense. En palabras del propio Steven:
«Empecé a hacer una película de Hitchcock en lugar de una película de Godzilla»
Estos grandes “engendros” mecánicos se desecharon al acabar el rodaje, pero uno de ellos logró sobrevivir durante años en los estudios de la Universal como terrorífico atrezzo para deleite de los turistas. Al cabo de los años también se mandó al desguace, pero como si de una mala secuela se tratase volvió a aparecer en el año 2010 en una chatarrería de Los Ángeles.
La intrahistoria del hallazgo de esta reliquia no tiene desperdicio.
Sam Alden, el dueño del desguace donde se encontró a Bruce, confesaba:
“Mi padre trabajó construyendo vehículos para el parque temático durante dos décadas, y un buen día encontró la gigantesca pieza tirada en uno de los parkings del estudio. Evidentemente Bruce no podía terminar sus días de una manera tan triste”
Pero ¿Quién de nosotros no ha ido alguna a la vez a la playa y ha creído ver a lo lejos la aleta de un escualo?
La primera vez que vi “Tiburón” nunca antes había estado en el mar, tendría unos 10 años. Salí del cine tan impresionado y asustado que incluso hoy en día siempre que pongo un pie en la playa lo primero que me viene a la cabeza es la inquietante partitura que John Williams compuso y que a Spielberg le pareció un chiste la primera vez que escuchó.
Tiburón se estrenó en una década prodigiosa para el cine, una década en la que entrábamos en la sala oscura, nos acomodábamos y abríamos los ojos…
Ese ritual parece que se acaba, últimamente solo se llenan las salas donde proyectan las películas con protagonistas que vuelan y las de animación infantil.
Entre ir al cine solo a divertirse e ir al cine a “algo más” existe un término medio en el que deberíamos entrar todos. La quimera de un cine diferente pareció una vez posible; eran los 70 y toda una generación de cineastas entraba con fuerza en Hollywood para cambiarlo todo.
Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Brian De Palma, Michael Cimino y un poco posteriores Steven Spielberg y George Lucas serían sus máximos exponentes. Empezaron a trabajar en Hollywood en una etapa extraña, una época en la que los estudios apoyaron a estos directores sin ningún tipo de recorte en su creatividad, en muchos casos les otorgaban el final-cut (algo pocas veces visto hasta entonces) y grandes presupuestos para llevar a cabo sus películas. Esta especie de experimento se acabó con los primeros fracasos económicos de estos directores, condenando al ostracismo a los que no supieron adaptarse como filmmakers
Pero realmente el principio del fin fue “TIBURÓN” (“Jaws”, Mandíbulas en el título original).
La peli fue el primer taquillazo veraniego y cambió el modelo del negocio para siempre. Fue la primera película que superó los 100 millones de dólares de recaudación. Sólo en su primer fin de semana en EEUU, casi recuperó la inversión inicial.
Parecía que iba a ser un gran fracaso, de los 55 días iniciales de rodaje previsto se paso a 159 y solo la escena final del enfrentamiento a muerte con el tiburón, tardó en filmarse dos meses y medio.
Tras un pase increíblemente bueno con público en Dallas en marzo de 1975, Universal decidió saturar las televisiones con anuncios e invirtió 700.000 dólares. Acertó con la expectación; a mediados de julio ya estaba en mil pantallas y superó los 470 millones de dólares de taquilla, en su momento, un récord. Desde ese momento, Hollywood abandonó la Navidad como época de grandes lanzamientos, multiplicó su inversión publicitaria televisiva e incrementó su apetito por las tajadas económicas rápidas: y cuanto más rápidas, mejor. Se olvidó del público adulto, que había dejado de ir a los cines, y se centró en los adolescentes, que seguían fieles a las salas. Star Wars no hizo más que confirmar el cambio, convirtiendo el material de serie-B, entonces en manos de productores como Roger Corman (que acabaron así desapareciendo), en la esencia de los guiones y de las grandes producciones de las majors.
De la noche a la mañana los estudios dieron la espalda a toda esta gran generación de cineastas, confiando en proyectos menos arriesgados realizados por artesanos fáciles de manejar y con menos pretensiones, evitando en lo posible los riesgos de un fracaso de taquilla.
Una sola película lo cambió todo y antes de rodarla Spielberg no creía en ella:
“Yo no sabía quién era. Quería hacer una película que dejara una impronta, pero no en las taquillas, sino en la conciencia del público. Quería ser Antonioni, Bob Rafaelson, Hal Ashby, Marty Scorsese. Quería ser cualquiera menos yo.
¿Quién quiere ser famoso por haber dirigido una de tiburones y otra de camiones?”
Al final sucedió lo de siempre “…todo tiene que cambiar para que todo siga igual…” decía Lampedusa.
Ésto demuestra de manera casi irrefutable que mi atávico miedo al mar tiene fundamento.