Había una vez un lápiz y una hoja virgen abierta a cualquier pensamiento.
Había una vez un hombre taciturno. Había hebras grises colgando de su abrigo, había desgarros en su alma. Un sombrero abollado, un bastón, un ceño fruncido, un rostro frágil, recuerdos tristes, botellas vacías, un corazón hueco, sueños desesperados.
Había una vez una mujer alegre. Había flores coloridas en sus vestidos, había risas a su alrededor. Un gato feliz, una sombrilla, una piel lozana, unos huesos grandes, anécdotas bonitas, cestas de frutas, una boca sonriente, ilusiones contagiosas.
Había un cóctel vital alegre y taciturno, de hebras coloridas y flores grises, de risas desgarradas, de almas alrededor, de sombrero feliz, de gato abollado, de bastón bonito y sombrilla triste, de ceño lozano y piel fruncida, de rostro grande y huesos frágiles, de botellas de recuerdos de frutas y cestas de anécdotas vacías, de corazón sonriente, de boca hueca, de ilusiones desesperadas y sueños contagiosos.
Había inicios interesantes. Había nudos extraños. Había enlaces y desenlaces. Y un fin infinito. Había una vez una historia sin historia. Había palabras, pero no frases. Había sustantivos y adjetivos, pero un solo verbo.
Había mentes de imaginación poderosa que no necesitaban más.
Me ha chiflado tu puzle de la literatura, que es el puzle de la vida, en realidad. No hay belleza sin unos ojos ansiosos que sepan verla. Un reto difícil escrito con un solo verbo, y entretejido con mucho arte, Eva. Una delicia. Saludos.
Muchísimas gracias Alberto. Es estimulante para mí tu comentario. A veces experimentar es una labor solitaria de resultados inciertos. Un abrazo.