El hada debió de entrar por la ventana. No paraba de revolotear por encima del periódico para que le hiciera caso. Siguiendo el protocolo, intenté evitar cualquier contacto con ella. Como estaba poniéndome nervioso, cogí un cigarrillo. Inmediatamente el dragón que dormitaba en el sofá me ofreció fuego. Le di las gracias y me fui a dar una ducha. “¿Quieres bañarte conmigo?”, me dijo una sirena que chapoteaba en la bañera. A punto estuve de claudicar, pero supe mantener la calma y conté hasta diez, como me había indicado el doctor. Sin levantar la vista de sus pechos, me excusé y salí del baño. Estaba preparándome la cena para mantenerme ocupado y, al abrir una botella, un genio me concedió tres deseos. Los rechacé, alegando que todo era producto de mi imaginación, me tomé las pastillas y salí a dar una vuelta. Cuando regresé, me sentí más solo que nunca.