«Antes de cerrar la bolsa de la basura, te aseguras de no haberte olvidado nada. Deslizas los dedos sobre el mantel de cuadros blancos y grises del comedor sin encontrar las migas de sus ofensas. Los azulejos de la cocina relucen después de frotar la humillación y enjuagar sus amenazas. Tampoco quedan señales de portazos en el pasillo, ni una lágrima en tu almohada. Abatida, contemplas los añicos en que se convirtió el marco con la fotografía de tu boda y comprendes que tenías que haber limpiado toda esa porquería mucho antes de que él te abandonara.
Sales de casa arrastrando los pies por el camino de grava y depositas lentamente la bolsa dentro del contenedor. Con un suspiro que no es de alivio, porque sigue esa presión en tu pecho, regresas sobre tus pasos al zaguán.
Y dejas la puerta entreabierta. Por si decide volver.
Por si acaso».