Descubrimos el verdadero poder de las palabras cuando encontramos que han sido utilizadas de manera sencilla y asequible, sin cultismos ni alardes, pero albergando y transmitiendo a la vez una idea, un sentimiento o una realidad de manera tan profunda y completa que quedamos impactados al mostrarnos algo que, tal vez, no nos será desconocido, pero que nunca habíamos visto reflejado con tanta precisión, belleza y elegancia. Palabras que tocan directamente la conciencia y la esencia de uno e iluminan el entendimiento con la luz necesaria para definir las siluetas de aquello que sólo intuíamos o conocíamos instintivamente. Eso ahora tiene forma y dimensiones y las palabras que nos han concedido tal claridad serán para la eternidad. Esa misma eternidad a la que pertenece la poesía de T. S. Eliot. En ese estilo suyo que combina cultura del pasado y del presente utilizando un lenguaje cercano y que se apoya en imágenes nítidas hay siempre un pensamiento filosófico. Armoniza elementos mundanos con estructuras clásicas creando una poesía llena de mensajes metafísicos llenos de humildad. Pues hablamos de alguien que estudió filosofía en Harvard y que posteriormente desempeñó diversos empleos para ganar su sustento. Su arte era su pasión y en él se transluce su vida, una que para nada era la de un artista con pretensiones. Y podría seguir haciendo alabanzas, pero vamos a ver a que me refiero.
Y es que la poesía de Eliot encontramos varios cantos que hacen referencia a algunos de los males que sufre la sociedad moderna como masa. Y uno de esos cantos, tal vez mi preferido, es Los hombres huecos, que empieza así: Somos los hombres huecos
somos los hombres rellenos
apoyados uno en otro
la mollera llena de paja. ¡Ay!
Individuos sin personalidad, sin inquietudes propias ni pensamiento crítico que actúan y «razonan» los unos como los otros, apoyándose en la mayoría a la que es más fácil pertenecer practicando un consumo homogéneo de los mismos productos sin sustancia. Así conforman una
Figura sin forma, sombra sin color,
Fuerza paralizada, gesto sin movimiento
Dos versos estos que describen a las masas de manera similar a la de Baudrillard cuando las llama «esa realidad opaca y translúcida a la vez» que «no tienen historia que escribir, ni pasada ni futura, no tienen energías virtuales que liberar, ni deseo que cumplir: su potencia es actual, está aquí intacta, y es la de su silencio.» Un conglomerado de energías anuladas y sin verdaderos propósitos que se unen para una causa sin efecto. O como en otro fragmento del poema:
Entre el deseo
y el espasmo
entre la potencia
y la existencia
entre la esencia
y el descenso
cae la Sombra
Pero ¿cómo terminan todas esas almas renunciando a su esencia individual y siendo absorbidas por «ese referente esponjoso»? Pues debido al sufrimiento que produce abandonar la inocencia y empezar a formar parte de la sociedad de forma consciente. Ese pesar que Eliot expresa en Animula, uno de los poemas de Ariel.
La pesada carga del alma creciente
me desconcierta y me molesta más cada día;
semana tras semana, me molesta y desconcierta más
con los imperativos de «es y parece»
y debe y no debe, deseo y dominio.
Ese malestar nos tienta a entrar, como diría otro gran poeta, «dócilmente en esa buena noche» que la masa nos ofrece, dejando morir así la penosa individualidad que nos aflige. Porque al desvanecerse la magia de la despreocupada infancia nos descubrimos libres de tomar nuestras propias decisiones; de ser nosotros mismos. Más que como una libertad, se nos presenta como un imperativo. Pero ¿qué decisiones hemos de tomar? No lo sabemos, pero creemos qué puede ser lo mejor. Lo creemos, pero tampoco lo sabemos y las consecuencias de las decisiones tomadas nos frustran y nos hacen dudar de nosotros mismos. La individualidad se hace ardua y entonces encontramos refugio en el apoyo moral de la mayoría. Lo que haga ésta ha de estar bien, pues en ella se disuelve la responsabilidad que pudiera conllevar cualquier actitud al ser adoptada en conjunto. Y también desaparece la soledad que se siente al tener que elegir por uno mismo. Se acaba entrando dócilmente cuando
Sale de la mano del tiempo, el alma sencilla
indecisa y egoísta, malograda, tullida,
incapaz de seguir adelante o retirarse,
temiendo la cálida realidad, lo bueno ofrecido,
negando el importunar de la sangre
Existe un paralelismo entre los versos de Animula con estas palabras de Ortega y Gasset en La rebelión de las masas:
Librada a sí misma, cada vida se queda en sí misma, vacía, sin tener qué hacer. Y como ha de llenarse con algo, se finge frívolamente a sí misma, se dedica a falsa ocupaciones, que nada íntimo, sincero, impone. Hoy es una cosa; mañana, otra, opuesta a la primera. Está perdida en su egoísmo. El egoísmo es laberíntico. […] La meta no es mi caminar, no es mi vida…
Terminamos encajando en un mecanismo colectivo. Pero ese dejarnos llevar por las corrientes existentes, esa renuncia a ser auténticos y construir una senda propia, tampoco nos conduce a una felicidad real. Asumimos inconscientemente una conducta que no es la nuestra; no tiene que ver con quienes somos, con nuestra identidad. Y con el tiempo acabamos sufriendo una nueva angustia existencial. Una que, según José Carlos Ruiz, es consecuencia de conducirse por «fórmulas universales configuradas al margen de nuestra realidad» para conformar nuestra identidad. La «estandarización de nuestra personalidad» genera un vacío en nuestro interior, una oscuridad que nos engulle y asfixia en el silencio de la soledad. Todas esas fórmulas y «consignas prefabricadas» que seguimos son insuficientes y no somos capaces de identificar el problema. A ese respecto, Eliot nos dejó estos versos de Coros de «La piedra»:
El ciclo interminable de idea y acción,
invención inacabable, experimento sin fin,
trae conocimiento del movimiento, pero no del silencio;
conocimiento de las palabras, e ignorancia de la Palabra.
Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,
pero la cercanía a la muerte no nos acerca a DIOS.
¿Dónde está la Vida que hemos perdido viviendo?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en información?
Y en algunos poemas de Eliot encontramos la visión budista del camino medio de Nagarjuna, la cual conocía el poeta por sus estudios. La vía no está en la búsqueda de la identidad ni en encontrar la felicidad. No podemos pretender eliminar o contrarrestar aquello que podamos considerar un problema; ni el ascetismo ni el placer son la receta. La clave está en el equilibrio que se alcanza a través de la aceptación y el respeto. Reconocer humildemente nuestra existencia como parte de todo y nada y dando a cada cosa y momento la importancia que realmente merece. En Burnt Norton, el primero de los Cuatro cuartetos, Eliot dice:
En el punto fijo del mundo giratorio. Ni carnal ni sin carne;
ni desde ni hacia; en el punto fijo, allí está la danza,
pero ni detención ni movimiento. Y no lo llaméis fijeza,
donde se reúnen pasado y futuro. Ni movimiento desde ni hacia,
ni subida ni bajada. Excepto por el punto, el punto fijo,
no habría danza, y sólo está la danza.
Sólo puedo decir, ahí hemos estado; pero no puedo decir dónde.
Y no puedo decir cuánto tiempo, pues eso es situarlo en el tiempo.
Porque los apegos y la importancia de las cosas dependen del momento. Y el momento es y no es; su duración es tan fugaz que, desde la perspectiva del todo, apenas se puede considerar. En East Coker, el siguiente de los Cuatro cuartetos, se encuentran estos versos que reflejan mejor esa fugacidad de cualquier realidad:
El conocimiento impone una estructura, y falsifica,
pues la estructura es nueva en cada momento
y cada momento es una nueva y chocante
valoración de todo lo que hemos sido. Sólo nos desengañamos
de lo que, engañando, ya no podría hacer daño.
Cuando somos conscientes de esto se nos puede volver complicado encontrar sentido a cosas que antes tenían uno muy claro. Puede afectar incluso a nuestra manera de relacionarnos con nuestro entorno y con aquellos que lo integran. Se produce un cambio que para el que lo experimenta es sosegado y progresivo, mientras que desde fuera se suele apreciar como un giro radical. Es por esto que conviene seguir también un camino intermedio en esa transición; con paciencia y dándose un tiempo y un espacio, pero sin necesidad de abandonar lo que realmente se valora. No es cuestión de limitar el contacto con nuestro entorno, sino de encontrar la paz en el mismo. Y nos vamos ahora a Miércoles de ceniza:
Porque estas alas ya no son alas para volar
sino simples aspas para batir el aire
el aire que ahora está completamente tenue y seco
más tenue y más seco que la voluntad
enséñanos a que nos importe y a que no nos importe
enséñanos a estar sentados tranquilos.
Porque no se puede disfrutar de la vida sin paz. Porque no nos concedemos tiempo para meditar. Porque nuestra existencia es sólo un transitar. Y eso es lo mejor que podemos hacer: transitar en vez de dejarnos llevar. Y hacerlo con humildad. Por lo que termino mi argumento sobre el pensamiento filosófico de Eliot con estos versos suyos:
La única sabiduría que podemos esperar adquirir
es la sabiduría de la humildad: la humildad es interminable.
Título: Poesías reunidas |
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