A las generaciones más jóvenes les tiene que parecer muy raro imaginar cómo era eso de escuchar en la radio solo lo que se estaba retransmitiendo en directo. Formará parte de nuestras batallitas de abuelas contar que antes sintonizábamos la radio y escuchábamos sin seleccionar el contenido.
Al igual que todo lo que aparece para quedarse, nos falta distancia para comprender qué ha significado la explosión del formato podcast. Escribir desde la proximidad del fenómeno tal vez haga que estas líneas estén desfasadas en unos años. Pero desde el ahora desde el que escribo, me gustaría explorar algunas ideas sobre el significado del fenómeno. Aviso para navegantes: escribo desde la vivencia encarnada de haber aprendido sobre feminismo escuchando podcasts feministas, muy especialmente: Hacia el sur en el Atlántico y Sangre Fucsia. También desde el privilegio de ser una mujer blanca con formación superior y sin personas a las que cuidar. Estas reflexiones están ubicadas desde esos privilegios (y tantos otros) y no pretendo establecer ninguna verdad. Solo compartir algunas reflexiones que, espero, sirvan para seguir dándole vueltas a este tema.
A primera vista podríamos aventurarnos a afirmar que el boom del podcast actúa un poco como termómetro de la buena salud de la que gozan los feminismos y la cultura autogestionada. En un momento en que la palabra feminismo resuena más y más, una gran cantidad de mujeres e identidades disidentes se planta frente a un micro y divulgan desde diferentes proyectos y perspectivas. Sería imposible realizar una descripción exacta de qué es lo que une a todas estas iniciativas. Qué las configura o caracteriza. Pero, si realizásemos una radiografía, puede que, a contraluz, viésemos un esqueleto en común: cultura feminista y herstory (término feminista que procede del juego de palabras entre history “historia” y his story “relato de él”, así herstory sería literalmente “el relato de ella”).
Indudablemente los podcasts feministas están generando un legado invisible a los ojos, pero presente en la memoria, presente en la red, al que poder acceder sin enfrentarse al texto, rompiendo con ello la barrera que supone la escritura. Por otro lado, los requisitos técnicos cada vez son menores, tal vez necesitemos solo un móvil y unos cascos. Y estos últimos tampoco son tan necesarios. Así que el gasto es mínimo si lo comparamos con otros formatos comunicativos. Aunque, como todo, también depende de lo exigentes que queramos ponernos con el sonido, pero indudablemente nunca fue tan fácil crear contenido y distribuirlo.
Respecto a esto último, las redes sociales han sido sin duda otra pieza angular de este éxito ya que actúan como plataformas de difusión. Allá por 2012, cuando formaba parte de la Red Feministas de la Región de Murcia, gran parte de nuestros talleres iban destinados a acercar las redes sociales a las más mayores, pero igualmente a las más jóvenes. Y sí, por esa época no todo el mundo usaba tanto las redes sociales. Nos separa tiempo y tiempo acelerado de esos talleres. Puede que precisamente radique en este tiempo acelerado parte de su éxito. Un formato amable con la vida rápida, escuchamos y seguimos en movimiento. Los podcasts no nos paran, no nos sientan en un salón de actos a ilustrarnos, más bien nos acompañan limpiando el salón, haciendo la compra. La radio es el medio feminista por excelencia, lo ilustra especialmente bien Sangre Fucsia en su manifiesto de exaltación de la radio feminista.
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Pero más allá del formato y el manejo en redes, es interesante detenernos en el potencial transformador que albergan. Me gusta imaginarme los podcast feministas como bicicletas. Colándose en los atascos, favoreciendo la movilidad, haciendo que las distintas luchas que atraviesan a los feminismos se cuelen en cocinas, autobuses y casas. En salas de espera, que susurren al oído mientras alguien cuida a una persona mayor, a una persona pequeña. Una caricia sonora prolongada en el tiempo, siempre disponible para abrazarnos. Voces feministas como bálsamo para nuestras heridas. Esas heridas que a veces nadie ha nombrado hasta que te topas con ese programa que te resuena, que pasas a tus amigas, que te cambia el día. Podcast como archiva [*] de cualquier evento feminista para documentar y para las que no están, para las que vendrán después. Podcast para documentar la genealogía feminista que nos rodea y que no siempre ponemos en valor. La voz de las nuestras como patrimonio colectivo. De ahí que me guste imaginarme a los podcasts feministas como bicicletas, surcando la ciudad, equilibristas evitando el atasco de la información patriarcal, su canon androcéntrico y el relato monolítico. Cada podcast feminista abre una grieta del patriarcado.
Nos permiten, además, salir de la acción de sencillamente oír para cuestionar también durante la escucha. ¿Quién dice qué? ¿Quién puede decirlo? ¿Qué historias contamos? ¿Qué valor poseen las vivencias personales que nos atraviesan sino las compartimos? ¿Qué ganamos compartiéndolas? Los feminismos son un continuo aprendizaje, un caminar que, compartido, adquiere más sentido. Básicamente, porque hila una narrativa que nos puede acompañar. Las palabras curan cuando nos ayudan a ver el mundo con otros ojos, cuando aprendemos que no hay luchas únicas.
Un buen ejemplo de ello son los colectivos silenciados hasta hace bien poco en el discurso más oficialista y que han utilizado el formato podcast para contar sus luchas y hablar por sí mismos. Desde sus vivencias, sin necesidad de que nadie hable por ellas. Tomar el micro como un acto de afirmación, de creación de narrativas propias. Logrando relatos más horizontales y más diversos, revisitando a Audre Lorde; la casa de la radio feminista es la casa de todas y todes.
Los podcasts feministas también han conseguido generar porosidad entre la teoría y la práctica. Los feminismos necesitan de reflexión y conceptos para operar. Muchas veces nuestras madres y abuelas ya tenían ideas que eran feministas pero carecían de esas palabras que ordenaban el mundo de forma justa y que nombraban la desigualdad. Aproximar ideas que tal vez en otro formato no son tan accesibles desde una teoría feminista, que demasiadas veces se escribe pensando meramente en un público especializado. La labor que desarrollan muchos podcasts feministas es la de lanzar ideas al espacio público desde un lugar que es refugio. Los micros a veces nos protegen de poner el cuerpo y desgastarnos en conflictos. Se me ocurre que otra pieza fundamental de este puzle sonoro es también la fragmentación. La belleza de lo pequeño y cercano.
Pero también tengo algunas dudas, la primera de ellas es por qué de repente hay tanto interés en torno a este formato. Primero, me gustaría diferenciar los podcast autogestionados de los podcast mainstream. Los primeros son los que realmente mantienen independencia y no han mercantilizado sus programas. Con eso no quiero decir que los podcasts mainstream sean menos válidos, solo que su proyecto es otro, aunque esté atravesado por una perspectiva feminista. No por el contenido sino por la forma. Hacer radio autogestionada, pirata, comunitaria no es solo un hacer, es un proceso que toca a las personas que realizan el proyecto. Los podcasts mainstream poseen la gran ventaja de poder acceder a un público mayor y, por ello, tener impacto en la opinión pública, pero sin duda están muy alejados de la vivencia encarnada de la radio comunitaria y libre. Son un producto comercial. Lo cual, insisto, no les hace mejores ni peores, pero es importante tenerlo en cuenta. No se trata aquí de ponernos puristas, pero sí de entender qué discursos feministas son los que proceden de estas iniciativas y qué poder de transgresión poseen. A veces, nos guste o no, el único poder que encarnan es el de consumo, aunque sea el cultural, con unas coordenadas sociales y urbanas muy concretas, lo cual se termina traduciendo en clasismo de toda la vida.
El tema técnico es, por otro lado, algo sobre lo que no solemos reflexionar tanto, ya que fácilmente puede pasar por trabajo invisible. Pero supone una constante lucha que seamos nosotras las que asumamos los aspectos técnicos de la producción, algo que no siempre ocurre así en proyectos que no son autogestionados.
Y, finalmente, me queda la duda de si el formato podcast favorece la difusión o solamente la atomización de cada oyente con su historia elegida. ¿Estaremos escogiendo qué banda sonora queremos escuchar? ¿O nos están regalando herramientas con las que hacer del mundo un lugar más amplio? ¿Nos invitan a consumir o a hacer? ¿Nos acercan o nos ensimisman? ¿Nos mueven o nos paralizan?
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Me pregunto si el formato podcast quedará desfasado en unos años o si ha llegado para quedarse; pero me gustaría imaginar que, independientemente de lo que ocurra, no se nos pasará por alto documentar estas iniciativas, mapearlas, poner en valor la labor desinteresada que recoge genealogía feminista con diferentes acentos y luchas. Los podcasts feministas están configurando una galaxia propia que ha evidenciado que la cultura feminista posee una riqueza y fuerza sin precedentes.
Los podcasts feministas son trincheras de dos ruedas, ligeras y bio-lentas. Los micros y las ondas también son nuestras.
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[*] Término acuñador por Gelen Jeleton en su tesis: una archiva del DIY.