La viuda salió a fumar un cigarro mientras esperaba el resultado. Como suponía, el informe del forense fue concluyente: «el corazón del octogenario Sebastian Soto había sufrido una combustión espontánea y se había convertido en ceniza». Con esas mismas palabras lo explicó horas después el facultativo a los allegados mientras Rosita Cortázar, espejito en mano, se retocaba los labios con un carmín rojo pasión que contrastaba con el luto de sus zapatos de aguja o el de las medias de rejilla que perfilaban sus interminables muslos de infarto. Mañana sería el entierro, pasado la apertura del testamento y el jueves, ya con la herencia en mano, volvería a darse una vuelta por alguno de esos maravillosos lugares de asueto de la tercera edad llamados el Hogar del Jubilado.
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