Desde pequeña le gustaba enroscarse, encogerse y refugiarse en los brazos de sus padres o sus abuelos, en aquellos que encontraba refugio. También se tumbaba y se encogía para reposar su cabeza en las piernas de esas personas que le deseaban lo mejor, como bien le decía su abuela: ven aquí ovillito.
Todo ello venía de sentirse pequeña, no por el tamaño si no por la visibilidad o el miedo a la incomprensión del resto de los mortales. Así desde la infancia, la adolescencia e incluso ya en la vida adulta. Ahora a falta de ser escuchada, solo cuando tuviera algo importante que decir, había decidido subirse a la rama y mirar, observar para poder evaluar lo que la vida podría depararle, eso sí enroscada buscando el confort del calor propio y de los recuerdos que daban cabida a su tranquilidad.