A mi abuela Amparo
Mi abuela siempre dijo que tenía un pedregal en las manos. Aun así, desgranaba guisantes con rapidez sorprendente. Y sus dedos artríticos, nudosos como ramas de olivo, guardaban el secreto de las mejores torrijas de pan viejo. Y caricias para el pelo cuando nos amodorrábamos frente a las llamas de la chimenea. Y un catálogo infinito con todas las formas de la ternura.
Hoy me han diagnosticado nódulos de Bouchard, esos engrosamientos dolorosos entre las falanges. Y me he acordado de mi abuela. Ella nunca tuvo nódulos de nadie, sino un pedregal en las manos.
Al salir del ambulatorio, hacía frío. Así que me he vuelto a casa a empezar el tratamiento. Mis nietos ya están llamando a la puerta. En el comedor les esperan una fuente de torrijas y un fuego espléndido en la chimenea que devora todas las recetas.
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