
Portada del disco New slang – The Shins
El día que Toni me violó fue un día como otro cualquiera. No pasó nada que me permitiera prever lo que acabaría ocurriendo. Yo estaba enferma. Había pasado el día entero en la cama, presa de un gripazo que había pescado unos días antes, durante el fin de semana, cuando alargamos la noche hasta el amanecer ignorando unas temperaturas bajo cero que osé desafiar con una mini falda negra y unas medias de rayas timburtonianas.
Era demasiado joven y había demasiados garitos poniendo música demasiado buena que en mi ciudad de origen era imposible escuchar de marcha. Exprimir cada minuto, empaparme en cada canción, bailar sin pensar, darme el lote con mi novio en los rincones oscuros con olor a cerveza y meados de nuestros tugurios favoritos era una necesidad para mí. Llegar a casa de día con el rímel corrido y sentarme en la acera a comerme un kebab que más tarde acabaría vomitando. Otra noche memorable.
Debía haber regresado a mi casa el domingo en el autobús nocturno, pero los treinta y ocho grados con siete que marcaba el termómetro y mis articulaciones de mantequilla me impidieron asistir a mi cita en la estación, de modo que el bus marchó sin mí y yo me quedé en casa de Toni tiritando bajo un montón de viejas mantas que pesaban mucho más de lo que abrigaban. Un par de días después tuve la fuerza suficiente para recorrer el pasillo helado que me separaba del salón, donde Toni fumaba sin parar con el portátil en el regazo, y derrumbarme en el destartalado sofá, trofeo de contenedor, que su compi de piso y él habían cubierto con un mandala gigante en tonos verdes para ocultar un sinfín de manchas y agujeros. Al menos allí hacía calor, gracias a una estufa de butano que, a cambio, enrarecía el ambiente aún más de lo que ya lo hacían la falta de ventilación, los cuerpos hormonados y el tabaco.
Pasado un rato, pude asomar la cabeza fuera de mi caparazón de mantas pestilentes. Me había tomado un gramo de paracetamol y algo de energía estaba regresando a mis maltrechos huesos. Conseguí incorporarme e iniciar un amago de conversación.
—¿Qué haces, Toni?
—Ey, ¿estás despierta? ¿Cómo te encuentras?
—Como una mierda… pero bueno, algo mejor que ayer. ¿Qué haces?
—Nada, aquí viendo vídeos y descargando música. The Shins han sacado nuevo disco.
Toni y la música. El uno era impensable sin la otra. Pasaba horas investigando en aquellos primeros años de la world wide web. Buscando discos piratas en el eMule. Leyendo revistas de indie y brit pop. Sabía todo lo que había que saber al respecto, conocía todas las bandas. Y pinchaba en un par de garitos algún que otro sábado al mes. La novia del DJ. La novia del DJ sonaba muy bien.
El nuevo disco de los Shins acababa de terminar de descargarse y Toni lo puso a todo trapo para ver qué tal. Sonaron los primeros acordes y James Mercer empezó a cantar son su voz melodiosa. Gold teeth and a curse for this town.
Entonces, Toni dejó el portátil sobre la mesita de centro y se levantó de su sillón. Empezó a bailar dando pequeños saltitos y se acercó a mí. Ya se sabía el single, de modo que cantaba haciendo playback —no sabía afinar— y me hacía gestos seductores con las manos, sonriendo como un bobo. Me eché a reír. Cómo me gustaban esos ojos negros, sus labios carnosos. Se sentó a mi lado en el sofá y apartó las mantas para abrazarme.
Cuando sus labios rozaron los míos, el intenso olor a tabaco que impregnaba su boca, su pelo, tapó todo lo demás. Tapó el olor a gas de la catalítica, el tufillo rancio de las mantas, la leve pestilencia de la comida del día de ayer que empezaba a pudrirse en los platos sucios abandonados sobre la mesa del comedor. Su beso sabor Camel fue ganando fuerza y su lengua, erecta, quiso abrirse paso con insistencia dentro de mi boca, mientras su mano derecha intentaba bajarme el pantalón del pijama con torpeza. Un pulgar y anular amarillentos buscaban adentrarse en mi entrepierna con desesperación. La náusea llegó sin avisar y tuve que quitármelo de encima, temiendo lo peor. Mi estómago se revolvía y luché por contenerme.
—¡Joder, tía! Venga ya, no me jodas. Menuda cortarrollos.
Los Shins seguían sonando de fondo. Tan dulces. Por eso me gustaron siempre tanto. Porque son unos ñoños.
—Jo, nene, lo siento. Es que me encuentro fatal —omití lo de las ganas de vomitar, temiendo que pudiera pensar que era por él—. Creo que me está subiendo la fiebre.
—¡Si te acabas de empastillar!
—Ya, ¿y qué? Es que me ha dado fuerte.
—A mí me parece una excusa barata.
—¿Una excusa de qué?
Ahora estaba sentada en el suelo, junto al sofá, donde me había dejado caer por si no conseguía llegar al baño.
—¿De qué va a ser? No paras de rechazarme, ¿es que no quieres hacerlo conmigo?
—¿Pero qué dices? Que no es eso, que estoy mala, ¿no lo ves?
—Yo solo sé que desde el viernes que llegaste no me has dejado que te toque. Y estamos a martes.
Hizo una mueca de fastidio y se encendió otro piti. No me miraba.
—No digas eso, peque, sabes que no es así. Es que me encuentro muy mal.
Le puse la mano sobre el muslo, buscando sus ojos con los míos. Al final, él hizo contacto visual y su mirada pareció empañarse.
—Va, venga, vamos a hacerlo —susurró.
Lo pensé un momento. Estaba incomodísima, las ganas de vomitar no se habían marchado del todo. Me ardía la frente y me dolían las lumbares, las piernas, articulaciones que no sabía ni que tenía. El paracetamol parecía haberse quedado en nada. Y, para rematar, ahí tirada en el suelo había empezado a tiritar de frío.
—Peque, que no, de verdad que no puedo. Mañana si estoy mejor…
Toni frunció el ceño y no dijo nada. Tenía la mirada perdida en un póster de la diana mod. Se incorporó, apoyando los codos sobre las rodillas. Sin decir nada, dio un par de caladas profundas de su piti y exhaló haciendo pequeños aros de humo. Yo buscaba su mirada, inquieta, tocándole la pierna. Al final, se adelantó para dejar el cigarro en un cenicero sobre la mesita de centro y se me echó encima.
—¡A la mierda! Estoy harto de que me rechaces. Eres mi novia y no te puedes negar —mientras protestaba entre dientes, se bajó los pantalones y me tumbó contra el suelo. Yo intenté resistirme y le repetía que no, que no quería, que no podía, que no por favor, pero él me sujetaba los brazos con fuerza y me bajó el pantalón del pijama bruscamente—. ¡Estate quieta, joder! ¡Que no, no! ¡Que sí! ¡Que sí, coño!
Cuando quise darme cuenta, estaba dentro de mí. Yo estaba muy seca y me hacía daño, pero él no estaba dispuesto a parar por mucho que yo protestara, así que al final dejé de resistirme y recé por que terminase pronto. Oía sus jadeos muy cerca del oído. Resoplando. Sus embestidas me fueron arrastrando por el suelo como si fuera una larva hasta que mi cabeza quedó a la altura de la mesa del comedor. Había un chicle rosa pegado debajo, ¿cuánto tiempo llevaría ahí?
Por fin, terminó. Al menos tuvo el detalle de correrse fuera. Una vez saciado, Toni se levantó y le dio una última calada a la chusta del piti que había dejado encendido en el cenicero antes de abalanzarse sobre mí. Este se había ido consumiendo, marcando el paso de los minutos como un maloliente reloj de arena. No me miró, no dijo nada. Volvió a sentarse en su sillón, con su portátil. Me di cuenta entonces de que los Shins seguían sonando. Turn me back into the pet I was when we met. I was happier then with no mindset. Nunca habían dejado de sonar.
A mi malestar general se sumaba ahora un escozor intenso en los genitales. El vientre me dolía mucho. El corazón también. ¿A qué hora saldría el próximo bus a Madrid? Eran las cuatro de la tarde y tenía una maleta por hacer, una caja de paracetamol de un gramo y muchas, muchas ganas de llorar.