Tiene ganas de mudarse con su familia a un lugar más tranquilo. En invierno, esas ventanas que nunca aíslan lo suficiente, abren de par en par las minúsculas habitaciones dejando entrar un viento glacial. Hace tanto frío que se podría conservar un muñeco de nieve en el comedor, aunque moriría asfixiado en verano. Las tuberías húmedas que atraviesan las paredes enfrían el cuerpo e inundan la casa con su olor a rancio. No es lugar para un niño de cinco años, en ningún otro sitio sufriría tantas incomodidades. Esta es la media verdad que explica al vecino mientras recoge del buzón un mazo de papeles con facturas y notificaciones del juzgado. Al salir, observa la calle como quien se asoma a su nuevo hogar.