Echo de menos tener tiempo para no pensar en nada. Aunque, siendo sinceros, echo de menos tener tiempo.
Echo de menos levantarme con sensación de descanso por las mañanas. Tomar chocolate, en lugar de café.
Echo de menos sonreír. Sonreír contigo. Nuestras conversaciones de madrugada. Tus rayadas, mis dudas. A nosotros.
Echo de menos pararme a ver el tiempo. El tic-tac del minutero en las horas, moviéndose despacio desde el sofá. Echo de menos verte dormir y despertarte sobresaltado para volver a caer.
Echo de menos las risas, en la mesa grande del pueblo. A la gente bebiendo y pasándose los platos. El olor a quemado del papel albal en las brasas. El crujir de las maderas en el fuego. Y las sudaderas prestadas entre cartas en el frío de la noche.
Echo de menos las voces y los gritos entre familiares y vecinos. Los encuentros entre castaños y las conversaciones de huertos.
Echo de menos la inocencia y la costumbre. La falta de conciencia. La ausencia de los años. Os echo de menos a vosotros. Echo de menos la vida. El no saber lo que es echar de menos. El nunca más poder estar allí.