«Detesto profundamente que escriban sobre mí. […] Es más, pienso que un editor tiene que ser anónimo. Debe quitarse importancia, o que se sepa que la rehúye, porque son los escritores los que tienen importancia en su vida».
Este era el principio por el que se regía un hombre modesto y humilde que, sin embargo, fue el responsable de la literatura que definió el siglo XX y del éxito de la llamada generación perdida. Descubridor de genios como F. Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway o Thomas Wolfe.
A. Scott Berg descubrió a Max Perkins investigando sobre F. Scott Fitzgerald. Leyendo las cartas que ambos intercambiaron descubrió que Perkins no fue solo su editor, sino quien lo descubrió y desarrolló su talento. Consciente de que la historia que realmente merecía ser contada y conocida era la del hombre que cambió el curso de la literatura estadounidense del siglo XX, escribió la historia de Maxwell Evarts Perkins (1884 – 1947). El editor de libros.
El genio detrás de Hemingway, Fitzgerald y Wolfe
Trabajó por un periodo breve de tiempo como periodista para el Times antes de entrar al departamento de publicidad de la editorial Hijos de Charles Scribner, en la que trabajó hasta su muerte llegando ser editor jefe. Una venerable editorial que presumía de conservar entre sus filas a autores de la talla de Henry James, y que Perkins supo actualizar proponiendo para su catálogo a escritores nuevos. Influyendo así un cambio en el curso de la literatura estadounidense. Fitzgerald, Hemingway, Thomas Wolfe, Marjorie Kinnan Rawlings (El despertar), Alan Paton (Llanto por la tierra amada), J.P. Marquand, Marguerite Young, Ring Lardener, o James Jones (De aquí a la eternidad) fueron algunas de las plumas con las que trabajó.
Cuando se dice que Perkins ayudó a sus escritores a desarrollar su talento, es que él fue el primer editor en ofrecer una participación creativa. Su vocación de artista no le permitía ver su profesión como algo mecánico que se limitaba a la revisión. De hecho, de su cabeza surgieron algunos de los grandes títulos de la literatura. Ayudaba a los autores sugiriendo cambios y mejoras para lograr que sus libros causaran el mayor y mejor efecto en los lectores. Se preocupaba realmente por sus obras pero sin pretender aportar su propia voz, solo sirviendo de guía.
«Sin ser él mismo un escritor podía hablar el lenguaje de los escritores mejor que cualquier editor que uno pudiera imaginarse». –J.P. Marquand.
Una labor fundamental para el progreso de sus escritores. Especialmente con Thomas Wolfe, sobre el que rindió todo su fuerzo en convertir manuscritos inconexos de más de mil páginas en novelas publicables y legibles para el lector. Y en un éxito rotundo. Tal fue su implicación que el crítico Bernard De Voto llegó a atribuir el mérito de sus obras a Perkins poniendo en duda, en un artículo para el Saturday Review –El genio no es suficiente–, la capacidad de Wolfe para crear una novela legible por sí mismo. «La más flagrante evidencia de su imperfección es el hecho de que una parte indispensable del artista existe fuera de la persona del señor Wolfe: es Maxwell Perkins. Las facultades organizadores y la inteligencia crítica aplicadas al libro no provenían del interior del artista, ni de su sentida estética respecto a la forma y la integridad, sino de la oficina de Hijos de Charles Scribner».
No extrañan los comentarios que surgieron y que tanto molestaron al escritor. ¿Habrían llegado a la imprenta las obras de Wolfe de no ser por la intervención de Max Perkins? Este es uno de los interrogantes que lleva a plantearnos la biografía. Cómo hubiera sido la obra de grandes escritores sin el trabajo del editor.
Editor paciente, genio a la sombra
Lo cierto es que la relación que mantuvo con Wolfe fue la más intensa y cercana de las que tuvo con sus escritores y, posiblemente, una de las más importantes junto con Fitzgerald. Surgió entre ambos una fuerte relación que sobrepasó el ámbito profesional. Para el editor, Wolfe se llegó a convertir en el hijo que nunca tuvo y un miembro más de su familia, compartiendo con su mujer y sus cinco hijas. Tenía profundo respeto por el talento del escritor. Sabía que era el tipo de talento que se veía una vez en la vida y, por lo tanto, en la carrera de un editor. Eso merecía sacrificarlo todo. Aunque fuera restarle tiempo a su familia.
Todos los que le conocieron lo definían como una persona paciente y comprensiva. Protectora, sobre todo con sus escritores con los que mantenía una relación muy estrecha, llegándoles a adelantar dinero de su propio bolsillo -como hizo con Fitzgerald-, cuando la editorial no podía; y a los que alentaba como una figura paternal para que persistieran en sus objetivos. Era una persona modesta, humilde, que vivía para los demás y nunca quiso exponerse a la luz de los focos. Pero su labor y aportación a la literatura internacional fue tan grande que es inevitable no hablar de él.
«Si Max iba a ser recordado muchos años después de su muerte (mucho más recordado que la mayoría de los autores para los que trabajó), se debería sin duda a su capacidad de comprensión y a los estándares de calidad que mantuvo». –Van Wyck Brooks.
Scott Berg ha escrito la que puede denominarse biografía autorizada y definitiva del gran editor Maxwell Perkins. Una biografía que también se lee como una novela. Pausada, carente de diálogos pero con continuas referencias a cartas y declaraciones. Queda patente un sobresaliente trabajo de documentación analizando su correspondencia y los manuscritos que editó; y entrevistándose con quienes le conocieron, incluidas sus hijas.
Reveladora y amena, con capítulos desiguales en cuanto a interés, que recae sobre todo en la relación y las creaciones de Fitzgerald, Hemingway y Wolfe. Max Perkins: el editor de libros le valió a Scott Berg el National Book Award americano.
No solo muestra los entresijos de algunos de los grandes títulos de la literatura y escritores del siglo XX, sino que cuenta la historia de Maxwell Perkins. El Editor de libros, con mayúsculas. La persona más importante y menos conocida de la literatura estadounidense.
«Cuando todo se haya terminado para nosotros, lo más probable es que la historia literaria te designe como el más grande –ciertamente, el más sabio- de todos nosotros». –Marjorie Kinnan Rawlings sobre Max Perkins.
Título: Max Perkins: El editor de libros |
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