Comentario a ARANA, Daniel: Es necesario hablar. Cinco tratados literarios filosóficos. Ediciones Universidad de Valladolid/ Universidad de León, Salamanca, 2022.
Algunas de las cosas más importantes del siglo pasado, que es al que sobre todo pertenezco, comienzan con alguien que cuenta un sueño, su sueño, aunque el relato aparece con cierto retardo, pues tiene lugar el 14 de julio de 1895 y como escenario reconocible el Hotel Belle Vue, cerca de Viena. Y este sueño, que también cuenta para el siglo de Daniel Arana, que es desde luego el siguiente, comienza con un nombre propio, eso que ya se incorpora intraducible en una lengua, en este caso se trata de Irma, y termina con una fórmula, o lo que es lo mismo, con eso simbólico, y que a fuerza de no querer decir nada más que lo dice, pues dice mucho menos, casi nada. Pero veo que yo mismo he comenzado en falso, que me falta todavía empezar, porque lo que propone el autor es un pensamiento, y lo fecha en la segunda mitad del siglo pasado, que es mi tiempo, que «ya no persigue lo que no se puede decir como la fuente de una posible revelación que le permitiría eventualmente dominar el origen -y, por la misma razón, la muerte- sino más bien como el lugar de un encuentro con la imposibilidad, el silencio y la alteridad».[1]ARANA, Daniel: Es necesario hablar. Cinco tratados filosóficos literarios. Ediciones Universidad de Valladolid/Universidad de León, Salamanca, 2022, p. 21. ¿Y por dónde empieza ese encuentro? ¿Por dónde esa promesa que es también premisa? Pues por lo que hace falta, por el il faut del crítico y pensador francés Maurice Blanchot, y que es la base y el cemento de estos esbozos, de estos tratados esbozados, y que aparentemente dan noticia de asuntos diversos. Así que he comenzado bien al comenzar mal, ajustado al libro, que lo es y sobre todo de la falta del libro, de ese no menos blanchotiano livre à venir.[2]BLANCHOT, Maurice: El libro que vendrá. Monte Avila, Caracas, 1991. Pues sea cual sea su porvenir, vaticino que no le resultará indiferente la operación que plantea aquí Daniel Arana. El primer tratado, también uno de los más breves, comienza con un esbozo fenomenológico, y muy cerca del soñador que nos contaba su sueño, en ese faux pas, también afín a Blanchot[3]BLANCHOT, Maurice: Falsos Pasos. Pre- Textos, Valencia, 1977., de mi propio inicio, pues el narrador era Sigmund Freud, y lo hace por la intermediación de un cuerpo roto, pero meditado (p. 39) y con el trauma como apertura, ya que lo abierto es también lo arrojado, la caída. En cuanto al punto de llegada de este relato, es menos que palabras, de ahí su angustia e incomodidad. Ese «menos» del que habla Ángel Gabilondo, con «menudas palabras», que «borran más que restan. Confirman que nadie hablará siempre. Son vestigios de lo imposible, restos de lo inviable.»[4]GABILONDO, Ángel: Menos que palabras. Alianza, Madrid, 1999, p. 10 Vestigio, resto, indican que tenemos además una responsabilidad con lo que ya no es, con lo que no pudo, un deber que es un duelo. Y ese es el «más» de la pérdida, de la reparación sobre todo de lo irreparable, de la que se hace eco Domingo Fernández Agis, en una suerte de inscripción ética y política que no es en absoluto ajena al libro que comentamos.[5]FERNÁNDEZ AGIS, Domingo: Mucho más que palabras. Discurso político y compromiso ético en Derrida y Lévinas. Eclipsados, Pamplona, 2010. Entre ese más y ese menos se tiende la fina, la irregular y anfractuosa línea de ese habla de la que habla Daniel Arana. Como un bostezo inaugural, como el balbuceo de un niño, como el silencio de un místico, el grito de un profeta o como un final not with a bang but with a whimper. Igual que Eliot, tan caro a este pensador, aunque sea no con una explosión sino con un gañido.
¿Dónde está el átomo del lenguaje? ¿Hasta dónde llega su secreto? ¿Lo hace hasta la cosa misma, como su origen oculto? Esto es lo que parece insinuar Pierre Boutang, el huésped más inesperado, si he de decirlo así, en el libro de Daniel Arana, por lo que tiene de protesta y enmienda a una edad que tal vez no pueda pensarse sin la lingüística de Saussure ni la fragmentación de Wittgenstein.[6]BOUTANG, Pierre: Ontologie du secret. PUF, Paris, 1973. Sabemos que el primero de ellos halló su delirio singular en el anagrama, esto es, en el lenguaje que se oculta detrás o debajo del lenguaje, como si las palabras mismas pudiesen encriptar palabras, delirio al que Jean Starobinski, verdadero maestro de rarezas, ha dedicado un soberbio ensayo.[7]STAROBINSKI, Jean: Las palabras bajo las palabras. La teoría de los anagramas de Ferdinand de Saussure. Gedisa, Barcelona, 1996. Desde luego, si hay alguien que ha diseminado con mayor dedicación esta contaminación de la palabra por el anagrama, es el mismo Blanchot, hasta el punto de que monografías tan importantes como la de Túa Blesa, son todo un ejercicio de descifrado, de desambiguación de la ambigüedad, que sirve para explicar lo que hay de intraducible en el pensador francés sobre el que Arana hace su singular itinerario.[8]BLESA, Túa: Maurice Blanchot. La pasión del errar. Edicions de la Universitat de Barcelona, Barcelona, 2019.
Es necesario hablar, también es necesario andar. Este libro, que lo es sobre la falta, y en particular sobre la falta del libro, sigue un camino, no un método, en eso mucho más cerca de Heidegger que de Husserl, ya que sabemos con Friedrich- Wilhelm von Herrmann, tristemente recién fallecido, que las palabras elegidas cuentan, que sirven para trazar una divisoria o demarcar una intención diferente entre los dos filósofos.[9]VON HERRMANN, Friedrich- Wilhelm: Sentiero e metodo. Sulla fenomenologia ermeneutica del pensiero della storia dell’essere. Il melangolo, Genova, 2003. El segundo tratado, «Nos mirábamos sin decir palabra», es el que posee una connotación ética más poderosa, pues está dedicado a la Shoah, esto es, a un acontecimiento que sólo contempla el decir metonímico (p. 46), entrañado ya como lo extraño o innombrable. En este punto Arana se vuelve hacia la poesía, sobre todo a la de Paul Celan, puesto que la poesía misma «es una instancia particular que se hace visible a través de la oposición.» (p. 63) Y por ello desmonta, haza trizas el lenguaje, «un lenguaje que debe mostrar lo que no se puede representar, un lenguaje mutilado, un tartamudeo que lleva la herida, la transporta, la traduce, para dar cabida a un acontecimiento de decir imposible antes, aunque sólo sea para decir que no se puede decir.» (pp. 76-77). El tercer tratado, «Hablar desde la ausencia» se toma bien en serio esa imposibilidad, lo necesario de ella, en una poetización de la teología negativa o apofática, a través de otra voz judía, la del poeta Edmond Jabès, si es que hablar de una mística poética no es en sí mismo una suerte de pleonasmo. Y aquí, de una manera bellísima, el autor diluye a veces el texto en epígrafes en negrita, que bien podrían ser aforismos comentados, del tipo «Cada palabra en ese desierto expira agonizando». (p. 94) Pues lo ha dicho antes, que el comentario es una forma de supervivencia (p. 83). De hecho, el comentario es la única manera de espiritualidad posible allí donde crece el desierto de la evacuación de Dios. Por eso hablaba Kafka de los seres intermedios, de esos pequeños estudiantes aturdidos de la Yeshivá, de esa escuela en la que estudian una Ley de la que nada saben, de la que han olvidado hasta su olvido, y que se dispersa en innumerables comentarios y comentarios de comentarios (el Talmud), en medio de los cuales, o en medio de su expresión, indecidible de la repetición tanto como de la parodia, Jabès circunscribe el blanco de la página, grafía del gran silencio divino.
Tengo para mí que algo se ha desanudado a esta altura del camino, que el caminante se afloja y libera en cierto modo de una manera de decir y comunicar, y que ya estaba implícito en el juego ambiguo entre la mostración y la monstr(u)ación, que había hecho acto de presencia en Paul Celan (p. 76), debido a esa extraña libertad que consiste en hablar de lo que no se puede, aunque lo imposible nos remita de entrada al más estricto mutismo. Es lo que ocurre en el Cuarto Tratado, «El habla y la muerte», en el que, de nuevo, la argumentación viene a ser cancelada en favor de una aforística nerviosa, porque a lo mejor donde no llega ya el razonamiento todavía caben el deslumbramiento o la epifanía. Conviene no olvidar que Daniel Arana es antes que nada un poeta, exigente como pocos, y que esta investigación suya cabe muchas veces bajo idéntica exigencia. En este momento de la vía todos, hasta los lectores, nos convertimos en sus queridos difuntos, como sus partenaires invisibles según estipula Christophe Bident en su memorable trabajo sobre Blanchot,[10]BIDENT, Christophe: Maurice Blanchot partenaire invisible. Arena Libros, Madrid, 2017. y se trata de algo que, en el caso de su examen de la filósofa Simone Weil, adquiere un significado especial, ya que ella misma sostenía que la amistad es una forma de amor implícito a Dios si somos capaces al mismo tiempo de imaginar la muerte del amigo, de hacer con nuestro amor la travesía de su pérdida.
A estas alturas también yo tengo que revelar algo, aunque muchos de ustedes ya lo sepan, y hacer acopio de una cierta capacidad autobiográfica. Y que, como en tantos otros jalones de mi particular camino, tiene que ver con Simone Weil. En realidad con la manera en la que supe que Maurice Blanchot interpretaba a Weil. Porque eso sucedió hace treinta seis años, en un mes de verano en San José (Almería), donde llevé por toda compañía escrita El diálogo inconcluso de Maurice Blanchot, la más extraordinaria de las revelaciones, Larva de Julián Ríos, monumento de la fracción Finnegan de los epígonos de James Joyce y El mar, el mar de Iris Murdoch, por la que desde entonces mido el alcance de todas las demás novelas que leo. Alguien dirá que es magro equipaje para un largo mes en un lugar que entonces sólo era un pequeño pueblecito a la orilla del mar. Por fortuna teníamos además un local en el que se podía jugar al billar. Y yo era un hombre joven casado con la madre del autor, del que hasta ahora he hablado como si fuese un desconocido y no mi propio hijo. Pero es que cuando abro un libro me enfrento a un desconocido, ocurre, aunque en diminuendo, incluso cuando releo una página mía o por mí firmada. Pues bien, en El diálogo inconcluso (o infinito o sin fin), Blanchot conecta un concepto fundamental en la filosofía de Simone Weil, el de decreation, que luego ha poetizado a su modo Anne Carson, con la respuesta humana a la voluntaria desaparición de Dios para dejar lugar al mundo, esto es, con lo que Isaac Luria (siglo XVI) llamaba el Tsimtsum, la contracción divina.[11]BLANCHOT, Maurice: El diálogo inconcluso. Monte Ávila, Caracas, 1970. Dios se ha marchado, crea por así decir al decir adiós, de tal manera que casi todo puede explicarse en el mundo sin Dios, y aunque no tengo ahora tiempo para explicar en qué consiste ese «casi», bien para Weil o para el propio Luria, lo cierto es que esa conjetura da un sentido profundo al pensamiento de Blaise Pascal de que el ateo tiene mucha razón, pero no toda. Y hasta aquí el fragmento de lo que, no sin ironía, he dado en fantasear como un memorial entre otros libros.
La decreation consiste en vaciarse, o como dice Daniel Arana, en «la avidez de aniquilación» (p. 128), y ello hasta el punto de que el vacío es el centro de la empresa de escritura de Simone Weil (p. 133), y de este manera el pensador la devuelve al lugar del blanco, del silencio, de la nada incluso. El mismo Boutang la llamaba, también con suave familiaridad, nuestra nueva Diotima, puesto que ella, como la maestra socrática de Mantinea había hecho suya la dialéctica del deseo y de la falta, el il faut de Eros, con una mezcla de torpe pobreza y de clarividente astucia. Decrear, descrearse significa que hay una devolución de sacrificios, que el sujeto ha de abolirse mediante un apasionado ascetismo para restaurar lo divino.
El quinto tratado, el que lleva por título «Misterio y fragmento, silencio de habla», parte de la ontología del secreto de Pierre Boutang, al que yo había saludado como el huésped más impensado para mí, también como el más extraño, todo vez que no amaba a algunos de sus amigos (Steiner) y sin embargo sí lo he hecho, a menudo incluso desmedidamente, con algunos de sus enemigos (Derrida). Es obvio que esas proyecciones de amor y de odio, sin la piedra de toque de la lectura misma, son la fuente de no pocos equívocos y errores, así que es de agradecer que se pueda, gracias al libro de Daniel Arana, abrir de otra manera las páginas de Boutang, aunque en el fondo estoy seguro de que éste no apreciaría el modo del autor de Es necesario hablar ni su sesgo tan alejado de la ontoteología clásica. La feliz maniobra, si es que se me permite recurrir a tal término, consiste en empujar al catedrático de La Sorbona hasta Martin Heidegger, al afirmar que el secreto sea una parte de la verdad del ser. (p. 168), igual que el velo es consustancial al des-velamiento. Y sin embargo sé que el gesto de Boutang es distinto y poco compatible, al menos fuera del nicho de Aristóteles, Platón y Santo Tomás, aunque muy enriquecido por una fina sensibilidad literaria (Homero, Shakespeare, Poe, Kafka) que en cierto modo prestigia al clasicismo de su perspectiva. Por un momento Daniel Arana se pone del lado del mal (De Maistre), y malvado es aunque hermoso. Esa parte de mal resulta oportuna para oponerla a una discutible bondad de las democracias realmente existentes, en particular, a la bondad de lo visible y de la transparencia, pues es obvio que en ese urgir de lo transparente hay también una inclinación panóptica y totalitaria. Es un respiro, poco más, lo que propone, pues pronto retoma, y esta vez para llevar a término, o para marcar lo que hay de interminable en ello, a propósito de Trakl y de Musil: «En todos los silencios porque aún hace falta hablar.»(p. 209)
Entre ese final nada finalizado, en falta, y el incipit objeto de nuestra extrañeza, también de nuestra curiosidad, el autor dispone sin embargo una fulgurante teoría del fragmento y del poema, del poema como fragmento.
Pars pro toto, la figura, incluso el sofisma. Ese que hace de la sinécdoque el ocultamiento y la revelación de un todo extraviado, es lo que pone en relación íntima a la poesía con la mística, con la teología negativa, pero también con el filein, esa amistad deseante con la sabiduría, pues filo– sofía es una distancia siempre encendida y nunca cumplida. Cumplida en cuanto encendida, cumplida en tanto que no cumplida, al menos en tanto que si deseamos las cosas equivocadas el cumplimiento también equivaldría a un apagarse, a la ceniza, que es el resto de un fuego ya marchito. Lessing decía que este gusto por atesorar fragmentos era un arte hermesiana, por cuanto Hermes es el dios errante por excelencia, un chamarilero de todos los caminos. Y nosotros, al hilo de esta hermosa expedición de Daniel Arana por el fragmento, nos preguntamos si estaría permitido apurar las etimologías, hasta el borde de conjugar lo hermético o secreto con lo hermesiano y hasta con lo hermenéutico. Supongamos que hemos terminado de leer el libro y que nos detenemos un momento en la portada. De repente nos daremos cuenta de que la cabaña, en realidad un chalet bastante hermoso, es la de Todnauberg, con la que Heidegger dispuso un santuario para su propio misterio. De camino al habla, Unterwegs zur Sprache. Precisamente en el diálogo con el príncipe Shuzo Kuki, en el que se ventila el porvenir de la hermenéutica, el filósofo recuerda que «lo permanente de un pensamiento es el camino.»[12]HEIDEGGER, Martin: De camino al habla. Serbal, Barcelona, 1987, p. 90. Sí, ahí está la cabaña. ¿Hallaremos árnica, eufrasia, solacium oculorum, alegría de los ojos? De pensamiento en pensamiento, de poema en poema habrá que seguir andando.
Título: Es necesario hablar. Cinco tratados literarios filosóficos |
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Referencias
↑1 | ARANA, Daniel: Es necesario hablar. Cinco tratados filosóficos literarios. Ediciones Universidad de Valladolid/Universidad de León, Salamanca, 2022, p. 21. |
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↑2 | BLANCHOT, Maurice: El libro que vendrá. Monte Avila, Caracas, 1991. |
↑3 | BLANCHOT, Maurice: Falsos Pasos. Pre- Textos, Valencia, 1977. |
↑4 | GABILONDO, Ángel: Menos que palabras. Alianza, Madrid, 1999, p. 10 |
↑5 | FERNÁNDEZ AGIS, Domingo: Mucho más que palabras. Discurso político y compromiso ético en Derrida y Lévinas. Eclipsados, Pamplona, 2010. |
↑6 | BOUTANG, Pierre: Ontologie du secret. PUF, Paris, 1973. |
↑7 | STAROBINSKI, Jean: Las palabras bajo las palabras. La teoría de los anagramas de Ferdinand de Saussure. Gedisa, Barcelona, 1996. |
↑8 | BLESA, Túa: Maurice Blanchot. La pasión del errar. Edicions de la Universitat de Barcelona, Barcelona, 2019. |
↑9 | VON HERRMANN, Friedrich- Wilhelm: Sentiero e metodo. Sulla fenomenologia ermeneutica del pensiero della storia dell’essere. Il melangolo, Genova, 2003. |
↑10 | BIDENT, Christophe: Maurice Blanchot partenaire invisible. Arena Libros, Madrid, 2017. |
↑11 | BLANCHOT, Maurice: El diálogo inconcluso. Monte Ávila, Caracas, 1970. |
↑12 | HEIDEGGER, Martin: De camino al habla. Serbal, Barcelona, 1987, p. 90. |