Érase una vez unos hermanos que lo habían perdido todo, excepto el uno al otro, cuando un huracán arrasó su granja y arrancó su hogar del suelo, con sus padres dentro, a quienes ya no volvieron a ver.
Pero el huracán siguió adelante, y continuó lanzando cosas por los aires, de otras granjas cercanas. Y así fue como sacos de semillas cayeron del cielo, a los pies de las puertas donde antes había estado su casa. Y los hermanos lo tomaron como una buena señal. Plantaron todas las semillas, sin orden.
Y al cabo de días llovió sobre los campos sembrados. Y al cabo de otros, nació de la tierra un perro con alas, al que llamaron Simbad: «Evitarás que vengan coyotes a la noche y nos coman», dijeron. Y el perro ladró, y los coyotes (que no estaban) se fueron, y los hermanos lo tomaron como una buena señal.
Y al cabo de días creció de la tierra un gato con alas, y antes de que se fuese volando le pusieron de nombre Pinocho: «Cazarás los ratones que se comen el grano que todavía no ha sido, de la cosecha que todavía no se ha recogido, en el granero que todavía no se ha construido. Pero todo esto se hará». Y el gato extendió sus patas y afiló sus uñas con gusto. Y los hermanos lo tomaron como una buena señal.
Y al cabo de días nació de la tierra un caballo con alas, al que pusieron de nombre Payaso, porque sabían que ese caballo existía, y así se llamaba. Juntos harían llover y removerían los campos, cuando arasen el cielo y la tierra con los hierros más pesados. Y el caballo relinchó tan fuerte, que su lengua se cayó al suelo. Y los hermanos lo tomaron como una buena señal.
Y al cabo de días no necesitaban más compañía que la de Simbad, Pinocho y Payaso; por el día inventaban nuevos lenguajes y escribían con ellos sus propias tablas de la ley. Y a la noche creaban teatros de sombras chinescas, a la luz de la luna, y enseñaban a hablar a los animales.
Pero al cabo de otros, los hermanos echaron de menos el amor de sus padres, los recordaron, y se pelearon por saber cuál era el favorito de cuál. Pero era imposible saberlo; porque el uno recibía más amor del padre, porque a él se parecía, pero también le exigía más; igual que el otro, que recibía más amor de la madre porque se parecía más a ella, pero, a cambio, recibía de ella menor atención.
Y así era imposible saber cuál era el favorito de cuál. Tras días de pelea, los hermanos y los animales alados estaban demasiado cansados, y nadie espantaba los buitres que bajaban del cielo para comerse el fruto de las semillas.
Esa noche soñaron que sus padres nacían también de la tierra. Y al amanecer recorrieron los campos, y vieron que sus padres se esforzaban por salir también del barro, y los ayudaron, y los usaron de espantapájaros.
Y aunque a ellos no lograron hacerles hablar, los hermanos fueron felices mientras la silueta de sus padres estuvo a los pies de sus campos.
Hasta que unos ángeles sin alas visitaron la granja, les preguntaron su nombre, y se los llevaron. «Pronto tendréis otros padres», dijeron.
Y los hermanos lo tomaron como una buena señal.