Una gota rosada resbala hacia la punta del pétalo blanco: es la hermosa e inquietante imagen que revela el amanecer de otra noche sin luna, una más de aguaceros sangrientos que convierten en vino el agua del río y arrastran cualquier bondad de la tierra. Aún hay quien acude a las rogativas del padre Benito para contrarrestar esta maldición, pero la mayoría nos quedamos en las casas, sucursales de un pasado feliz en este hemorrágico infierno. Lo de menos es la comida: aún tenemos reservas, pero nadie en su sano juicio bebería esa sangre que inunda los pozos y brota del grifo. Los campos parecen de Marte y no esperamos cosecha sana. Sin embargo pocos nos planteamos abandonar el pueblo ¿dónde iríamos sin nada, a empezar de cero, marcados con este rastro granate en el alma?
Todo empezó cuando llegaron los alemanes a la mina. Nos prometieron riqueza, trabajo, progreso… Pero sólo hubo explosiones, humos rancios y terremotos. Ahora se han ido, sin dar explicaciones ni despedirse, dejando esta boina de nubes moradas prendida para siempre en el campanario de la iglesia.
[…] 5. Lluvias hemáticas […]