Pensaba comenzar hablando de la forma en la que escribe Roger Laporte, pero, de todos modos, por lo que sabemos de él, Laporte no está.
Lo cierto es que Roger Laporte tampoco escribe. O sería mejor decir que sólo escribe la imposible posibilidad de escribir, siendo lo posible de escribir la imposible escritura. Escribir sobre lo imposible es como hablar de la imposibilidad de hablar[1]LAPORTE, Roger. «Le oui, le non, le neutre», en Critique, nº 229, junio 1966, p. 579. Escritura escribiente de la escritura, escritura escrita de la escritura misma… no hay escritura, y en consecuencia no hay lectura, si la escritura es siempre ilegible. Esta lectura imposible, sin embargo, insiste, ek-siste. Si escribir es algo que se hace para una posibilidad, entonces tal empresa –la desobra- significa para el escritor la necesidad imperiosa de estar presente a esta posibilidad, de estar a la escucha, a la espera de que se produzca un acontecimiento que el lector reconocerá, a través de su lectura, como una posibilidad permanente. Por cierto que el lector en lengua castellana deberá contentarse, hasta ahora, con la edición de Moriendo[2]LAPORTE, Roger. 2006. Moriendo. Madrid: Arena Libros, pp. 69, el último de sus nueve libros biográficos, que Arena Libros publicó hace quince años.
Pero retomemos aquí y ahora la cuestión de la biografía. ¿Biografía, decimos? Más bien, el relato de la vida de un hombre que se entrega por completo a la aventura de escribir. Laporte no está, pero sí esta obra quizás nunca terminada. ¿Qué ocurre, pues, con la literatura a través de la escritura? La escritura, a diferencia de la transcripción, es lo que sucede con la lectura, la escritura es el acontecimiento, su acontecimiento, y la posibilidad de este acontecimiento perturba la literatura. La escritura intransitiva sería el sueño de una lectura imposible cuyo contenido latente está siempre tachado, o censurado, y sin embargo da fe de un deseo. El texto se leería entonces como aquello que permanece encriptado de este sueño del lector y no del autor, aunque sea su propio biógrafo.
Vayamos más lejos: la vida de la escritura en la que consiste la Biografía de «Roger Laporte» –hay, por tanto, un Laporte y otro Laporte, uno entrecomillado, ya sólo devenido texto, y otro, en suma, humano-, instituye la vida de Roger Laporte como un efecto de la lectura, tanto más suave cuanto que aumenta el poder de vivir del biógrafo. Esta escritura no es, pues, el origen o la archiescritura de la que el texto sería el eco diferido: es la existencia misma. Como la tarjeta postal, que para Derrida es el paradigma de la literatura, la escritura nunca llega a su destinatario. Es un proceso sin sujeto, pero no sin efecto de sujeto. La postal puede escribirse y leerse, pero el envío -la escritura- en sí misma permanecerá ilegible, ya que «la aventura de escribir no se dirige a ningún objetivo»[3]LAPORTE, Roger. 1986. Une Vie. Paris: P.O.L., p. 274 (todas las traducciones son nuestras). ¿Cómo no fallar? ¿Cómo no hablar? Porque hay aquí una negación, un doble nudo. Es demasiado tarde[4]DERRIDA, Jacques. 1997. Cómo no hablar y otros textos. Barcelona: Proyecto A, p. 31. ¿Cómo no solicitar el fracaso, si la escritura no puede ceder al pensamiento de sí misma, si el pensamiento de la escritura debe identificarse con la vida de la escritura? Una lectura de carácter spinozista no ha cedido demasiado rápido a la alegría por la que se atestigua nuestro poder de vivir, porque «Roger Laporte» nunca ha dejado de querer nombrar este fracaso.
Una liberación, un primer libro: Fuga. Roger Laporte es el inventor de un nuevo género, la Biografía, que va más allá de cualquier definición en la medida en que se diferencia tanto de la filosofía como de la literatura. La palabra Biografía, que escribiremos en mayúsculas en adelante (esa letra superlativa como marca muda, monumento tácito[5]DERRIDA, Jacques. 2014. Posiciones. Valencia: Pre-Textos, p. 64), aparece en la portada de Une vie, que reúne sus nueve libros. Deberíamos poder seguir, entonces, el largo camino del texto hacia la nominación de este nuevo género. Escribir es escuchar el acontecimiento de una palabra que nunca se escuchará por escrito. La escritura ordenada al privilegio que se concede a la voz sigue dependiendo de un fonocentrismo, de una escritura de presencia. Jacques Derrida publicaba De la gramatología en 1967, tres años antes del paréntesis creado por la promoción del nuevo género de Laporte, en la redacción de Une vie. Roger Laporte, en deuda con su amigo argelino, llama al segundo libro de la Biografía «Supplément». Certero homenaje al suplemento, concepto que Derrida pone en práctica a partir de una lectura deconstructiva de Rousseau. En De la gramatología, Derrida muestra que una lógica suplementaria estructura paradójicamente la escritura, ya que a través del suplemento busca borrar y denunciar las condiciones de su existencia; en otras palabras, la lógica del suplemento no hace más que acentuar la imposibilidad de un origen ya que «la suplencia ha comenzado desde siempre»[6]DERRIDA, Jacques. 1979. De la grammatologie. Paris: Minuit, p. 308.
Esta lectura derridiana de Rousseau modificó radicalmente la escritura de Roger Laporte, prueba inequívoca de que su texto se deconstruye a sí mismo revelando aquello de lo que quiere escapar, un indicio de salida de los prejuicios metafísicos que heredaron sus primeros libros. Así, Laporte cuestiona lo que él mismo ha hecho, impugna los fundamentos mismos de su obra, y sin embargo, hay una cierta liberación a este precio, una liberación por la que estará en deuda, por supuesto, con Derrida. Esta lógica adicional libera a «Roger Laporte» de una escritura de presencia, pero la presencia en la vida no puede ser tachada, ya que es la propia empresa biográfica la que estaría condenada. La presencia será, entonces, relanzada y aplazada por un movimiento que le da la extensión de un juicio sin sujeto. El proceso de una vida de escritura sin presencia en el texto en que se imprime el proceso. Como complemento de una vida, la escritura se apropia del vacío alejándose de sí misma. La vida de la escritura, en la brecha de la escritura. Una brecha que está, dirá Blanchot en su homenaje a Laporte, «entre la escritura y la escritura, una brecha que, si pudiera inscribirse sin desinscribirse primero, podría ser la propia escritura»[7]BLANCHOT, Maurice. 2010. «Ne te retourne pas», en La Condition Critique. Articles 1945-1998. Paris: Gallimard, p. 352. Una vida que está determinada, en fin, por la empresa indefinida de relanzamiento que afecta a toda presencia, lógica despiadada que obedece a la ley de la «différance» y no conoce descanso ni límite. Por ser más precisos, no conoce otro límite que el de ordenarse a la demanda de la vida.
Esta presencia indefinida en el texto está relacionada, de manera incesante, con la escritura, con lo biográfico, pero no por un sujeto, ni en un sujeto. Acarrea y supera la distinción entre lectura y escritura, entre escritura y lectura, en los bordes extremos de una vida en la que la brecha sufre la pasión de la empresa que la produce. La relación de la brecha consigo misma sólo deconstruye la presencia al someter la escritura a la ficción de su doble: la lectura. La lectura es lo mismo que la escritura, como exceso en relación con la escritura: «Escrita para producir su modo de producción, esta obra manifestaría el funcionamiento de la máquina de la escritura, o más bien construiría esta máquina, de tal manera que incite al lector a escribir»[8]LAPORTE, Une Vie, Op. Cit., p. 274.
Por tanto, la máquina textual deconstruye la presencia y el autor sólo para provocar la escritura de una lectura que relance la empresa. Este relanzamiento deconstruye la obra, el hacer-obra, la desobra, para mantener la indisociabilidad del modo de producción de la máquina textual y el texto. El fracaso del fracaso está en este precio: renunciar a la gran obra, y no ceder a la vida. Pero en la medida en que la vida de la escritura es indisociable de la lectura, la escritura y la lectura se redoblan y mutan en una complementariedad recíproca según la lógica de un quiasmo. La escritura pone en marcha la lectura, y la lectura sólo parece monótona a condición de que se mantenga una diferencia entre la lectura y la escritura. La máquina textual es inseparable de la σύστασις, es decir, de la operación de puesta en marcha que suponen la escritura y la lectura, fuera de esta relación constitutiva de sus términos, escritura y lectura, leer y escribir son dos hipótesis ideológicas que reducen la lectura a una operación de consumo.
La escritura viva es una experiencia directa del pensamiento, de su consumación, de su rapidez indescriptible, una tanatografía que nacería precisamente de la différance de la autobiografía[9]DERRIDA, Jacques. 1988. The Ear of the Other: Otobiography, Transference, Translation. Lincoln: University of Nebraska Press, p. 19, a un solo paso más allá de la vida, que queda inscrita en la dimensión de la letra, exigiendo al lenguaje a confrontar la experiencia de la finitud y la muerte. Entonces, ¿no es con esta condición precisa aquello con lo que se puede hablar auténticamente de Biografía? Roger Laporte es sólo quien comenta a «Roger Laporte», que ya no es el nombre que da nombre a este inmenso palimpsesto. No está. Así pues, ¿cómo se apodera la lectura de un nombre? ¿Cómo nombra un nombre la lectura que lo nombra? Estas preguntas forman parte de lo biográfico.
El segundo período de la Biografía intelectual de Roger Laporte, la que nos interesa aquí, para este comentario, comienza, pues, con su Fuga. Porque la Biografía se identifica con la escritura. Una identidad agrietada de identidad (vida) y no identidad (escritura) que ninguna dialéctica puede asegurar, a menos que se establezca en la escritura inestable de una hiperdialéctica[10]MERLEAU-PONTY, Maurice. 2010. Lo visible y lo invisible. Buenos Aires: Nueva Visión, p. 90, tal como afirmaba Merleau-Ponty que, sin duda y junto a Derrida, es una influencia básica en la escritura de Laporte. Esto es, la superación terminante del dualismo que custodia toda filosofía de la conciencia. Merleau-Ponty no desgarra la dialéctica inmovilizándola en el momento de lo negativo; tal desgarro conduciría de nuevo a una lógica de oposición, y al escepticismo. Lo que le interesa a Laporte es el mantenimiento de los déficits, la eficacia de lo incompleto, el mantenimiento de la disfunción en el proceso de funcionamiento de la escritura, el mantenimiento de una alteridad de relación en el latido del blanco de la página. De todas formas, más que la hiperdialéctica, la idea de quiasmo parece más apropiada para nombrar la empresa, «la idea del quiasmo, es decir: toda relación con el ser es simultáneamente aprehender y ser aprehendido, la aprehensión es aprehendida, está inscripta y se inscribe en el mismo ser que ella aprehende. A partir de eso, elaborar una idea de la filosofía: ella no puede ser aprehensión total y activa, posesión intelectual, puesto que lo que hay para aprehender es un desposeimiento – Ella no está sobre la vida, sobrevolándola. Está debajo de ella»[11]LAPORTE, Une Vie, Op. Cit., 234.
Dado, entonces, el quiasmo, el biógrafo no puede ocupar el lugar del espectador puro, lo que le permitiría sobrepasar las dos vertientes de la empresa y formular à la hegel la identidad de la identidad y la no identidad que, a su vez, persigue el trabajo de la brecha del que no es estrictamente autor, aunque franquea a la brecha, a través del desgarro que lo diferencia y escribe de y a sí mismo: «Perder el desgarro sería perder la escritura, por tanto, enigmáticamente perder la vida»[12]Ibíd., p. 478. Escribir una Biografía implica desclavarse de los modelos y materiales que hereda, transformarlos y olvidarlos para asimilarlos a esta vida de la escritura. La máquina textual incorpora las marcas de la repetición de una producción textual, como un eterno retorno de la vida. La empresa, la entreprise de Laporte, es algo entre-presado, prendido, atrapado entre la vida y la escritura: la entre-presa del nombre. Estas palabras atestiguan el deseo de que la escritura esté presente en la escritura, un deseo insatisfecho de una presencia de la no presencia, ya que «la escritura es constantemente trabajada por la escritura»[13]Ibíd., p. 291. Insatisfacción devenida matriz que, cavando la brecha, sólo puede condenarse al deseo de fracaso que se reconduce constantemente al fracaso del fracaso que se reaviva constantemente por el deseo de terminarlo. La Biografía no es biográfica y, así, la inversión impulsiva que requiere no impide una lectura psicoanalítica de Una vida. «Roger Laporte» nos dirá que la escritura provoca el renacimiento efectivo del complejo de castración[14]Ibíd., p. 482. El texto está escrito con el trasfondo de la amenaza de no tener lo que quiere tener. Escribirlo no es, no ocurre, sin tener lo que el texto exige, y escribirlo es siempre, para el texto, sin tenerlo. El texto se presenta, o más bien se desea, como si no tuviera vida para ser. Esta economía prohibirá para siempre cualquier definición de un género del que sólo queda el nombre.
Una economía que «Roger Laporte» denomina «contraescritura», el hueco que se inscribe en el cuerpo del biógrafo como los síntomas de la escritura: «el propio poder de escribir estaba quizá devastado por completo, y sin embargo, sin esta interrupción, ¿me habría sido posible afirmar: La máquina funcionaba, había escritura? ¿Por qué escribir? ¿No se había vaciado de contenido todo mi discurso, devaluado en su totalidad? ¿El acto de escribir borrado? ¿El escritor anulado? ¿No era ésta la obra, no de la escritura, sino de la contra-escritura? En efecto, pero la contraescritura había escrito: no la hoja de papel, sino mi cuerpo, la superficie receptora, llevaba la marca. No sabía cuándo ni cómo me habían cortado el volumen, pero, por ese mismo corte, que no podía haberse hecho sin dejar huella, sin que mi cuerpo retuviera el recuerdo de ello, era legítimo decir: ha habido escritura»[15]Ibíd., p. 341. El proyecto inicial de escribir un libro en el que se imprimiera la aventura de la mente, porque esa es la idea original de Laporte, que se realizaría al mismo tiempo que se formulaba, un libro que fuera su propio contenido, llevaba consigo el cuerpo del biógrafo, como si Monsieur Teste se hubiera encarnado. ¿O es que Valéry sigue dependiendo de un dualismo que ya no es aceptable?
La polémica no es el objeto del género, lo constituye como género, o más bien el πόλεμος es indisociable de un sistema de escritura cuyos elementos son escritura-género-Biografía, un sistema ternario de aliento hegeliano en el cual el género es el elemento mediador del entre-preso, prendido. El género es el momento generativo, original, siempre ya degenerado, toda vez que el género, deshecho por la fisura y el desgarro de la escritura, está al mismo tiempo en la escritura y hacia la Biografía, es decir, en el aplazamiento de la escritura hacia la lectura de la escritura. La relación entre los términos es también una relación hacia los términos que los sigue desplazando. Podemos entender la dificultad de captar el nombre en una definición. La ruptura, el desgarro, la brecha, son obra de la escritura y la contraescritura. Escribir y contraescribir son las dos caras de la escritura: «El problema es, sin duda, saber por qué, en un momento dado, el acto de escribir está a la altura de tal o cual estrato y no de tal o cual estrato del volumen ya constituido»[16]Ibíd., p. 274. El problema es, pues, el de la temporalidad de la escritura. El pasado de tal o cual estrato sedimentado en el texto sólo se lee en el presente porque una lectura en el futuro conjuga el texto escrito, de tal manera que el texto a leer desde el texto leído, aquí y ahora, aún no está escrito, como si la contraescritura se aliara con la lectura, y contra la escritura.
Por lo tanto, es necesario comenzar con un nombre: «Conozco el nombre: un libro, pero sólo el nombre de la cosa que debe adivinarse»[17]Ibíd., p. 256. El nombre, el medio de la empresa, sólo puede entenderse a través de la empresa. Aquí Laporte es más platónico que nunca, al apoyarse en los instrumentos gnoseológicos expuestos en la Carta VII: para Platón hay cinco factores de conocimiento. El nombre, la definición, la cosa en sí, el conocimiento, siendo el quinto el que manifiesta «la cualidad de cada cosa como su esencia»[18]PLATÓN. 1992. Diálogos VII. Dudosos, Apócrifos, Cartas. Madrid: Gredos, p. 516. Sin embargo, señala Platón, el acceso a este quinto factor se ve impedido por un medio tan débil, incapaz, como las palabras. La lectura de Derrida, como ya hemos subrayado, ha prevenido suficientemente a Roger Laporte contra esta supuesta carencia instrumental, esta impotencia no autoriza ninguna salida del lenguaje, impone sostenerlo como lo que es: una hipótesis. Pero para reconocer el lenguaje como hipótesis, Platón especifica que el filósofo debe tener una cierta afinidad con el objeto.
El nombre no es el libro, el libro es la unidad a deconstruir, lo real de este nombre está constantemente desplazado por la máquina textual, la Biografía es la definición, la máquina textual, y su paradigma platónico de tejido siempre en la memoria, recordado, es la imagen del nombre. El nombre sería el texto definido por la Biografía, pero el definiens es aleatorio, acarreado por el juego de su diferenciación. El conocimiento sería la lectura a condición de recordar que la lectura y la escritura son lo mismo a través de la diferencia que las constituye. El quinto factor es la escritura, siempre idéntica a sí misma y siempre distinta, a través de la lectura, y en relación con la cual el texto sería el reflejo. Este comentario platónico podría ser acusado de reconducir una forma de dualidad metafísica, pero el texto-imagen es también múltiple y cada lectura reconfigura la identidad y la preserva. El texto es ese φαρμακός que, no siendo ni cura ni veneno –escritura o contraescritura-, se afirma por ambos.
La Biografía es «la instauración simultánea de un género literario y de una forma de vida»[19]LAPORTE, Une Vie, Op. Cit., p. 361 refinada con la empresa que sacará a la luz «el funcionamiento real del pensamiento»[20]Ibíd., p. 432 que piensa en la escritura como una vida de escritura que no está ni por encima de la escritura ni por debajo de la misma. Si bien la lectura está en afinidad con la escritura, es, sin embargo y siempre, una lectura particular en la medida en que depende de las lecturas. No hay más lectura en general que vida en general; la lectura no debe entenderse como un rasgo subjetivo, sino como el operador múltiple, lo múltiple de la escritura.
«Cuando me releo con vistas a escribir, no veo el texto tal como es, en lo que dice, sino que trato de detectar los elementos que se abren en un texto a escribir»[21]Ibíd., p. 270. Pero, ¿qué es la lectura -ese texto que nos alimenta para vivir, dirá Cixous[22]CIXOUS, Hélène. 2015. La llegada a la escritura. Buenos Aires: Amorrortu, p. 36- y cuál es su relación con la Biografía? Veámoslo: la Biografía es la ficción del acto de escribir que induce a la lectura como ficción, soñando el texto a leer. El lector de «Roger Laporte» lee un texto manifiesto ya leído por «Roger Laporte» y un texto latente subescrito que desentraña su lectura y la de «Roger Laporte», como si el lector estuviera ineludiblemente ligado a la contraescritura. El texto manifiesto nunca deja de ser leído por las transformaciones de los textos leídos y del texto que leemos en el momento, y ahí reside el enigma de una vida de lectura: el proceso infinito de mantener indecidible lo que se lee, ya que la frase o la secuencia son incesantemente mayores que el proceso en el que se escriben. Por lo tanto, si el lector no quiere perder la vida, deberá aceptar las reglas de un juego al que se juega haciendo que los momentos de su lectura se desarrollen: tendrá que ensamblar los elementos del texto manifiesto para acompañar el proceso generativo de la escritura, que su lectura no podrá evitar transformar mediante el sueño de alcanzar el texto latente. El acto de escribir «sutura la brecha entre el texto manifiesto, ya leído, y el texto ignorado, suscrito y difundido»[23]Ibíd., p. 277. El texto manifiesto –en tanto que estrato secuencial del libro- presupone un texto latente. El paso de uno a otro hace de la máquina textual el análogo del trabajo onírico. Podemos, pues, distinguir, por un lado, el texto de una secuencia ya leída por el sueño de una secuencia futura, de esta misma secuencia comentada por la secuencia presente que fue escrita (en) el futuro de la lectura de la secuencia anterior de la que procede, por el otro. La máquina textual no transcribe nada, no traduce nada, transforma su propia lectura, un poco a la manera en la que Deleuze y Guattari entienden la máquina textual de Kafka, llena de «contenidos y expresiones formalizados en diferentes grados así como por materias no formadas que entran en ella, y salen de ella y pasan por todos los estados»[24]DELEUZE, Gilles, GUATTARI, Felix. 2001. Kafka o por una literatura menor. México: Era, p. 17.
Por su parte, las diferencias entre los textos latentes y los manifiestos no sólo se refieren a la diferencia entre los archivos (que no se dan a leer en la Biografía, sino sólo en los Cuadernos[25]Vid., LAPORTE, Roger. 1979. Carnets. Paris: Hachette, pp. 328) y el texto de la Biografía, sino también a una economía entre las secuencias de la Biografía. Sin embargo, esta distinción, que me parece operativa para situar la economía de lectura que requiere la máquina textual, no siempre es decidible. Cuando «Roger Laporte» escribe que se relee a sí mismo con vistas a escribir, no siempre podemos saber si el texto que relee es legible para nosotros o si, sencillamente, pertenece a sus archivos, y esta indecisión daría al lector rienda suelta a su lectura soñada. Pero esta indecisión es también, para dicho lector, el desgarro de su lectura por el que la vida de la escritura se protege contra sí misma y correlativamente contra la lectura por la repetición, para ella, del desgarro, porque «perder el desgarro sería perder la escritura, por tanto, enigmáticamente, perder la vida». ¿El trabajo de la escritura escapa a la lectura, o su pérdida no es, en verdad, el precio a pagar para que la vida de la escritura sea un proceso continuo de producción que no niega la singularidad de la vida de la escritura, sino que continúa sólo en la multiplicación de las lecturas que puede activar? La realidad de «una vida» no está en el libro terminado de Una vida, sino en el sueño de un lector que está lo más cerca posible de la escritura, haciendo la obra lo más íntima posible. La posibilidad de fracasar es la posibilidad de que el lector perciba en el fracaso la posibilidad de una escritura infinita de escritos acabados. Infinita, acabados… la vida de la escritura, allí donde se experimenta, no se inscribe en una genealogía, ni en una génesis, sino en el acontecimiento de una discontinuidad que siempre es anticipada por la lectura. Y, ciertamente, la lectura puede seguir siendo imaginaria, ya que la lectura nunca coincidirá con la escritura, pero este imaginario permanece lo más cerca posible de la vida de la escritura en la que consiste el nombre de una vida.
«Estas líneas se escriben de forma efímera, aunque de una vez por todas: es una suerte que así sea, pues si el texto o la obra fuesen un producto definitivo, reducirían al lector a utilizar perezosamente el libro como objeto de consumo, pero, sin embargo, así como este texto se constituye transformando textos ya escritos, servirá de manera eventual como materia prima, siempre ya trabajada, para una obra posterior que podrá ser realizada por quien se dice yo, pero igualmente por el lector, abandonando, continuando la obra a su manera»[26]LAPORTE, Une Vie, Op. Cit., p. 291. Creo que aquel lector que fue Laporte, aunque Laporte no está, se vio abocado inevitablemente a querer terminar su obra para no perderse en un comentario que nos alejaría de Una vida, pero la negativa a perderse significaría la pérdida de la lectura. La empresa de Roger Laporte, por muy razonable que sea, y cómo no iba a serlo, conjura la mala finitud, que al reducir la lectura a la legibilidad, la desvía de su poder de escritura, desvelado en esta identidad de vida y escritura. La lectura de Una vida es una experiencia de escritura que engendra otras vidas a partir de su lectura, y a partir de la cual se puede soñar y escribir realmente una vida de escritura, que siempre está ahí en la lectura, que ya está por venir. Por-venir, en futuro, en souffrance.
Al leer la Biografía, quise creer, yo mismo, que podría ser ese lector ideal con el que soñaba Roger Laporte, que habría leído sólo su obra de ficción y que podría reconstituir sus lecturas, no para componer sus artículos, sino para leer a Roger Laporte leyendo a «Roger Laporte» escribiendo el Libro por Venir. Tanto la lectura como la escritura actúan no sólo sobre el lenguaje sino sobre el pensamiento. Me parece, pues, que la empresa de Roger Laporte no consiste en salir de la filosofía, ni de la literatura, sino en acentuar su brecha para significar sus deudas mutuas (lo pendiente), al tiempo que intenta por sí mismo releer la literatura y la filosofía en el lenguaje de la Biografía, un lenguaje cuyo rigor y precisión están estrictamente ordenados a una empresa que «actúa sobre el lenguaje, un nudo estratégico del que dependen muchas cosas, si la escritura cambia las estructuras falsamente inmutables de la gramática espiritual y transforma el uso mismo del pensamiento, a la larga la escritura también modificará la armadura que comanda la ideología de toda la cultura»[27]Ibíd., p. 434.
¿Qué es una vida de escritor? ¿Una aventura inacabada que termina[28]LAPORTE, Moriendo, Op. Cit., p. 43? O, por otra parte, ¿una aventura que no es comparable, como dirá Laporte en sus Études, cuando escribe sobre Blanchot, a una temporada en el infierno[29]LAPORTE, Roger. 1990. Études. Paris: P.O.L., p. 189? La propia vida de la escritura nos dice que toda empresa de escritura sometida al rigor biográfico es sólo la vida de otra vida que la escritura, incapaz de escribirla, no escribirá. La vida robada por la escritura, de la que ésta nunca escapa, actúa simultáneamente sobre el lenguaje y sobre la lectura. La vida de la escritura sólo es vivible a través de la lectura, que aumenta un deseo de escribir que atraviesa y desgarra al lector y al escritor al mismo tiempo. Al no dejar de solicitar el fracaso, «Roger Laporte», este nombre impronunciable, entrecomillado, que ya no está, quizá tuvo la extrema modestia de atreverse a esperar que un lector fuese capaz de escribir.
Título: Moriendo |
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Referencias
↑1 | LAPORTE, Roger. «Le oui, le non, le neutre», en Critique, nº 229, junio 1966, p. 579 |
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↑2 | LAPORTE, Roger. 2006. Moriendo. Madrid: Arena Libros, pp. 69 |
↑3 | LAPORTE, Roger. 1986. Une Vie. Paris: P.O.L., p. 274 (todas las traducciones son nuestras) |
↑4 | DERRIDA, Jacques. 1997. Cómo no hablar y otros textos. Barcelona: Proyecto A, p. 31 |
↑5 | DERRIDA, Jacques. 2014. Posiciones. Valencia: Pre-Textos, p. 64 |
↑6 | DERRIDA, Jacques. 1979. De la grammatologie. Paris: Minuit, p. 308 |
↑7 | BLANCHOT, Maurice. 2010. «Ne te retourne pas», en La Condition Critique. Articles 1945-1998. Paris: Gallimard, p. 352 |
↑8 | LAPORTE, Une Vie, Op. Cit., p. 274 |
↑9 | DERRIDA, Jacques. 1988. The Ear of the Other: Otobiography, Transference, Translation. Lincoln: University of Nebraska Press, p. 19 |
↑10 | MERLEAU-PONTY, Maurice. 2010. Lo visible y lo invisible. Buenos Aires: Nueva Visión, p. 90 |
↑11 | LAPORTE, Une Vie, Op. Cit., 234 |
↑12 | Ibíd., p. 478 |
↑13 | Ibíd., p. 291 |
↑14 | Ibíd., p. 482 |
↑15 | Ibíd., p. 341 |
↑16 | Ibíd., p. 274 |
↑17 | Ibíd., p. 256 |
↑18 | PLATÓN. 1992. Diálogos VII. Dudosos, Apócrifos, Cartas. Madrid: Gredos, p. 516 |
↑19 | LAPORTE, Une Vie, Op. Cit., p. 361 |
↑20 | Ibíd., p. 432 |
↑21 | Ibíd., p. 270 |
↑22 | CIXOUS, Hélène. 2015. La llegada a la escritura. Buenos Aires: Amorrortu, p. 36 |
↑23 | Ibíd., p. 277 |
↑24 | DELEUZE, Gilles, GUATTARI, Felix. 2001. Kafka o por una literatura menor. México: Era, p. 17 |
↑25 | Vid., LAPORTE, Roger. 1979. Carnets. Paris: Hachette, pp. 328 |
↑26 | LAPORTE, Une Vie, Op. Cit., p. 291 |
↑27 | Ibíd., p. 434 |
↑28 | LAPORTE, Moriendo, Op. Cit., p. 43 |
↑29 | LAPORTE, Roger. 1990. Études. Paris: P.O.L., p. 189 |