En la infancia todos hemos soñado con piratas, con bandidos, con policías, con misterios y tesoros encontrados casualmente en medio de parajes por los que hemos transitado a menudo. Cuanto más pequeños, mayor la ilusión y el poder de la imaginación; según crecemos aumenta nuestro escepticismo y los adultos van perdiendo su poder de influencia, esos amaneceres llenos de promesas empiezan a transformarse en rutinas que ya no nos encandilan. Para Biel, el más pequeño de los hermanos protagonistas de esta historia, aún persiste esa idea de la vida como un juego continuo lleno de aventuras, para Tina, sin embargo, se va acercando esa edad en la que la inocencia y la ingenuidad comienzan a desaparecer, donde se mezcla el deseo de seguir confiando en tesoros y la bondad de la gente, aunque el día a día ofrece realidades muy distintas.
Marc Recha continua su sendero trazado de manera independiente y alejado de cualquier corriente mayoritaria, desde la excelente Petit indi, pasando por la menos conseguida pero muy consecuente con su idea cinematográfica Un día perfecto para volar, hasta llegar a La vida lliure, que guarda enormes concomitancias con la anterior, notable y por momentos lírica propuesta que mezcla lo puro de la infancia con lo más deshumanizado de la edad adulta, siguiendo la ruta que se sirve de la mirada infantil o juvenil para retomar esas viejas historias de sobremesa, o nocturnas, embozados en la cama esperando un cuento que nos adormezca y deje descansar a nuestros mayores. Recha coloca a sus niños en el centro del relato, ajenos como están a las mareas que les envuelven en un entorno de pura naturaleza donde el hombre es quien sobra, sobre todo este tipo de hombres que se relacionan con Biel y Tina, hombres que se acercan a los menores pero guardan secretos inconfesables en su interior, secretos que pueden convertirse en verdaderas amenazas latentes que destrocen la vida futura de quienes ahora actúan sin ningún doblez.
El director encuentra en Sergi López su alter ego actoral, perteneciente a esta estirpe de intérpretes que dotan a sus personajes de credibilidad en todo lo que hacen, Rom se presenta ante los menores como un tipo afable, pero hermético, que interactúa con los niños de manera paternal pero que esconde un secreto que no conviene desvelar a quien con tanta confianza se ha acercado a ellos. En esa relación se mantiene ese hilo conductor que une La vida lliure con Un día perfecto para volar, si en ésta el verdadero hijo de Recha encontraba un padre sustituto en Sergi López, en su última película los niños que están siendo cuidados por su tío mientras su madre ha emigrado a Argelia, alcanzan a entablar una relación con el adulto desconocido como si de un hermano mayor y adulto se tratara, pero siempre con la distancia que marca desconocer lo que el propio espectador si sabe de la verdadera forma de ser de Rom, como si de un Long John Silver se tratara, capaz de hacer reir a los niños, pero también capaz de abandonarte en medio del mar sin agua y sin víveres. En esa relación que va forjándose entre el desconocido y los niños, la curiosidad de estos puede más que la prevención al extraño o el miedo a lo desconocido. Para nosotros, espectadores, Recha va sembrando las pistas necesarias para que nuestra mente adulterada por los años y maleada por las experiencias sepa interpretar qué y cómo espera Rom, para los niños que le rodean eso resulta imposible, carecen de las armas de lo vivido para representarse hasta dónde el juego deja de ser tal para convertirse en peligro.
La naturaleza va advirtiendo del peligro que acecha, en ese incipiente verano, o en sus estertores, las tormentas vespertinas no son meras nubes negras en el horizonte pasando a toda velocidad, como el viento no es un mero recordatorio de los elementos, sino el aviso de que el peligro acecha en cualquier tiempo y lugar. Parece así que el mar se transforma en el único refugio posible, atractivo como el azul turquesa de sus aguas, pero igualmente peligroso y amenazante, como las rocas que protegen la entrada en la bahía donde se ha refugiado una embarcación de recreo a la que Rom vigila desde su refugio. La figura de Rom ofrece a los niños la capacidad de reforzar su determinación, de escoger su futuro y buscar a una madre en plena Europa sumida en una guerra mundial y con la gripe haciendo estragos en el continente. Estamos en 1918, y el mundo de los juegos de estos menores se va viendo cercando por la edad y por la toma de conciencia de la muerte como algo inevitable y muy cercano, que no hace distinciones de edad, nacionalidad o cercanía. Buscar a una madre y reunirse con ella es una manera de hacerse adulto, aunque para ello sea preciso reunir un dinero que sólo puede conseguirse como ocurre en los cuentos, encontrando un tesoro oculto.
Como cuento que es, Recha decide que no puede resultar distorsionador del futuro, no puede dejar una huella indeleble que destroce la fe de estos niños en su porvenir y en su confianza en el género humano. Huir no es abandonar sin mirar atrás, sino obedecer al instinto y seguir la llamada de una ausencia para la que Rom sólo es un sustituto momentáneo. Rom no puede aprovecharse de estos niños como si fueran extraños o seres a esquilmar, en esos días de incipiente verano o fín del mismo, entre adulto y niños se establece una relación de ósmosis en la que ambos obtienen y dan; ni uno puede extender su maldad justificada en todas las direcciones ni otros pueden permanecer ingenuos y frágiles por siempre. En ese duelo, a veces silencioso, una sonrisa de una niña descubriendo el rincón escondido del verdadero Rom, pese a las dudas y el desengaño, vale por toda una historia de fantasías inventadas, viejas leyendas de princesas abandonadas, mansiones encantadas y submarinos acechantes. Recha salva a sus niños ayudándoles a que conozcan la verdadera naturaleza del ser humano, pero no de manera descarnada. Para Tina y Biel, Rom encarnará la figura del aventurero romántico y libre pase lo que pase, para nosotros, adultos sin remedio, la historia será bien distinta, por eso sólo cabe disfrutar con la salvación de quien todavía tiene por delante la capacidad de cambiar las cosas.
Ficha técnica |
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