Recordaba que en la adolescencia la noria había sido una de esas atracciones donde le gusta montar, subir, cerrar los ojos y dejarse llevar. Pero al bajar y mirar hacia arriba había algo que no le encajaba del todo, que le echaba para atrás de ese armatoste de hierros, no sabía si era por la forma, por la similitud de ver dar vueltas tocando tierra firme o qué.
Ahora con el paso de los años y ya en su madurez, ese juego lo veía desde la distancia, pero lo comparaba con las personas. Sabía que le gustaba pero al mismo tiempo no llegaba a entusiasmarle la idea de los giros, de los cambios, de estar arriba o abajo, a él le gustaba el centro. Lo que se llama cotidianamente el término medio. Así, desde un banco del parque de atracciones mientras veía a la gente disfrutar, se dio cuenta que le gustaba la linealidad que le daba la tranquilidad, ya no quería giros en norias de hierro ni mentales, ni suyas ni de quienes le rodeaban.