Lo había heredado, era goloso, pero muy goloso. Además de esa herencia tenía muchas más de su padre y de su madre, pero para él lo más importante era lo que recordaba de ellos mientras comía. En la mesa siempre evocaba los momentos de felicidad alrededor de la misma, de las situaciones, de las reuniones y de los cumpleaños que siempre había un pastel, e incluso alguno muy especial
Le gustaba fantasear con cada recuerdo de cada tarta: el año pasado la tarta de Luis fue de chocolate y no sopló las velas, la de Marta de almendras y no quedó ni una pizca, la de Javier de hojaldre, espectacular como siempre. Pero esos recuerdos iban acompañados de muchos anhelos, de personas que a veces no podía ver.
Hoy era su cumpleaños y le habían preparado una grata sorpresa alrededor de una tarta. Habían quedado en su casa, en su jardín, pero le pidieron que esperase dentro y que cuando todo estuviese listo saliese con los ojos cerrados. LLegó el gran momento, se encontraba nervioso, pensando de qué sería éste año su tarta. Era de manzana con guindas, como la que preparaba su madre cuando era pequeño, su cara se iluminó. ¡Qué bien habían elegido! Cuando sopló y levantó la vista la guinda del pastel estaba enfrente. Sus padres habían recorrido medio mundo para que el goloso de su hijo volviese a saborear los dulces y sabores de su infancia.