La guerra de Invierno, Premio Internacional de Poesía “Miguel Hernández-Comunitat Valenciana”, editado por Hiperión en 2013, es el tercer escalón de una poética desbordante, la de Ariadna G. García, que consagra una madurez lírica que anunciaban Napalm (2001, Premio Hiperión) y Apátrida (2005, Premio Arte Joven de la Comunidad de Madrid).
El verso se enfrenta a la prosa, el individuo se encara a la historia para retener el tiempo en este universo helado que configura la autora en torno a un marco geográfico concreto: los escenarios de la Guerra de Invierno entre el Ejército Rojo y la resistencia finlandesa en uno de los episodios bélicos iniciales de la II Guerra Mundial.
Pese a la estampa culturalista, el verso es sereno, guarda la sencillez del encuentro que narra, porque Ariadna describe, pero sobre todo narra la celebración de dos cuerpos y el abismo del hielo, el abismo del tiempo, que rodean simétricamente una sucesión de breves prosas que relatan el alma de algunos de los protagonistas de la resistencia finlandesa.
La primera parte presenta una constelación íntima de instantes que no se dejan morir y una constante revelación de una geografía que se convierte en protagonista del relato ante un sujeto espectador que observa, “con la mirada virginal y curiosa de los gatos”, como observa el fotógrafo la vida detrás del objetivo, la perplejidad de la soledad. La soledad helada de un cementerio que es en realidad la manifestación de la calma de los dedos recorriendo los pechos de otro cuerpo al calor de la sauna, que busca la arteria que detenga el tiempo, que contempla el éxito loable del pasado en una fortaleza que conserva cañones que apuntan inútilmente hacia al recuerdo, pero que de alguna forma han conseguido parar el tiempo en la mirada del viajero.
La segunda parte es una celebración de la literatura en las mitologías íntimas de personajes y murallas de la resistencia finesa. La construcción de un universo poético quizá sea precisamente eso, que la información de Wikipedia nos resulte escasa, pequeña, insuficiente, ofensiva“(La Guerra de Invierno (en finés talvisota, en ruso имняя война, en sueco vinterkriget) estalló cuando la Unión Soviética atacó Finlandia el 30 de noviembre de 1939, tres meses después del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Stalin había esperado conquistar el país entero para finales del año, pero la resistencia finlandesa frustró a las fuerzas soviéticas, quienes superaban en número a los fineses en tres a uno. Finlandia aguantó hasta marzo de 1940, cuando se firmó un tratado de paz cediendo cerca del 10% del territorio finés y el 20% de su capacidad industrial a la Unión Soviética”). Porque el lector de La Guerra de Invierno conoce la historia de Birger Wasenius, medallista olímpico en Alemania en 1936, que corre los 1500 metros de la pista de hielo como quien corre por un bosque huyendo del ejército enemigo antes de ser abatido, conoce la infancia del soldado que contempla el Istmo de Karelia donde pescaba, donde “no trata de defender una frontera, sino su propia infancia”, conoce la esperanza congelada de los jóvenes soldados rusos hundidos por las minas finlandesas en el mar de hielo, la crueldad de las granadas, las sensaciones del individuo frente a las palabras de la historia: la lírica frente a la historia.
El poemario se cierra de nuevo en el presente, donde el sujeto vuelve a la meridiana claridad del ritmo endecasílabo y a las geografías de la nieve, en una suerte de aura mediocritas en el Círculo Polar Ártico, (“un ángulo me basta entre mis lares / un libro y un amigo…”): “apenas dos personas / por kilómetro cuadrado. / Estás conmigo aquí. / Nada me falta”), donde de nuevo se celebra la soledad de dos cuerpos que se bastan al abrigo del fuego, en medio de la nada, en medio del hielo. Dos cuerpos que atrapan el tiempo parado, la esencia de la eternidad, en un Réquiem de Mozart, en la arteria por donde corre la sangre hasta su sino, en las carreteras por donde un coche contempla su deshielo.
“La poesía es un género incendiario”, he leído en el blog de la autora. La poesía es un género incendiario en la pureza del hielo, en la soledad del frío, en la resistencia de lo íntimo y en la valentía de los abatidos. Un género incendiario, también, en La guerra de invierno.
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