Antes saquear, el general siempre nos arenga a repartir la suerte de nuestras espadas pasando a cuchillo a todos por igual y sin dejar prisioneros. A las mujeres dice, las violaremos después del pillaje, y a los niños les encadenaremos los tobillos para que lleven la carga hasta el próximo puerto donde les venderemos como galeotes. Nos había ido bien, hasta ahora, que todo se ha vuelto extraño. Al principio algunos decidieron seguirle la corriente cuando mandaba cargar y meneaban un poco los pies; incluso gritaban consignas de sangre y fuego, como antes. Pero hace calor, la soga aprieta y muchos estamos cansados. Más pronto que tarde alguien se mecerá en largo, le dará una patada para que se calle y le dirá que hace años que nos ajusticiaron y solo somos un puñado de esqueletos desvariando; aunque apostaría que ya lo sabe.