Las dos veces que fue nominada al Premio Nacional de Literatura en Chile (2002 y 2010), escritores y académicos se opusieron a dicha candidatura, alegando que se desvirtuarían los principios y criterios literarios que sustentaban el galardón. Al parecer, ella sólo podía ser considerada un éxito de ventas, ya que hacía “literatura de aeropuerto”. Roberto Bolaño afirmó de forma tajante que ni siquiera era escritora, sino “escribidora”. Armando Uribe, cuando ésta fue premiada, declaró que había triunfado el capitalismo. Ella, por su parte, asegura que no lee todo aquello que se publica sobre sus libros; entre otros motivos, porque no sabe tantos idiomas. Lo que sí toma en cuenta es la respuesta de sus lectores, no la crítica en los periódicos.
El caso es que, a día de hoy, es la escritora viva más leída del mundo en castellano, y ha sido traducida a más de cuarenta y dos lenguas. Aparte de lo mencionado con anterioridad, posee un buen número de distinciones que le han otorgado en diversos países, como Chile, Alemania, Francia, México, Italia, Portugal, Estados Unidos, Inglaterra, Dinamarca o España. Podemos citar el Premio Ciudad de Alcalá de las Artes y las Letras (Alcalá de Henares, 2011), el Hans Christian Andersen de Literatura (Odense, 2012) o el Nacional del Libro (Estados Unidos de América, 2018). También, fue condecorada con la Medalla de la Libertad (EEUU, 2014) y es Doctorada Honoris Causa por la Universidad de Santiago de Chile (2015). Desde 2004 es miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras.
Mis veranos de la infancia están ligados a Isabel Allende (Lima, 1942). Sus títulos, año a año, convivían con adultos y niños entre tazones de gazpacho, baños en la piscina, merendillas con bocadillos de atún y hamacas a la sombra de un eucalipto. Los mayores hablaban acerca de una casona, donde varias generaciones iban dejando su huella, mientras Chile sufría una transfiguración; y sobre la muerte, la enfermedad y el coma de su hija. Puede que “La casa de los espíritus” (1982) y “Paula” (1994) fueran las primeras portadas que descubrí, pero sus lecturas no se produjeron hasta que cursé el bachillerato. Me inicié con “Eva Luna” (1987) y nació mi fascinación por su narrativa -sea buena o mala-. Más tarde, ya en la Universidad, devoré “De amor y de sombra” (1984) y “El plan infinito” (1991). Luego, durante la crisis económica que comenzó en 2008 y se prolongó mucho más de lo previsto, mi refugio fueron “Hija de la fortuna” (1998), “Retrato en sepia” (2000), “Mi país inventado” (2003), “Inés del alma mía” (2006), “La suma de los días” (2007) y “La isla bajo el mar” (2009). Aquí sitúo el punto de inflexión en su trayectoria como autora, pues su obra experimenta una serie de cambios, que pueden tener su origen en el uso cotidiano de un idioma que no es el suyo y en una serie de hábitos, adquiridos poco a poco, en su país de adopción. Porque todo nos influye y eso se advierte en “El cuaderno de Maya” (2011), “El juego de Ripper” (2014), “El amante japonés” (2015), “Más allá del invierno” (2017), “Largo pétalo de mar” (2019), “Mujeres del alma mía” (2020) y “Violeta” (2022); así como, en su última novela.
En “El viento conoce mi nombre” (2023), la narradora chilena vuelve a conectar pasado y futuro, en un ejercicio de empatía emocional e investigación histórica. El realismo mágico pierde relevancia, pero no desaparece. De hecho, sigue siendo una de sus señas de identidad, aunque el estilo se acerque más al movimiento posboom. Sin embargo, tampoco en ella sus personajes son héroes, ni triunfadores, sino supervivientes. Sus historias son tristes, mas no abandonan la linde de los días, porque vivir es la razón. Si bien, prefiere mujeres protagonistas; imperfectas, pero atractivas por su arrolladora personalidad.
“Con su maletita, su violín y el abrigo manchado de vómito”[1]ALLENDE, Isabel. 2023. El viento conoce mi nombre. Barcelona: Penguin Random House, p. 62 se vio Samuel, refugiado en una tierra extraña y muy lejos de su Viena natal, meses después de la fatídica noche de los cristales rotos. Pasadas varias décadas, Anita será un reflejo de ese niño austríaco, como inmigrante ilegal en Estados Unidos. Nada tienen que ver unas circunstancias con otras, pero les une el terror, la pérdida, el abandono, el desarraigo, el mundo imaginario que ambos crearán para abstraerse de la cruel realidad. A él lo salvará la música; a Anita, las charlas con su hermana, su angelina, y Azabahar, una estrella muy lejana, donde reunirse con los ausentes.
El dolor no nos transforma a todos por igual, pero las heridas sólo cicatrizan con comprensión y afecto. Los Evans, Selena y Frank, Nadine LeBlanc y Leticia serán el engranaje que permita el sosiego, una suerte de paz a pequeña escala. Cada uno, con sus batallas internas, tenderán puentes y esquivarán obstáculos, porque la esperanza crece en compañía. Incluso para aquel que adopta el papel de testigo indiferente, hay una oportunidad de retomar y dar al otro lo que precisa. Y este continúa siendo uno de los tejidos imprescindibles en los tapices de Isabel Allende, que hila sus obras con abundantes dosis de humanidad.
El lector fiel reconocerá a la autora en cada una de sus páginas, al tiempo que percibirá ese salto cualitativo y progresivo en su escritura. No es más que la evolución de su trabajo, la combinación de dedicación y búsqueda en el arte narrativo.
Camilo Marks explicó hace tiempo que había dos maneras de leerla, escudriñando sus defectos o pasando un buen rato. Entre ambas direcciones se hace difícil un término medio. Opino como él, hay quienes siempre la detestarán, mientras que otros esperarán impacientes cada nueva publicación.
Título: El viento conoce mi nombre |
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Referencias
↑1 | ALLENDE, Isabel. 2023. El viento conoce mi nombre. Barcelona: Penguin Random House, p. 62 |
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