—Ahora ya solo queda hacer las maletas. —dijo Ella con gesto ilusionado. Él seguía cabizbajo, acariciando la paloma muerta, tibia aún entre sus manos. —Hemos hecho un buen trabajo aquí, a pesar de todo. —le susurró para intentar consolarle. Asomados al confín de la Tierra, contemplaban cómo las aguas iban reconquistando sus dominios. Cubrían vertiginosamente ciudades, carreteras, cultivos. Daban líquida sepultura a todos los seres del cielo y la tierra; a sus obras y huellas ya fueran fallidas o acertadas. La luz del planeta azuleaba en una intermitencia ahogada mientras el sol, congelado, se hacía añicos. —Dicen que en Venus han encontrado indicios de vida… —propuso Él. —No. Es hora de que descansemos, marido; el Jardín del Edén nos espera, y hemos de prometernos que jamás volveremos a jugar con barro.