Solo dos cineastas americanos han conseguido, en la actualidad, convertir sus nuevos trabajos en visionados imprescindibles para mí. Qué uno de ellos sea Paul Thomas Anderson no es ninguna sorpresa pero si digo que el segundo es Don Hertzfeldt la cosa puede cambiar. El animador de California es de los pocos cineastas verdaderamente independientes en la forma más pura del término. Sus trabajo se centra principalmente en cortometrajes animados y su fama ha ido creciendo a base de premios (ha sido nominado a dos Oscars entre otros muchos reconocimientos), el acceso a su obra vía internet y el reconocimiento de sus pares (una muestra de ello es el alucinado opening especial que realizó para The Simpsons).
Decía independiente porque Hertzfeldt ha hecho de la necesidad uno de los principales rasgos de su forma. Con un dibujo verdaderamente austero, de monigote y garabato, ha llegado a crear unas formas visuales muy personales e identificables que ha ido aumentando y perfeccionando a lo largo de sus dos décadas de carrera. Los premios en metálico de los festivales, los escasos cines en los que con su presencia física se proyectan sus obras en Estados Unidos y una fiel comunidad de fans a través del visionado bajo demanda en internet componen las vías de financiación de este creador total.
Tras una carrera dedicada al cortometraje con trabajos como Ah, L’amour (1995), Billy’s Balloon (1998) o Rejected (2000), todos ellos plagados de un singular humor negro unido a una humorística filosofía pesimista y nihilista de la vida, el animador dio un paso de madurez en su obra al comenzar a plantearse, frente a frente, las grandes preguntas del ser humano con El sentido de la vida (2005). Fue entonces cuando el cineasta californiano comenzó a realizar la obra que me hace hoy escribir este texto, la llamada Trilogía de Bill. Ante la imposibilidad económica de pasar años realizando un largometraje, Hertzfeldt planteó su trabajo en forma de tres cortometrajes que, una vez acabado el tercero, se unirían en el que a día de hoy es su único largo. Así, Everything Will Be Ok (2006), I Am So Proud of You (2008) y It’s Such a Beautiful Day (2011) se unieron en una película de solo sesenta y dos minutos en 2012, titulada como el último de sus fragmentos.
El largometraje supone un complejísimo trabajo cuya evolución de formas se relaciona con el paso evolutivo entre los tres cortometrajes que lo componen, a cada uno más complejo y ambicioso. Centrando su historia en Bill, la voz en off (interpretada por el mismo Don Hertzfeldt) narra de forma omnisciente los pensamientos, diálogos y acontecimientos pasados, presentes y futuros de los personajes. Mientras, una imagen sin formato en donde el negror se abre en formas irregulares a imágenes animadas, grabadas (en multitud de soportes y colores) o de archivo se combina en un collage creciente a lo largo de los minutos con un ritmo arrebatado cuyo crescendo visual es acompañado por el entusiasmo sonoro de la voz de Hertzfeldt y el poderoso acompañamiento musical, compuesto por diversas obras clásicas.
La historia, un melodrama salpicado de humor negro, cuenta en su primera parte el día a día, rutinas y manías existenciales de Bill, un hombre de mediana edad gravemente enfermo. En la segunda parte, entre el recuerdo y la alucinación, el largometraje retrocederá a la infancia y el entorno familiar del protagonista regalando varios momentos y personajes propios de la personalidad creativa de Hertzfeldt (El hermano de brazos de alambre o las muertes por el tren son un claro ejemplo). Finalmente, Bill y el propio Hertzfeldt lucharán contra su propio relato por mantener con vida al personaje en un fragmento que no teme sublimar su narración, derivando a conceptos como la inmortalidad, la existencia humana, la amnesia o el amor en su más amplio sentido. Sin duda, escenas como la unión de Bill con su padre en el asilo o la poética imagen final, así como el ritmo de las acciones repetidas, conforman las cumbres estéticas y narrativas de este bello largometraje y de todo el de cine de Don Hertzfeldt.
Por la amplitud de su historia y temas, por su humor y su tristeza, su fantasía y su crueldad, su independencia y humildad, pero con la ambición, valentía y falta de prejuicios de su propuesta visual It’s Such a Beautiful Day (2012, hablamos del largometraje) supone, en mi opinión, la mayor cumbre cinematográfica de la última década y una de las pocas películas que se me ocurren (dentro de mi humilde formación cinematográfica) de ser tildada, sin reparos, única. A modo de cierre de este texto, más que crítico o de análisis, de reivindicación y reseña de un cineasta meritorio desde mi singular y desvergonzada admiración por su trabajo, valga decir que en 2015 estrenó también un maravilloso mediometraje de ciencia-ficción en donde una niña ha de ir al futuro creando una serie de cambios temporales. Una continuación y un avance artístico, tanto en lo temático como en lo formal, de It’s Such a Beautiful Day titulado World of Tomorrow. Su próximo proyecto, anunciado para el inminente 2017, se titula Antarctica. Estén atentos.
Ficha técnica