Ya pueden desaparecer definitivamente los Premios Nobel que Haruki Murakami seguirá llevando el sobrenombre de «eterno candidato al Nobel». Pero es posible que sean solo sus seguidores quienes tengan en los premios más interés que el propio escritor. Al menos en el momento en el que escribió uno de los capítulos del libro De qué hablo cuando hablo de escribir.
A falta de entrevistas del autor, en este libro de ensayos autobiográficos podemos conocer las reflexiones del escritor japonés sobre su profesión y la escritura.
Haruki Murakami vive alejado del mundo literario porque nunca pensó en ser escritor. Simplemente un día escribió una novela. Esa es su respuesta a una crítica que achacaba ese distanciamiento al hecho de no haber ganado el Premio Akutagawa en ninguna de las dos ocasiones en las que estuvo nominado. Está considerado un referente de la literatura japonesa, es un autor best seller que no se prodiga en los medios, apenas se relaciona con gente del sector, y al que el marketing ayudó a vender un millón de copias en una semana en Japón. Que piensa él de esas maniobras comerciales no lo dice, pero sí que los premios literarios son meros actos sociales, conductos para dirigir momentáneamente el foco de la atención pública pero que no sirven para insuflar vida a las obras. Estas permanecerán en el tiempo si son buenas de verdad, serán recordadas por ello y no por los premios que pudieran recibir, las obras ni sus autores. Ni siquiera deberían servir para compensar un esfuerzo, como mucho para estimular al autor en la búsqueda de algo nuevo que ofrecer a los lectores.
Escribir novelas no es para inteligentes
Sin embargo, del esfuerzo habla en otro de los capítulos como el pilar fundamental de los escritores, de los que quieren vivir de ello. El esfuerzo y la perseverancia, porque «escribir una novela pasatiempo puede escribirla cualquiera que sepa redactar correctamente, no requiere entrenamiento previo». Basta un bolígrafo, un cuaderno e imaginación. Y con eso ya puede subirse al ring de boxeo. Un ring, el del género de la novela, donde todos tienen cabida pero en el que lo difícil es mantenerse. Se necesita una predisposición que pocos tienen.
«Escribir una o dos novelas buenas no es tan difícil, pero escribir novelas durante mucho tiempo, vivir de ello, sobrevivir como escritor, es extremadamente difícil».
Escribir novelas es un trabajo lento, laboriosos, poco directo y con un rendimiento muy escaso. Consiste en la paráfrasis continua. Pasarte un día entero encerrado para escribir una frase memorable y que nadie te felicite por ello. Ni siquiera cuando todo ese esfuerzo diario se convierta en libro, puede que no haya ni un solo lector que repare en la precisión y magnificencia de esa oración. No es un trabajo para personas extremadamente inteligentes porque ellas buscan el rendimiento inmediato y la eficacia; y esa no es la máxima del escritor.
Según Murakami son diez los años que la inteligencia puede dedicarse a escribir novelas. A partir de ahí, es necesario algo más grande que sustituya a la inteligencia. Ni siquiera tiene que ver con el talento. Sino con la perseverancia, la resistencia y un trabajo prolongado en solitario.
Un estilo propio que nace del inglés
Esos son los primeros consejos sobre escritura de un libro que nació con la intención de reflexionar y explicar el camino de escritor de Haruki Murakami.
No podría considerarse, sin embargo, un manual de escritura como sí se ha hecho con Mientras escribo de Stephen King, pero por supuesto que desprende consejos. La máxima que todos repiten, leer mucho. Pero coincide precisamente con el norteamericano King en sugerir la lectura de libros malos o no tan buenos para aprender también de ellos.
Habla sobre el trabajo, la mecánica de escribir novelas largas, la originalidad y la necesidad de tener un estilo propio. Precisamente el nacimiento de su propio estilo es el que le valió las primeras críticas negativas.
En el proceso de creación de su primera novela descubrió que utilizando el inglés donde, al contrario que en el japonés, las estructuras gramaticales y las palabras son limitadas podía hacerse entender fácilmente con la combinación eficaz de esos elementos limitados. Traduciéndolo al japonés descubrió un estilo propio, su propia voz.
Romper con el conservadurismo japonés y escribir en otro idioma no ha sido bien visto por la crítica japonesa. Pero esa incursión anglosajona es la que hizo brotar el estilo de Murakami.
De qué hablo cuando hablo de escribir puede considerarse el segundo volumen de una serie de títulos personalísimos que inauguró De qué hablo cuando hablo de correr. Si ese primer libro lo componían textos que se centraban más en la parte personal del autor; este lo componen once ensayos sobre la escritura.
Los seis primeros capítulos, que Murakami tenía guardados en un cajón, fueron publicados por entregas en la revista literaria Monkey, y los restantes fueron escritos para completar el libro. Once ensayos autobiográficos donde hay espacio para reflexiones razonadas sobre el mundo literario y la industria en general, confesiones de un autor individualista cuyo carácter le ha servido para perseverar en la escritura y frente a las críticas.
«Ignoro hasta qué punto pueden servir a los lectores estas reflexiones, que, en alguna medida, solo son algo personal y diría que casi egoísta. No subyace en ellas un mensaje y tal vez solo reflejan procesos mentales míos. A pesar de todo, aunque se apoca cosa, me alegraría de verdad que sirvieron para algo».
Título: De que hablo cuando hablo de escribir |
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