(Si te has perdido la primera parte, puedes leerla aquí.)
Pasó un tiempo hasta que tuve la fuerza suficiente para dirigirme a ella. Me visitaba una vez al día, me aseaba, me daba algo de comida y se iba.
—¿Por qué estoy aquí? — No hubo respuesta hasta unos minutos después.
—Mi marido quiere que estés aquí.
Lo dijo con un acento extraño, pero con total corrección. Estaba claro que aunque no era española, llevaba tiempo en el país.
—¿Y quién es tu marido? ¿Y por qué me hace esto?— No pude contener las lágrimas y rompí a llorar.
Sentí su mano en mi hombro.
—Suéltame, por favor— le supliqué.
Pero no lo hizo, se fue y tardó dos días en volver. Ni siquiera me inmuté cuando entró, me sentía débil, no sabía cuánto tiempo podría aguantar así.
—Me llamo Amina— dijo retorciendo la esponja.— Soy la madre de Najem.
Najem. «No puede ser». De pronto, encontré un sentido a todo aquello, si es que podía tenerlo. Najem era un niño marroquí de 12 años, yo era su tutora el curso que decidió acabar con su tormento, en las vías del tren. Todo el colegio sabía que le hacían bullying, yo había sacado la cara por él en miles de ocasiones, había movido cielo y tierra para ayudarle. Hablé con los acosadores, con sus padres, intenté convencer al director para que les expulsaran. No lo hicieron pero les obligaron a asistir a una especie de terapia con psicólogos. Parecía que todo iba mejor, cuando sucedió.
—Lo siento— fue lo único que alcancé a decir.
—No tengo mucho tiempo. Saif, mi marido, está a punto de llegar. No sabe que te estoy dando de comer.
Y entonces me lo contó todo. Yo conocía a Saif. Mi padre tenía una frutería y él era su proveedor, desde hacía años. Le conozco desde que era pequeña y sé que les unía una gran amistad. Amina me dijo que se había sentido traicionado por lo que le había ocurrido a su Najem, a su estrella, traicionado por mí y en consecuencia, por mi padre.
—Él te culpa, Elisa. Sabe que eras su profesora y que lo sabías todo y cree que no hiciste lo suficiente. Pero yo sé que sí lo intentaste. Fuimos nosotros quienes no hicimos lo suficiente, no supimos comprender a nuestro hijo— tras una pausa, continuó.— Estoy atrapada, Elisa. Estás en el garaje de nuestra casa, no hay nadie a nuestro alrededor hasta unos cuantos kilómetros al este. Es imposible escapar caminando sin que te descubra, ni siquiera he tenido nunca el valor de intentarlo. Estoy incomunicada, lo tiene todo bajo llave. No sé lo que ocurre en el mundo, solo lo que él quiere contarme. No sé si te están buscando y tampoco sé los planes que tiene contigo. Te estoy dando de comer con lo que él deja para mí. Solo quiere hacerle daño a tu padre, quiere que sepa lo que es perder a un hijo y por eso te hace esto.
Lo soltó de golpe, me llevó un rato procesar la información.
—Tiene que haber algún modo de escapar, Amina.
—Lo he estado pensando— lo dijo mientras liberaba mis manos de las cuerdas.
[…] La historia continúa en Amanece Metrópolis. […]
[…] (Si te has perdido la segunda parte, puedes leerla aquí.) […]
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