Imposta una carcajada profusa y de notas graves, como la de los malos de los dibujos de la tele a los que mira de reojo, de los que aprende. Ellos son fuertes, nadie les castiga y todo el mundo les obedece. Menos al final, cuando aparece el protagonista y entonces pierden. Pero eso es falso, y él lo sabe. Se coloca otra vez frente al espejo y fuerza la pose: barbilla alzada, brazos cruzados, pie sobre el peluche derrotado y rodilla en alto. El cristal le devuelve la imagen enjuta de un rosario de costillas unidos por unos pocos gramos de carne. Mañana irá al colegio. Le pegarán de nuevo. No quiere ser bueno. Las películas mienten. Nunca ganan los héroes.