Descubrir el amor en la adolescencia tiene el peligro de no ser lo que uno espera o desea. La inocencia del primer amor es aquella que se pierde mucho más allá del cuerpo, de los valores y de la dignidad, es la que da por perdida la creencia incluso en uno mismo y puede desembocar en un rotundo viaje sin retorno.
El director Germinal Roaux en su segundo largometraje, Fortuna, juega con la palabra en sí, como nombre propio y como posible adjetivo de la vida que tiene la protoganista y de la que tiene por descubrir, sobre todo en la faceta del amor.
Fortuna es un refugiada que tiene 14 años y actualmente vive en una comunidad de eclesiásticos católicos en un monasterio en los Alpes suizos. Sobrevive al frío a la espera de una familia de acogida con la esperanza de no necesitarla y que Kabir, el hombre de quién se ha enamorado, cuide de ella. Todos tendrán que replantearse sus vidas y convicciones cuando Fortuna dé una inesperada noticia.
Plasmar la vida y drama de un refugiado desde una historia de amor y desamor en la adolescencia posee una carga argumental diferente para entrar al espectador, y el director lo hace no solo con un guion y giros, que van haciendo de la historia, una veracidad de la existencia de hoy en día.
Una nueva mirada ante los problemas de antaño entre hombres y mujeres por medio de una grabación en blanco y negro que nos remonta a mirar la pasado y ver desde nuestra comodidad problemas que se van sumando uno a uno, y ante todo sin ver mucha salida a los mismos.
La fotografía y el sosiego que tiene Fortuna es un aspecto que nos deja ir conociendo el interior de cada protagonista, con la influencia del lugar, de su pasado, de las creencias y de los anhelos en la vida.
Por momentos uno se puede acordar de la gran De dioses y hombres, ahí cuando el propio clero se plantea si el bien es aquél que ellos predican, siendo ellos mismos sus propios autocríticos. Una cinta llena de detalles sobre la humanidad y el egoísmo, todo por medio del semblante y mirada de una niña que solo quiere amar y vivir, pero que no sabe mucho más allá de la vida.
Diálogos certeros, con fondo, con forma, con la fuerza necesaria para reaccionar y reconocer cada una de las virtudes y de los defectos de lo expuesto.
Kidist Siyum que ya brilló en Efraín lo vuelve a hacer aquí, con una papel nada fácil de mantener, son la nobleza en su cuerpo y que tan bien está arropada en pantalla por Bruno Ganz que aporta la gran sobriedad y estabilidad que necesita la película, con una actuación que rememora los clásicos y el bien hacer sin florituras.
Fortuna es un filme que necesita y busca el interior de cada persona, más allá de su profesión o estatus, indaga en la nobleza y la inteligencia emocional para encontrar una paz interior fuera de los credos, solo en el día a día.