Y allí estaba yo: que si una barrena, un rizo, que si un ocho cubano con inversión… dándolo todo por controlar aquel don inesperado, entusiasmado con la idea de finiquitar el dichoso sambenito del: «son pájaros bobos porque no saben volar».
Y allí estaba esa inmensa orca asesina hacia la que me dirigía sin control: mirándome, hambrienta, con las fauces abiertas, pensando en su desayuno, demostrando el más absoluto desprecio hacia la evolución natural y hacia el primer pingüino índigo de la historia.
Y allí estaba la colonia; mi colonia: compañeros de toda la vida, amigos desde el huevo, aplaudiendo, gritando, animando como si no hubiese un mañana… coceados por la envidia, esperando mi error, jaleando a la ballena para que se me zampara.