Facebook fue creado por Mark Zuckerberg en el año 2004. El porqué de su nombre lo encontramos en el libro que, en primer año, se les da al alumnado nuevo para que conozcan al profesorado y demás miembros del personal que trabajan en la universidad. Lo que hizo Zuckerberg fue llevar este “facebook” a lo virtual. La iniciativa tuvo tanto éxito que los mismos estudiantes la empezaron a sacar fuera de la academia con el objetivo de poder estar relacionados con el resto de sus amigos utilizando la misma plataforma. En mayo de 2012 Facebook salió a bolsa siendo la tercera compañía que más valor alcanzó en su estreno en la historia de Estados Unidos, sólo por detrás de General Motors y Visa, con más de 104.000 millones de dólares. Cuatro años después la red social tiene ya más de 1.650 millones de usuarios registrados y está disponible en 90 idiomas.
Nunca en la historia un dispositivo había permitido tanta comunicación, tanta capacidad de convocatoria instantánea, de creación de opinión o de capacidad de movilización. En verdad, sin las redes sociales ninguno de los hechos políticos que han sacudido España (y el resto del mundo) en los últimos años serían pensables. Pero más allá de su carácter social y público también tiene una vertiente privada. Millones de usuarios comparten sus vídeos o fotografías, juegan y corren por hacer públicos los aspectos más inaccesibles de sus propias intimidades. Sin embargo, como ha pretendido poner de relieve el filósofo Vicente Serrano Marín en su perspicaz ensayo, Facebook no es una plataforma inocente de comunicación, sino que es, en términos foucaultianos, “un dispositivo biopolítico”, es decir, una máquina capaz de incidir en nuestra afectividad para convertirla en un factor de producción y de modificar las condiciones de vida de quien la usa. De hecho, en Facebook no encontramos un poder reconocible, no hay coerción evidente, nosotros mismos somos los que nos autodisciplinamos.
La red social estaría la encrucijada perfecta entre la vida afectiva, la pública y la cuestión de la libertad. Constituiría un dispositivo que hace jugar a la afectividad en el centro de lo público. Dicho en otras palabras, el ejercicio de la libertad, junto ámbito de lo íntimo, quedan absorbidos de manera plena por Facebook que los modela y lo reconfigura. De esta manera, nuestras expresiones, comentarios, manifestaciones de “me gusta” o visitas a páginas se enmarcan en una estructura que encaminan la vida afectiva del usuario a un proceso productivo que le es ajeno. Como pone de relieve el autor, especialista en filosofía moderna alemana, Facebook es un entramado en donde los afectos se convierten de forma automática en un dato estadístico al mismo tiempo que afirman una posición moral determinada y van construyendo una biografía, recrean un proceso mercantil.
El dispositivo creado por Zuchkerberg produce literalmente vida que nos gobierna. Daría cumplimiento a la idea teorizada por Michel Foucault del sujeto neoliberal como empresario de sí mismo, que como ha indicado el psicoanalista Jorge Alemán, a diferencia de los “cuidados de sí” clásicos o modernos que apuntaban, en el caso clásico, a protegerse de los excesos, y en el caso moderno, a buscar la mejor adaptación o alienación soportable, el empresario de sí, el sujeto neoliberal, vive permanentemente en relación con lo que lo excede, el rendimiento y la competencia ilimitada.
Facebook nos reclama el exceso de que seamos el actor de nuestra propia vida, que seamos nosotros los que racionalizamos nuestros afectos pero al mismo tiempo nos pide que entreguemos esos mismos afectos al máximo rendimiento y competencia. Serrano Marín lo ha visto bien cuando ha asegurado que la biografía de Facebook aparece así como la caricatura de la mercantilización generalizada de los afectos. De este modo, la racionalidad de Facebook, cumple con lo analizado por Heidegger con respecto a las “estructuras de emplazamiento” del ser propias de la técnica, que provocan en el ser humano una presentación de su existencia en forma de cálculo de sí, o con lo planteado por Lacan, en El discurso capitalista (1972), donde el sujeto ya sólo está condicionado por la “plusvalía” de goce.
Facebook ha asumido desde su creación un punto de partida nihilista. Se convierte en una comunidad de sentido, en una vía a la felicidad, pero también en una vía de servidumbre en la medida en que exige al usuario conjugar precariamente los tiempos y los afectos de su vida con los dispositivos instaurados por la plataforma. Por ello, Serrano Marín ha afirmado con agudeza que el botón de “me gusta” es decisivo en Facebook. Si tradicionalmente la felicidad se construía a partir de la acumulación constante de alegría con afirmaciones y desaprobaciones, con el botón los usuarios se benefician de una felicidad sin reprobaciones, lo que supone un quimera en el mundo real (p. 69).
Sin embargo, como ha destacado Zygmunt Bauman, no se crea una comunidad, la tienes o no, pero no se crea. De manera que Facebook termina estableciendo como un sustituto. La diferencia entre la comunidad y la red es que se pertenece a la comunidad pero la red te pertenece a ti. Se pueden añadir amigos, se pueden borrar y se controla a la gente con la que te relacionadas. Un goce que provoca una falsa sensación de comunidad en tiempos de ausencia de comunidad. Esto lo ha visto bien el autor cuando asevera con cierto pesimismo que “Facebook es nuestro horizonte” (p. 95). En verdad, sabemos que es una zona de confort, que estamos ante otra forma de recuperar la tribu o de sentirse masa (en términos de Le Bon), pero sin despojarse de la condición de individuo. Es un “me gusta” al nihilismo con todo lo que ello implica.
En síntesis, estamos ante un ensayo que sirve de avanzadilla para el abordaje filosófico de las redes sociales, especialmente de Facebook. Con su breve texto y con un léxico despejado de circunloquios Serrano Marín logra acercar desde una perspectiva foucaultiana y crítica la problemática de la red social a un público masivo. Junto al autor, debemos aseverar que en Facebook nuestra vida se convierte en un campo virgen para la relaciones mercantiles y para la extracción de plusvalía porque allí todo puede estar en venta, como lo están los miles de datos sobre nuestros gustos, afectos e intimidades. Así ha podido decir que la palabra clave de Facebook es biografía. En ella se incluye y se absorbe toda nuestra información. La biografía es el relato de nuestra vida y por ello la base de nuestra identidad. Ahora nuestro tiempo vivible, pensable y afectivo está absorbido bajo el manto cibernético del dispositivo azul. Facebook coloniza todas las zonas de la subjetividad a las que otros dispositivos modernos no habían llegado. Las modela sin coerción. Esta es su tarea. Sin embargo, no debemos olvidar, también con Foucault, que allí donde hay poder, hay resistencia, hay un espacio para el cuidado y, por tanto, para la libertad.
Título: Fraudebook. Lo que la red hace con nuestras vidas |
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