Un par de ratones que correteaban por la agrietada bóveda de la iglesia sacaron a la luz unas pinturas al fresco. Antiquísimas y de mérito, aunque nada se sabe de cierto porque el párroco despidió con prisas a los albañiles y prohibió la entrada al templo. Seguidamente se inició una procesión de curitas de clergyman que culminó con el mismísimo señor obispo. En el pueblo temíamos y codiciábamos un milagro a partes iguales y, por la picazón de la curiosidad, los de la cuadrilla organizamos una expedición nocturna. Había unas lonas que tapaban las imágenes y estaba oscuro, así que no nos ponemos de acuerdo. Paco dice que era la Ascensión de la Virgen y otros que una lapidación de San Esteban, pero yo juraré, aún en mi lecho de muerte, que vi claramente el gigantesco índice de un mono aproximándose a la pálida mano de Adán.