Graham Greene (1904-1991) siempre fue un autor controvertido, puede que sea debido a sus relaciones con el espionaje, la susceptibilidad acerca de su “grandeza literaria”, la fama de mujeriego que contrastaba con su condición de católico o por ese estilo directo en sus obras, al mismo tiempo que accesible y sencillo. Sea como sea, sus textos han sido llevados a la gran pantalla por directores tan reconocidos como Fritz Lang, John Ford, George Cukor, Otto Preminger o Joseph L. Mankiewicz. Poco o nada importa la opinión de un crítico, si el lector es capaz de modelar en su mente la imagen inequívoca de un personaje, el hogar donde vive o el sentimiento que lo sacude en la sucesión de unas páginas, que han sido escritas para compartir, más allá de prejuicios y dilemas.
“¿Por qué un living-room en el tercer piso? ¿Crees que será para desanimar a las visitas?”[1]GREENE, Graham. 1980. El cuarto en que se vive. Buenos Aires: Ediciones Revista Sur, p. 11 ¿o porque resulta el único lugar seguro de la casa? Temer a la parca es una de las angustias más aterradoras y que, en el peor de los casos, puede llevarnos a no querer crecer. No querer crecer, creyendo que así no moriremos. Así sobrevive uno de los personajes de “El cuarto en que se vive” (1953), cerrando bajo llave cada dormitorio donde la muerte ha dejado su seña de identidad, llevándose a un miembro u otro de la familia. Aunque, a priori, su aire bonachón no nos permita adivinar semejante aprensión, ésta se hace presente en el transcurso de los dos actos que comprenden esta obra de teatro. Por ello, la vejez constituye la mayor de las amenazas, como el aliento de un animal salvaje, agazapado y cruel, en la oscuridad de un bosque. “Los niños no mueren muy a menudo. Por lo menos de vejez”[2]Ibíd., p. 33 y, por ello, la juventud puede posarse donde quiera. Qué alegría contar con una veinteañera, huérfana y poco experimentada, entre las cuatro paredes de una vivienda laberíntica, con escaleras infinitas y puertas por doquier. ¿Podrá obrar el milagro de la vida eterna?, ¿cuánto soportará ese pájaro azul la presión de una celda y la dureza de sus barrotes? Primero, el colegio interno y la rectitud de las monjas; ahora, la convivencia con tres parientes enclaustrados en su propia soledad. El amor puede ser la salida, la esperanza de felicidad.
Ese amor no siempre se subraya con las letras doradas de un “fueron felices y comieron perdices”, ya que la realidad suele estar surcada por matices o pequeños detalles, que se vuelven obstáculos en las relaciones de dos. Miguel, de cuarenta y tantos y casado, y Rosa, con veintipocos, se sumergen en una pasión que los aleja de sus tristes circunstancias. ¿Por qué no romper con todo y dejarse llevar? “¿Cómo se puede tener una aventura amorosa sin causar trastornos?”[3]Ibíd., p. 51, si los triángulos tienen varios vértices y sus lados acaban por tocarse. A ella le quema el presente en las manos, a él le pesa el pasado sobre la espalda. No serán suficientes los mecanismos de defensa para salvarse, acabarán ahogándose dentro de ellos y generando otros nuevos para huir de la traición o el desencanto. A Rosa la alborota su corta edad, la vastedad del futuro, la ignorancia de otros finales en las historias, mientras que a Miguel lo empuja la asfixia de la monotonía, pero lo ata la culpa, la obligación, la cotidianidad. De igual modo, “sobre la chimenea hay un odioso relojito francés”[4]Ibíd., p. 93 que les recuerda el constante goteo de segundos, el tic-tac de unos pasos que caminan hacia el túnel final. Llegados a este punto, ambos tendrán que decidir entre sufrir el dolor propio o el de los demás.
Por otro lado, su estilo está profundamente afectado por una visión personal y casi íntima de la existencia, teñida de tormenta, drama y compasión.
Él siempre rechazó la etiqueta de “escritor católico”, pero no se puede negar la tendencia hacia la fe atormentada y hacia el complejo entramado de las tentaciones. Eso se refleja en sus novelas y obras de teatro -que tienen muchísimo de sí mismo-, donde se contraponen el adulterio y el sentimiento religioso, el arrepentimiento y el pecado o la autodestrucción y el vitalismo. Aunque sus personajes parecen vulgares y la descripción que podemos hacer de ellos pueda traducirse como vaga, a medida que ahondamos en cada escena, su retrato es cada vez más nítido. Son diferentes, a pesar de moverlos las mismas corrientes internas; y no cabe juicio alguno, cuando todos nos hemos enfrentado a las contradicciones morales y espirituales de nuestros anhelos y ambiciones.
El repertorio de Graham Greene es amplio, pero The living-room tiene el encanto de las obras de teatro que encandilan a todo el público, aunque cada uno fije su atención en un aspecto concreto: ¿un amor imposible?, ¿la decencia frente a la perversión?, ¿lástima y consuelo?, ¿el fervor de la juventud chocando contra la experiencia?
Sentémonos, ahora que tenemos tiempo y que el mundo batalla contra un enemigo tan poderoso como invisible. Sentémonos, leamos e imaginemos cómo podrían lograr la plenitud estos siete personajes cuya prisión no es una casa o un vínculo familiar, sino su naturaleza de ser humano.
Título: El cuarto en que vivimos |
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