Deslicé mi mano sobre el pomo de la puerta y la encontré allí, en una blanca habitación de hospital; tumbada y sola, mirando las gotas de lluvia deslizándose por el cristal. Su imagen, tan frágil de ahora, me hizo recordarla cuando era una mujer joven que luchaba como una jabata por sacar a sus hijos de una vida llena de penurias y de llantos.
El ruido de la puerta le hizo volver de su ensueño y, con el recato propio de su educación, se arregló las sábanas y el pelo y me miró con una sonrisa en el rostro. Antes de que pudiera preguntarle cómo se encontraba, comenzó a hablarme del mal tiempo que hacía y de que quizá, hoy tampoco, pudieran venir sus chicos a visitarla.
Hoy no vinieron; tampoco lo hicieron ayer, ni anteayer… Aquéllos, que salieron de sus entrañas, sus hijos, no tuvieron tiempo de arreglar sus diferencias y pasar a despedirse de su madre. Una madre sola que esperó hasta el último momento para su única y definitiva despedida.
Eres muy grande Susana, auqneu tu todavía no lo sabes
Gracias Rafa, se hace lo que se puede, pero viniendo de ti el comentario, me esperaba aquello de eres «intensa».
Como dicen los filósofos: “Solo sé que no se nada y, al saber que no sé nada, algo sé; porque sé que no sé nada”