Mucho debate suele levantan los premios cinematográficos, sus nominaciones y la calidad de las películas, si son o no equiparables todo ello. Para gustos los colores, como los que aparecen en Loreak en formato floral. Y digo lo de los premios ya que Loreak fue la película española elegida para representarnos en los pasados premios Oscars, no llego a ser de las finalistas, pero logró, antes y después, tener recorrido por esos lares.
Fue muy sonado que Loreak fuera la elegida, teniendo como contrincante directo a Magical Girl, pero la película de los directores Jon Garaño y Jose Mari Goenaga convenció a los académicos, aunque según declaraciones de ambos: «no bajamos a la Academia para la lectura de nominados porque no lo esperábamos». Dos direcciones muy distintas, la de las dos cintas, pero un punto de unión entre ambas, ese puzle de vidas cruzadas que se genera en los dos guiones y que resulta muy atrayente. No menciono a Felices 140, ya que para mi gusto no está a la altura de ninguna de las dos anteriormente citadas. Loreak y Magical Girl, son muy dispares en su contenido pero llevan ese sello de calidad que se agradece en nuestro cine.
La vida de Ane parece que comienza de nuevo a brillar, una luz se refleja en su semblante apagado. La recepción de un ramo de flores en su casa cada semana, hace que se sienta viva de nuevo, eso sí, todo de forma anónima a la misma hora y variando de color, un enigma que puede cambiar su vida. Con el paso del tiempo otras dos mujeres, Lourdes y Tere, también se sobresaltarán con unas flores, vuelve a ser anónimo, pero en el lugar donde ambas guardan memoria por alguien que fue importante en sus vidas. Tres mujeres, tres historias, tres vidas que se sobrecogen con la presencia de unos ramos que harán brotar emociones y sentimientos escondidos u olvidados.
Fundir géneros es complicado sobre todo si se pretende introducir toques de thriller en un drama con matices clásicos. Loreak contiene estos atributos que se prodigan en un marco intimista que se defiende a la perfección diferenciando por tramos cada género. No se cruzan constantemente, pero si se complementan y dan el aporte necesario para ensalzar el contrario.
La palabra ausente, en doble sentido, aquí es primordial, imágenes sin diálogos, frases cortadas por las situaciones y personajes que se dibujan con sus gestos convertidos en actos con el paso del metraje. Es la ausencia de alguien la que genera las reacciones de las protagonistas y es la ausencia de autoestima lo que desvela el comportamiento de Ane.
Los directores la definen como una película sobre el recuerdo y el olvido, a veces tan compatible como distante. Una cosa te puede llevar a la otra. Aquí en Loreak sin darse cuenta y sin pretenderlo, no quisieron incidir en lo que afectan los dramas y cambios emocionales bruscos en la memoria en sí de las personas, donde el recuerdo se convierte en olvido, y así señalar que una cosa afecta a la otra, pero el fondo de ello está incrustado en la historia. Las pérdidas de seres queridos desembocan en situaciones dramáticas donde la búsqueda de la culpabilidad por esa pérdida acaba desencadenando en cambios bruscos de personalidad en lo que a la mente se refiere, y de por medio está el hecho de la obsesión por la búsqueda de una razón, que casi siempre no existe o no parece lo lógico. Un instinto puro de supervivencia del ser humano usado como coraza ante las adversidades.
Una historia de cambios, de aceptación y comprensión en mujeres pero reflejado en un entorno universal; donde los hombres son los captores y a la vez causantes de lo que hay de fondo en eso matices precisos que desembocan en rotaciones emocionales para bien o para mal de ellas.
Aquí en Loreak, cada personaje femenino que aparece va asumiendo un cambio en su vida, un nuevo rumbo que tomar y aceptar, para llevar la vida adelante. Son interpretaciones sobrias, distantes por momentos y con cierta frialdad. Ese estancamiento en la mirada de las protagonistas explicita muy bien su interior, su vida lineal y comedida, rota por la monotonía y falta de sueños. Pero al mismo tiempo también esconde la búsqueda del entendimiento replegado, en alma y cuerpo, pues no se atreven a decirlo abiertamente.
Todo el enclave de la cinta está encarado con pulcritud, imágenes muy cuidadas, situaciones que desprenden humanidad y una profundidad emocional contenida en los protagonistas. Te engancha tanto la forma narrativa como la visual, con los rasgos propios del cine clásico, tonos oscuros en los interiores y mucho más despejados en los exteriores, ambos contrastes dan el halo de misterio necesario para dar el empaque que se busca en el guion. Han dado el punto acertado del cine propio de autor, donde las historias se cuentan con deleite y sencillez pero con gran profundidad.
El desarrollo de los colores de las flores es lento, paulatino y aunque no escogido ni estudiado, va pautando y delineando al mensajero y sus intenciones, partiendo del blanco: inocencia, pureza, secretos, reverencia y humildad, continuando rosa suave: admiración, simpatía, felicidad perfecta, rojo: amor, pasión, un agradecimiento, felicitación. Y las últimas que recibe amarillas :celos, infidelidad. Aparecen tonalidades cada vez más fuertes y de diferentes tipos de flores que poco a poco irán desvelando lo que esconden y el mensaje implícito en ellas. Puede que para muchos la floriografía no sea importante en la trama pero aporta esa parte enigmática con significado claro y directo pero de una manera muy sutil. Y además cada color define las situaciones que se van desplegando y girando lentamente como el sol en una flor, dando el matiz exacto en cada situación.
Interpretaciones sobrias, bordeando y dibujando el misterio escondido en el guion. Cada mujer aquí se abre con generosidad ante su desnudez emocional, que va de menos a mano, desde la contención de una, el arrebato de otra y el desconsuelo de la última, fundiéndose en una misma razón: la bondad y el recuerdo. Al final las tres se combinan en su interior y en procurarse a sí mismas la memoria que se merecen, aunque una sea de una fragilidad extrema por la vida en sí.
Puede que las tres actrices, Itziar Aisputu, Nagore Aranburu y Itziar Ituño, no sean demasiado conocidas por el cine comercial que nos atropella, pero son tres buenas representaciones de un cine comedido y contado con el cuerpo y voz con gran maestría. Para Iitziar Aisputu no era su primer trabajo con los directores Garaño y Goenaga, ya participó con el ellos en 80 Eguneam, defendiendo en el filme con gran tacto e inteligencia, como requería, ese papel intimista y tan delicado que representaba.
Ficha técnica