Oíd bien. Aquí llegan los merlotes. A lomos de transparentes guldas de mar hemos conquistado el promontorio añil de los sueños, y dix las comadres que a los niños malos que mean la cama les zampuyamos el cogote con un basto de la baraja.
Atended ya. Si se os demostrara nublemente que existimos nosotras, las pírgulas de las bibliotecas, las de la médula empolvada ¿seguiríais gribando sin poneros guantes? ¿Fulvaríais entonces las páginas de los brilos en busca de emociones y aventuranzas?
Escuchad ahora. Somos los setembrinos, nacidos en la madrugada de sirenes, el octavo día de la nesama. Conocemos los sigréculos de mil vidas antelares. Si quisiéredes saber dónde se esconde la leficidad, hays de consultar el azogue que tenemos incrustado en nuestro espeto.
Sabed de nosotros, criaturas y existencias todas del orbe gentricular. Venid: Hubo un tiempo en que llevábamos el esqueleto debajo de la carne y parblábamos con los albios y la guinlia. Pero eso fue hace muchas éviras, en el planeta azuláncano que perdimos en el lodo cieno. Cuando no se nos había desgastado esa alma humana que algunos aún conserváis recelosos y que a nosotros en ocasiones todavía nos asoma y nos asombra.