Márgenes, cisuras, vestigios, signos… de este modo es como parece sucederse cierta escritura de la alteridad. Porque leer-pensar-escribir es también hacer memoria y esa memoria se distingue como uno de los gestos más consistentes y, tal vez, menos comprendidos de la filosofía contemporánea.
Lévinas hace aquí gala de una lectura del Otro refiriéndose no sólo a su contenido de alteridad no relativa a nada -indistinta a otra alteridad- sino absoluta y excepcional a otras alteridades. No se trata tanto de una alteridad sin contexto o sin historia, aunque sí exótica y extranjera, apátrida y auténtica. No obstante, aquí el Otro es una alteridad con quien sí puedo hablar. Esta relación de otro (Lévinas) con Otro, de único a único, es un agradecimiento, tanto como un recuerdo.
No deberíamos llamar deconstructivista a Emmanuel Lévinas, aun cuando el filósofo opera en la textualidad a partir de un desplazamiento, creando un espacio de apertura al Otro, un lugar que queda vacío para los que llegan, un lugar donde ese otro puede intervenir: «dar lugar al otro, dejar venir el otro. Digo, de forma clara, dejar venir, ya que, si considero al otro, que es justamente lo que no se inventa, la iniciativa o inventiva deconstructiva no pueden consistir más que en abrir, desenclausurar, desestabilizar las estructuras de forclusión para dejar el pasaje al otro. Pero no hacemos venir el otro, lo dejamos venir preparándonos para su venida»[1]DERRIDA, Jacques. 1997. Psyché. Inventions de l’autre. Paris: Galilée, p. 60.
Dejar espacio al Otro. La escritura y el pensamiento entendidos, pues, como dejar espacio, dar lugar, dejar estar ausente al Otro, determinando así una relación entre el sujeto y la muerte, es decir, la otredad por excelencia: escribir como «falta» también podría ser describir la constitución misma de subjetividad que formalmente estructuran diferentes caminos filosóficos.
Por eso, la existencia de un libro como Noms Propres (Nombres Propios, 1976)[2]LÉVINAS, Emmanuel. 1976. Noms Propres. Paris: Fata Morgana, pp. 154 (aunque existe edición española, publicada por la Fundación Emmanuel Mounier, en 2008, citamos del original con nuestra propia traducción), en realidad, una compilación de varios artículos, sigue la meditación levinasiana clásica con idéntica seguridad, pero con más tacto y fraternidad, puesto que aquí no escribe para explicar de nuevo su filosofía, sino para entender y pensar en los demás: Shmuel Agnón, Martin Buber, Paul Celan, Jeanne Delhomme, Jacques Derrida, Edmond Jabès, Sören Kierkegaard, Jean Lacroix, Roger Laporte, Max Picard, Marcel Proust, Herman Leo Van Breda y Jean Wahl.
Trátase, entonces, de un doble préstamo como signo de comprensión exacta: Lévinas bosqueja sus propios problemas y sus propias necesidades a la hora de establecer algunos retratos instantáneos –limpios en su brevedad y, sin embargo, incisivos- de algunos de los que, desde hace años, acompañan su pensamiento.
Pero pienso, claro, en si no debemos estimar también que, en este proceso devenido libro, hay algo más que un simple deseo de testificar, de dar testimonio. ¿No hay aquí, en realidad, una necesidad propiamente filosófica, una preocupación moral por comprobar por sí mismo, a través de la experiencia directa, los mismos principios del pensamiento?
Por eso Noms Propres debe tomarse como la manifestación concreta de la apertura al Otro, del despertar del Ser hacia otro, desde Yo mismo (Lévinas, en este caso) hacia el Extranjero.
El lenguaje, que no se reduce a lo dicho, sino que está a ese mismo nivel, es también un significado de la significación: la significación no termina en lo dicho, sino que significa también al decir. Al convertir ese excedente del lenguaje en lo dicho, no permite que el significante coincida con el significado, sino que es una expresión de la heteronomía del dicho.
Esto explicaría, de alguna forma, que en Noms Propres, igual que sucedía en Autrement qu’être ou au-delà de l’essence (De otro modo que ser o más allá de la esencia, 1974), el lenguaje se configura, en primer lugar, como una presentación del Otro, y este valor preliminar de la presencia del Otro en el lenguaje debe entenderse como interpelación, permitiendo así las nociones de verbo y nombre, que son, en última instancia, la complejidad misma de nuestro lenguaje. Esa íntima complicidad con la interpelación, con la solicitud de un contacto, supone la solicitud de la presencia del otro que requiere la responsabilidad en forma de una participación no elegida, de forma voluntaria, por el sujeto.
Entonces, nombres y obras, proximidades intelectuales, comunidad de pensamiento… todo es una red de meditaciones y tesis, un entrelazado de reflexiones sobre los nombres –el sujeto- con el que se formó Lévinas, en relación con su propia situación filosófica, ya sea porque se distinguió de ellos en un momento dado, o, por el contrario, porque se les acercó alguna vez.
Él les presta, si es necesario, sus propias preguntas. Porque, a través de ellos, la tensión del pensamiento permanece animada y sigue bullendo, incluso en forma trágica.
Por ejemplo, Kierkegaard, el filósofo de la subjetividad, del que Lévinas parece desmarcarse. Demasiado escandaloso, quizás, para su agrado; mal liberado del hegelianismo en el desarrollo de sus análisis, Kierkegaard, igual que ocurrió con muchos otros, cayó, a decir de Lévinas, en la trampa de la totalidad: «Ética significa, para Kierkegaard, lo general […] ¿Es la relación con el prójimo esta entrada y pérdida en la generalidad? Esto es lo que deberíamos demandar contra Kierkegaard y también contra Hegel. La subjetividad es en esta responsabilidad, y sólo la subjetividad irreductible puede asumir una responsabilidad. Eso es la ética»[3]Ibíd., pp. 84-85.
Oraciones luminosas que, si bien recuerdan las palabras de Kierkegaard en líneas generales, indican también la distancia crítica que Lévinas toma y que le permite, de paso, formular sus propias reflexiones.
Martin Buber, por su parte, despierta en Lévinas otra actitud: lo que era crítico, en el caso de Kierkegaard, desaparece para dejar espacio –dar lugar, decíamos- a una serie de francas afinidades. Los largos comentarios que ofrecen una lectura de la teoría del conocimiento de Buber son una oportunidad para abordar cuestiones fundamentales como la verdad, la relación entre sujeto y objeto, y para mostrar, por supuesto, que la filosofía contemporánea ha modificado, sensiblemente, algunos viejos patrones.
En Buber, además de una verdadera separación del pensamiento sobre la totalidad, Lévinas detecta el boceto avanzado de algunos elementos de su propio lienzo filosófico, que no deja de enfatizar con fuerza. Por lo tanto, vuelve a la necesidad de garantizar siempre la preservación de la integridad del Otro.
Jacques Derrida y la metafísica hecha pedazos: con él, la mirada filosófica ha llegado a los cimientos del pensamiento occidental y ha sacado a relucir sus supuestos más secretos, los que permanecían mejor enterrados. Tal como nos recuerda Stéphane Mosès, para Lévinas, el pensamiento derridariano es «una suerte de revelación»[4]MOSÈS, Stéphane. 2006. «Levinas lecteur de Derrida», en Cités 2006/1 (n° 25), p. 77, aun cuando la noción de alteridad es, en efecto, diferente para ambos.
Por otro lado, el platónico Picard y las lecciones sobre el rostro humano; el desciframiento de la alteridad a manos de Proust, en quien Lévinas verá el inicio de «una dialéctica que rompe, definitivamente, con Parménides»[5]Lévinas, Op. Cit., p. 123. Roger Laporte, cantante místico del silencio, blanchotiano deslumbrante. Jean Wahl o la lectura filosófica del sentimiento…todos presentan impulsos entre sí, conexiones indisolubles.
Pero, en el caso de Paul Celan, el vínculo es mucho mayor, podría decirse, que en los demás. Celan, ese autre del título, prefería una lógica de metamorfosis sin acariciar el «tiempo puro», tan querido por Proust. Lévinas pudo capturar en Celan una gran experiencia existencial del poema y la experiencia del lenguaje que implica en su otro decir y en su otro ser.
Paul Celan y la poesía del ser como muestra de que el lenguaje excede a las palabras; se torna pre-develante frente a lo inexpresable: «en el momento del puro tocar, del puro contacto, del tomar y el estrechar, que es, tal vez, una manera de dar hasta la mano que da»[6]Lévinas, Op. Cit., p. 50. Este pequeño ensayo es, desde luego, uno de los puntales del libro.
Si bien Paul Celan y Lévinas nunca se conocieron -aunque vivieran en el mismo barrio en París durante muchos años- sí que podemos hablar de un encuentro entre su pensamiento filosófico y filológico sobre el hombre y sobre la esencia de la literatura. Es evidente que los dos tipos de pensamiento coinciden profundamente.
El pensador encuentra en Celan un estudio más hondo sobre la separación, bastante más agudo de lo que a la filosofía le gusta valorar. Lévinas, para quien la relación con los demás es esencialmente el lenguaje -la ética inseparable del habla, la trascendencia lograda en el discurso- capta algunas de las proposiciones más complejas del poeta Celan, porque el fenómeno de la escritura no se reduce a un mero hegelianismo.
La superficie del decir es, por tanto, mucho más abisal de lo que las palabras pueden dejarnos pensar cuando están satisfechas con la racionalidad discursiva o filosófica y, por contra, parecen estar más cerca de lo que Blanchot establece, al hablar de Mallarmé: «la realización del lenguaje coincide con su desaparición, donde todo se habla […] es palabra, pero donde la palabra misma no es sino la apariencia de lo que ha desaparecido»[7]BLANCHOT, Maurice. L’espace littéraire. Paris: Gallimard, p. 37.
El conocimiento es por lo tanto indirecto y tortuoso, por lo tanto como un sistema de signos que dobla seres, designa sustancias, eventos y relaciones por sustantivos, designando identidades. Noms Propres concibe el lenguaje y el pensamiento como una suerte de verbo en proposición predicativa en la que las sustancias se desintegran en modos de ser, en modos de temporalización, pero donde el lenguaje no dobla el ser de los seres, sino que simplemente es punto de partida.
Esa sensibilidad de Lévinas hacia la densidad práctica de la escritura lo es también a la incapacidad fundamental de cualquier escritura para agarrar el mundo. La compañía de estos trece-otros implica, pues, que el significado de esas realidades irrepresentables no se agota en la interpretación. En estos nombres propios, lo que es Otro siempre escapa a lo que sólo se puede decir de la lectura.
Título: Nombres Propios |
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Referencias
↑1 | DERRIDA, Jacques. 1997. Psyché. Inventions de l’autre. Paris: Galilée, p. 60 |
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↑2 | LÉVINAS, Emmanuel. 1976. Noms Propres. Paris: Fata Morgana, pp. 154 (aunque existe edición española, publicada por la Fundación Emmanuel Mounier, en 2008, citamos del original con nuestra propia traducción) |
↑3 | Ibíd., pp. 84-85 |
↑4 | MOSÈS, Stéphane. 2006. «Levinas lecteur de Derrida», en Cités 2006/1 (n° 25), p. 77 |
↑5 | Lévinas, Op. Cit., p. 123 |
↑6 | Lévinas, Op. Cit., p. 50 |
↑7 | BLANCHOT, Maurice. L’espace littéraire. Paris: Gallimard, p. 37 |