Adora la lluvia. Esa lluvia dulce y regeneradora que limpia almas y estigmas, que resbala por los cuerpos orgullosos y sin incertidumbre. La que se lleva la sangre de las aceras y las lágrimas del rostro, abraza desequilibrios en los tejados, retumba en los canalones desgarrando telarañas ancestrales. La que provoca arco iris. La que termina en las alcantarillas, esas venas urbanas oscuras y misteriosas que siempre le inquietan, para arrastrar lejos, muy lejos, la suciedad de la gente.
La que, aquel anhelado otoño de metamorfosis, diluyó por fin y para siempre la sombra de la infeliz Daniela.