El progenitor del subgénero de policías duros y prototipo del héroe de acción de la cinematografía moderna –aunque no corran precisamente los mejores tiempos para ello- es este Harry el Sucio (Dirty Harry, 1971), una de las más fascinantes películas de suspense de la historia del Cine, a cargo del legendario director Don Siegel. Clint Eastwood, su protagonista indiscutible, se había establecido ya como una superestrella del género y ahora ampliaba esa estela en la siguiente fase de su longeva carrera, dando vida al personaje con el cual lo hemos identificado más a menudo.
Hubo otros Harry el Sucio antes que éste, y fue el propio Eastwood quien les dio vida al menos en dos ocasiones. Lo fue, a su modo y manera, el Manco de La Muerte Tenía un Precio (Per Qualche Dollari in Più, 1965), la inmensa obra maestra de Sergio Leone. Ese cazador de recompensas, erigido finalmente en defensor de la ley, y siempre frente a los villanos que asolan los pueblos de un improvisado Oeste norteamericano en los desiertos de Almería. Y lo fue también Coogan, el policía de Arizona -y métodos poco expeditivos- que creó para La Jungla Humana (Coogan’s Bluff, 1968), también dirigida por Don Siegel.
Sin embargo y a pesar de los innegables méritos y similitudes de los dos filmes antedichos, fue este Dirty Harry del 71 el que pone en marcha este estilo de cine de acción, permaneciendo, aún en nuestros días, como una película visceralmente importante no sólo en la obra de Eastwood, sino en la mismísima historia del cine. John Wayne y Steve McQueen rechazaron el papel de Callahan, aunque Wayne se resarciría, años más tarde, con su propia visión en la reivindicable McQ (John Sturges, 1974). Eastwood, finalmente, resulta fantástico en su papel del inspector de Homicidios de San Francisco Harry Callahan. Su fresquísima fanfarronería y su falta de ortodoxia, cuya forma de honor se reduce a poner en práctica lo que dice su mente ante la criminalidad cada vez más progresiva y a dejar hablar, de cuando en cuando, a su Magnum 44 cuando el tiempo apremia. Callahan podrá ser el policía de una animada metrópoli, pero sus métodos están directamente extraídos del viejo Oeste. Este vaquero moderno, impenitente cowboy de mediodía, es el reflejo más puro de sus pistoleros interpretados para Leone, sólo que elegante y bien afeitado.
Andy Robinson, por su parte, el otro gran personaje de la película, resulta absolutamente aterrador como el asesino Scorpio. Hijo del eterno Edward G. Robinson, encarna a un maníaco imprevisible que no sólo mata niños, sino que se burla de sus víctimas y encuentra cierta satisfacción morbosa en jugar a ciertas charadas malsanas con el policía que trata de encontrarle. Inspirado en el Asesino del Zodiaco, Robinson proporciona a su personaje las necesarias astucia y maldad salvaje, llegando al extremo de pagar a un hombre para que le convierta el rostro en una pulpa a base de una brutal paliza y deslustrar, de esa forma, la carrera de Callahan, acusando al policía de los golpes recibidos.
Tres guionistas aparecen acreditados, incluyendo a Dean Reisner, habitual colaborador del mejor Eastwood y el propio Siegel, director de ésta. Trabajo fantástico, así, en el libreto, sobre una multitud de temas relacionados con el sistema legal y las víctimas de dicho sistema. Un guión consciente del problema al que la hendrixiana y funky banda sonora de Lalo Schifrin parece secundar con cada nota y que parece tan influyente en sucesivos ejemplos de este patrón fílmico.
Dirty Harry supone, además, el saque inicial para el subgénero de thriller en Italia que comenzó a principios de los años 1970 con películas tan respetadas como La polizia incrimina la legge assolve (La Policía detiene, la ley juzga, 1973) y un aluvión de imágenes similares. La película de Siegel inspiró a los productores europeos a hacer sus propias versiones, frecuentemente basadas en figuras cívicas de la vida real y decenas de crímenes violentos que en Italia se vivían a diario. Curiosamente, la trama de la secuela de Siegel, la también excelente Magnum Force (Harry el Fuerte, 1973), reflejaría un argumento similar al de la clásica película de Steno, La Polizia Ringrazia (La policía agradece, 1972). Las variantes italianas, en su mayoría y dada la coyuntura del país en aquel tiempo, tenían un trasfondo claramente político. Y aunque, para quien suscribe, Dirty Harry posee menos política que nada, parece inevitable hablar de ella sin traer las ideologías a colación, incluida la de su propio realizador.
Algunos críticos quedaron tan impresionados con la película que, tras su lanzamiento, azuzaron toda suerte de estrafalarias polémicas en torno a lo que tomaron como cine derechista. De alguna manera, el adjetivo fascista gustaba y gusta de ser utilizado por cierto sector de la crítica aunque olviden que, si algo comparten fascismo y comunismo, es el autorizado control del gobierno sobre la población. Dirty Harry puede ser discutible, pero no es nada de esto. En la película, nuestro héroe policía está constantemente en desacuerdo con el sistema autoritario de la ley que, irónicamente, protege la culpabilidad frente a la inocencia. Es este sistema al que él se enfrenta. ¿Así que quién es exactamente el fascista aquí?
Harry Callahan es un hombre común, sin lujos ni una vida de jolgorio como la de los políticos. Él está sólo un paso por delante del llamado proletariado y su estatus en los estratos sociales es el de quien más peligro corre de ser controlado por los llamados fascistas. Pero Callahan nunca se deja comprar. Según aquellos críticos, Harry era un fascista porque imponía su propia ley sobre el elemento criminal, vulnerando por tanto sus derechos. No importa la severidad del crimen o si una vida pende en el abismo, puesto que la sentencia se lleva a cabo en un tribunal de justicia. En las películas, al igual que en la vida real, a veces los culpables quedan libres y los inocentes son quienes sufren.
Para muestra, bien vale un botón: hay una secuencia de enorme tensión en la que el asesino Scorpio ha enterrado viva a una joven y le da a la policía un límite de tiempo para satisfacer sus demandas antes de que ella muera. Cuando Harry se encuentra con Scorpio (ataviado, además, con una siniestra máscara de esquí roja), el sádico golpea a Harry y decide que va a dejar morir a la chica de todos modos. Harry consigue apuñalar a Scorpio en la pierna y lo persigue por un campo de fútbol. Apuntando con su arma al asesino, el policía le pregunta dónde está la chica, a lo que Scorpio sólo puede responder histéricamente, una y otra vez, que tiene derechos. Así que Harry aplica presión con el pie en la herida de la pierna ensangrentada de Scorpio, lo que le valdrá un castigo por torturar al sospechoso (sic). No importa, para las autoridades, la prolongada tortura de una joven que es violada y enterrada en un pozo sin apenas oxígeno.
Harry y Scorpio son polos opuestos, pero relacionados psicológicamente. Si el primero es un fogoso defensor de la ley y el orden, el criminal lo es -con idéntico fanatismo- del crimen y el desorden. Hay una escena maravillosa que captura visualmente dicha relación psicológica: cuando Harry se encuentra en la parte superior del autobús escolar que ha secuestrado Scorpio, se inclina hacia abajo en la parte delantera de la ventanilla del conductor. El asesino está al volante. Ambos tienen sus pistolas en sus manos. Se trata de una imagen de espejo con los hombres en lados opuestos de la ventana, que parece sugerir la similitud patente entre Harry y Scorpio (vid. imagen inferior). Cuando el policía finalmente dispara a Scorpio, se expone también a ser disparado por éste, que morirá tiroteado, y cuyo cuerpo, después, la corriente de un río transportará con suavidad.
Harry Callahan es un anacronismo, un hombre de frontera en la sociedad moderna. Un cowboy incorfomista. En el Viejo Oeste, Harry hubiese ido en busca de Scorpio, solucionando la cuestión con uno de esos eternos tiroteos que tanto nos ha brindado la gran pantalla (pocos críticos se han quejado, además, de ellos). Pero la ley y el orden no le permiten hacerlo. Cuando Harry sugiere ir tras Scorpio, su jefe (magnífico secundario que fue John Larch) le dice que no quiere un «baño de sangre». Así que Harry tiene que pasar por un largo y tortuoso camino hasta su encuentro final con Scorpio, antes de ese plano extraordinario que cierra la película: Harry ha lanzado su palca al mismo río donde yace muerto el criminal y abandona la escena, hastiado.
Ese es Harry, el único que asume la responsabilidad, aunque sea un extremista. El jefe de policía se niega, incluso, a contar el dinero del rescate exigido por el criminal que Harry decide llevar, porque no quiere ser responsable. Debemos preguntarnos si, dado que la sociedad se exime de su «responsabilidad», no es Harry Callahan simplemente un hombre común que decide asumirla, independientemente de los extremos a los que deba llegar.
Si la sociedad elige no ser responsable, entonces aparecerá un «Harry el Sucio» para hacer su trabajo.
Ficha técnica
Estaría muy chistoso que hiciesen una adecuación de esta peli con