Superviviente del genocidio, el narrador de Il Giardino dei Finzi-Contini (El jardín de los Finzi-Contini, 1962), decide erigir, visitando las tumbas etruscas que percibe como un bastión de siglos contra el olvido, un monumento textual en memoria de una familia aristocrática, judía, destruida por el fascismo.
El libro está construido alrededor de la figura de Micòl, la muchachita con cabello de lino (fille aux cheveux de lin, en el original, como patente homenaje a Debussy) que deslumbró al narrador de niño y que es hija de Ermanno Finzi-Contini, un científico tranquilo y caprichoso, amén del patriarca de la antedicha familia, que vive en la gran finca conocida como Magna Domus.
La trama de esta obra inmortal (tercera en su trilogía de novelas de Ferrara) se podría dividir en tres partes, cada una de ellas acompañada por una elipse temporal más o menos larga y marcando una etapa adicional en los estados de ánimo de los dos personajes principales de la historia: en el momento en que se abre la primera, configurando el marco de los eventos aún por venir, nuestro narrador Bassani es un joven estudiante -también judío, pero perteneciente a la burguesía media-, apasionado por la literatura y el tenis, que está a punto de pasar sus exámenes finales para obtener el diploma que le abrirá las puertas de la Facultad de Letras de Bolonia.
El día del anuncio de los resultados de éstos, durante uno de esos únicos momentos en los que los niños de la familia Finzi-Contini se mezclan con la vida pública, empieza a conocer propiamente a Micòl: «Dai capelli biondi, di quel biondo particolare striato di ciocche nordiche, da fille aux cheveux de lin, che era soltanto suo, riconobbi inmediatamente Micòl Finzi-Contini» (Por sus rubios cabellos, de aquel rubio particular estriado de mechones nórdicos, de niña con cabellos de lino, que le pertenecía solo a ella, reconocí de inmediato a Micòl Finzi-Contini).[1]BASSANI, Giorgio. 1970. Il Giardino dei Finzi-Contini. Torino: Einaudi, p. 50 (todas las traducciones son nuestras) Después de una breve escapada, los dos principales protagonistas finalmente quedan atrapados en sus respectivos deberes. Pero el vínculo, incluso si es tan tenue como éste, empero se nos muestra entrelazado. Tanto, que será el hilo conductor de la historia.
La segunda parte comienza con el reencuentro que tiene lugar una década más tarde. Para entonces, las cosas han cambiado y se han establecido leyes raciales discriminatorias contra los judíos en Italia, cuyas consecuencias inmediatas son la exclusión del club de tenis local de la juventud judía de Ferrara. Por feliz instigación de Micòl, sin embargo, encuentran refugio en el jardín de los Finzi-Contini, en cuyo patio tendrán lugar todo tipo de fiestas. Esta es la oportunidad para que los encuentros entre el narrador y la muchacha sean cada vez más frecuentes. Aquí empieza un juego peculiar, pues si Bassani/narrador se da cuenta rápidamente de los poderosos sentimientos que mantiene hacia ella, Micól adopta una actitud ambigua hacia él. La joven parece acercarse cada vez más al autor, pero al mismo tiempo resulta inaccesible cuando las cosas parecen estar a punto de desarrollarse de forma un poco más rápida. Son promesa y premisa de la desilusión amorosa las que pronto le sobrevendrán al escritor. Y éste, cegado por su pasión, se transforma rápidamente en un tántalo sumiso, pasando constantemente del paraíso al infierno, según la condescendencia de ese hermoso verdugo de su corazón.
Esta es una elegía encerrada en un jardín.
No sólo es evocada la relación entre ambos, sino la vida misma de los Finzi-Contini, durante el lúgubre final de los años treinta. Algo que se produce a través de los velos rasgados de la memoria, en la visita al cementerio.
Otro tipo de jardín.
Es inevitable, cuando pensamos en jardines y más en un libro de tradición occidental, no tener en cuenta en el primero de todos: el jardín del Edén. No cuando es el centro de una novela desde su mismo título. Y sobre todo cuando se trata de un santuario amurallado, en medio de la opresión del fascismo italiano. Incluso hay una sugerente Eva. Cualquier evocación del Edén es, sin embargo, también una evocación de su consecuencia: la caída y pérdida de la inocencia.
El jardín de Bassani nos recuerda que hubo antes un Edén y una isla de Próspero
Por eso Il Giardino… es también la historia del paso de la niñez a la edad adulta –dicha pérdida- del narrador.
Decir el jardín. «Direi che ne ho un certo diritto» (Creo que tengo un cierto derecho)[2]Ibíd., p. 107, le dice la chica Micòl a nuestro narrador, antes de ofrecerse a enseñárselo, aunque tengan que pasar diez años para que él llegue a verlo. La entrada está escrita de forma muy hermosa, enigmática. Todo, nos parece, adquiere tintes de cuento clásico y estructura mítica: «La volta che mi riuscì di passarci davvero, di là dal muro di cinta di Barchetto del Duca, e di spingermi fra gli alberi e le radure della gran selva privata fino a raggiungere la magna domus e il campo di tennis, fu assai piú tardi, quasi dieci anni dopo».[3]Ibíd., p. 67
A él sólo llegará nuestro protagonista en el umbral de la madurez, algo a tener en cuenta en un libro tan simbólico que, como nos advierte Lucienne Kroha, tiene en ese jardín la resolución de un conflicto edípico en el que no sólo se alcanza dicha madurez, sino que conlleva, además, la aceptación de la diferencia racial y la existencia del mal en el mundo.[4]KROHA, Lucienne. 2014. The Drama of the Assimilated Jew: Giorgio Bassani’s Romanzo di Ferrara. Toronto: University Press, p. 110-111 Un jardín que es, al cabo, como un terreno inhóspito del que saldremos -así nos lo recuerda Bettelheim- con una estructura humana muy superior.[5]BETTELHEIM, Bruno. 2007. Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Barcelona: Ares y Mares, p. 133
Un jardín que nos cambia, como ese que la novela abre para nosotros, Arcadia de la juventud perdida, donde las ilusiones crecieron en un terreno fértil y donde las posibilidades parecían infinitas. Ecos del jardín primitivo, de un paraíso descuidado, o del «hortus conclusus» de la virginidad protegida, al que se nos invita a entrar desde el principio.
Incluso el título del libro actúa como una especie de letrero de bienvenida para los que, una vez expulsados, por su origen judío, del club de tenis, se reúnen en ese gran bosque privado que rodea al «magna domus» de los ricos y ociosos Finzi-Contini para jugar al tenis o enamorarse. Ese lugar, con su doble función de realidad y ensueño, inevitablemente nos recuerda a The Tempest, de Shakespeare. La vida retirada, como la tenía Próspero en la obra del bardo y ahora, por obligación, la tienen los judíos de Ferrara, es un paraíso del exilio que posee, además, un esquema político subyacente y construido de forma sólida.
A la manera de una metáfora perpetua, el jardín –como la isla de Próspero- tiene fronteras muy concretas y carece de cualquier lirismo neutro. Más bien estamos ante un paradigma que coloca cada actuación en un destino moral. La comunidad judía exilada en esa Arcadia temporal permanece entre la colisión del mundo salvaje y libre que se vive allí dentro y el evidente claroscuro que, a cada momento y con el fascismo campando en el exterior, se abre.
Bassani escribe una historia con el sabor dulce y amargo de la nostalgia trágica. Trágico porque sabemos lo que está por venir: la Italia de las camisas negras. En cuestión de años, todos morirán a manos del fascismo. Pero hay una dimensión que sólo la novela puede ofrecer y es la estratificación social de los judíos de Ferrara, las «diferencias» ilusorias pero que abarcan todo lo que hace que su muerte común sea tan devastadora. El orden nuevo en la vieja isla de Calibán. La riqueza de detalles de Bassani a este respecto es proustiana, a veces incluso estática.
Decir el jardín es recomponer el
territorio de lo que nos falta
Apenas una pequeña mirada de soslayo a una situación de una tristeza casi indecible. Y esto es lo más impresionante: Bassani no telegrafía sus golpes, aunque su perdición está garantizada. Sus personajes son sólo animales aguardando la matanza y, en cambio, se les permite la dignidad de su ceguera.
La inevitabilidad de las catástrofes en la historia fácilmente parece evitable en la posteridad, pero al sumergirnos en el desarrollo original de los acontecimientos, y en su necesidad, es cuando sentimos la inminencia de la tragedia. Está envuelta con tonos oscuros la historia perfumada de la juventud, la inocencia y los anhelos de amor. No se tuerce la perspectiva a medida que nos acercamos al muro circundante, al que limita. Al que es final y se convierte en una suerte de templo para el recuerdo.
Ese jardín supone, como diría Cándido Pérez Gállego hablando de Shakespeare, «recomponer el territorio de lo que nos falta».[6]PÉREZ GÁLLEGO, Cándido. 1975. Circuitos Narrativos. Zaragoza: Facultad de Filosofía y Letras, p. 72 Diríamos que el héroe, en su esfuerzo por adueñarse de lo más posible -lo más cercano a lo real-, necesita de un paisaje. Por eso decir el jardín, porque la íntima sensación de entorno que requiere el humano pasa por fundir la voz y el paisaje. Por ratificar, si queremos, el vocabulario de la realidad. Bassani rotula en ese jardín hechos objetivos e integra en ellos la poética de una realidad táctil que opera sobre su propia esencia. Tal esencia, desde su personal encuadre, se adelanta hacia ese territorio que hermana cuadro-relato-confesión. La creación de este paraíso artificial nos recuerda los ritos de Arcadia y ese espacio vegetal, como variedad del espacio cerrado, se nos puebla de una constelación de situaciones ideales.
Fuera, está el peligro.
Las narraciones desde la memoria, tal es el caso de este libro, forman parte de la naturaleza de algunas de los mejores obras de la literatura y, así, El jardín de los Finzi-Contini pertenece a ese pequeño y privilegiado grupo de libros de los que es difícil salir ileso. A través de este segmento de la existencia que Bassani nos hace llegar, lo que nosotros recibimos es, para empezar, un juicio intransigente sobre él mismo, sobre la sociedad del momento y sobre la conciencia humana. El genio de su pluma reside en el complejo entrelazamiento de estos tres estratos, que a la vez están unidos y son separables.
Debemos recordar y para eso los libros son como los árboles centenarios de un jardín: plurales testigos de las edades pasadas.
Título: El jardín de los Finzi-Contini |
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Referencias
↑1 | BASSANI, Giorgio. 1970. Il Giardino dei Finzi-Contini. Torino: Einaudi, p. 50 (todas las traducciones son nuestras) |
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↑2 | Ibíd., p. 107 |
↑3 | Ibíd., p. 67 |
↑4 | KROHA, Lucienne. 2014. The Drama of the Assimilated Jew: Giorgio Bassani’s Romanzo di Ferrara. Toronto: University Press, p. 110-111 |
↑5 | BETTELHEIM, Bruno. 2007. Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Barcelona: Ares y Mares, p. 133 |
↑6 | PÉREZ GÁLLEGO, Cándido. 1975. Circuitos Narrativos. Zaragoza: Facultad de Filosofía y Letras, p. 72 |