Estimados y estimadas,
Si pudiera regresar un día al mundo que dejé hace ya algunos años, tan solo un día, hoy que cumplo los cien, querría pasarlo en Benidorm. No volvería jamás a Montparnasse, donde no solo viví durante tantos años, sino donde sobreviví otros cincuenta de placa en placa y tiro porque me toca. Ni siquiera volvería a mi Buenos Aires querido, al de las penas y olvido de mi infancia. No, el cielo es aburrido sin magnetófono ni muchachas latinoamericanas. No quiero purgatorio, he pedido ir Benidorm.
Imagínense a este mamotreto de dos metros, el de la foto del metro de París que coleccionaba saludos, caminando por la playa de Levante con un bañador verde fósforo, unas gafas de pasta con reflejos verdes y un sombrero de paja entre los centímetros de mi delgadez crónica y la barba desaliñada. Imagínenselo, sin reírse, porque estoy aquí y paso totalmente inadvertido entre la fauna autóctona y la flora importada desde los rincones más recónditos del planeta.
No hay nada como la ebullición de esta playa abarrotada para no llamar la atención. A mí lado está tumbado un señor de Córdoba bronceado al estilo Camerún en una hamaca caribeña azul pálido. Justo rozando mi toalla hay una joven rubia que lleva tatuadas en su espalda unas pisadas de gato que suben por la columna suave, suave, hasta juntarse con las puntas de los cabellos que sobresalen de la nuca. Ha liado un cigarrillo y fuma mientras sostiene un artilugio que inserta sus patillas en la oreja, parece que reproduce el Blue Train de John Coltrane, aunque aquí nada es lo que parece.
Julio Cortázar convertido en Julio Cortázar made in Taiwan en estas calles en las que todo es falso. Existen imitaciones de perfumes caros, falsificaciones de ropa de marca. Hasta las pizzas parecen fotografiadas y copiadas al milímetro. Un escritor fantástico haría maravillas en este espacio fantástico, con decorados aparentes y realidades dobles. Detrás del chino del mostrador que vende anillos de plata de ley falsa hay una historia falsa que tal vez no esté muy lejos de la realidad. Me he sentado a tomarme un ron cubano embotellado en Zaragoza y rellenado en el mercado negro, un ron falso en una terraza aparentemente real, viendo pasear a familias de todos los colores que quizá no son tampoco lo que parecen.
La gente camina. En Benidorm la gente camina. Se sienta en un banco, observa, chafardea, sonríe. Y vuelve a caminar. Más o menos así empezó la filosofía occidental. Es fantástico. Me pierdo caminando, sin rumbo, observando tendencias. Horacio Oliveira era también un caminante, tampoco buscaba nada, como estos habitantes de paso que caminan en chanclas. Tampoco entendía la calle, Horacio. Simplemente caminaba, pensaba para sí y siempre en otra cosa, como caminan por la carretera de arena los turistas que turistean por Benidorm pensando siempre en otra cosa.
Basta sentarse en un banco a perseguir historias. Observar a la pareja joven, ingresos bajos y felicidad invertida. Ella mira con unos shorts vaqueros y una blusa blanca. Nada más mira con ademán de estar pensando en la vuelta, en el trabajo de diez horas y en la hipoteca lejana. Dos jóvenes bien vestidos caminan repartiendo entradas para las discotecas. Apenas si me han mirado al rostro y me han dejado un papel con el nombre de algún famosete que se me escapa. Al purgatorio no llega telecinco.
Si algo tiene Benidorm son personajes de novela. De todos los colores. De novelas fantásticas, de novelas de policías y drogas, dramas históricos. Incluso de microcuentos. De tez dorada, de tez blanca, tullidos, elegantes, bizcos, bienplantados. Personajes mariscadas, personajes ebrios y personajes sin ropa interior. Curiosos, catedráticos disimulando, excombatientes jubilados. Por todos lados ojos bizcos, como en el poema de Ángel González, que no ven nada. Ojos que solo caminan, sin fin, sin objetivo, sin meta, sin frases bonitas ni reflexiones profundas. Ojos que viven ajenos a los intersticios del alma. Ojos de dos metros que solo caminan su delgadez por el empedrado, que llevan a cuestas la cotidianidad de sobrevivirse.
Caminar hasta la eternidad, que debe ser el Bar donde María Jesús aún toca su acordeón. Caminar hasta cumplir cien años, sin regresar. Caminar, solo caminar, sin meta, sin final. Dichoso yo, que aquí camino, el día de mi centenario. Así es la vida en Benidorm, una autopista centenaria y falsificada al purgatorio, ese sitio donde todo el mundo está y donde nunca pasa nada.
Benidorm, 26 de agosto de 2014.
Fdo. Julio Cortázar
Carta de Julio Cortázar desde Benidorm
29 agosto, 2014
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