Cuando Lillian, el personaje de Julia Stiles, dice que ha estado huyendo toda su vida y ya no va a seguir corriendo, se confirma lo que hemos sabido desde el principio: Go With Me (Blackway, 2015) es la vuelta al cine de antihéroes. No importa que conozcamos de sobra algunos de los terrenos en los que va a moverse, porque Daniel Alfredson, su realizador (que previamente, había dado al público muestras de su buen hacer con la extraordinaria Skumtimmen, en 2013) sabe despegarse del tópico y darle otra nueva apariencia.
En una pequeña parte de la Columbia Británica (la película fue rodada en Enderby), la solitaria muchacha Lillian (Stiles), regresa a su ciudad natal tras la muerte de su madre, para descubrirse amenazada y acechada por el personaje de Liotta, el siniestro señor local Blackway. A él le teme todo el pueblo, incluidas las fuerzas del orden, y sólo obtendrá la ayuda del veterano Lester (un inmenso Anthony Hopkins) y su compañero de trabajo, el torpe y disfémico Nate (Alexander Ludwig).
No tardaremos en descubrir que el caótico Lester tiene su propia razón secreta —el pasado que persigue a sus personajes de manera inexcusable— para querer acabar con el hombre al que todo el mundo en la ciudad teme. Go With Me es, por lo tanto, una historia de venganza contemporánea occidental. En realidad, una película muy americana que, sin querer, nos muestra incluso quiénes son los sectores que serían capaces de elegir a un presidente como Donald Trump.
Un cuento arenoso que establece una trama mínima —adaptando una magnífica, casi espartana, novela de Castle Freeman Jr.— donde apenas tenemos un paseo por los bosques y las montañas de la zona, austeros diálogos y, eso sí, espacio variado para la introspección. Una mezcla de drama, thriller y western boscoso, en un ambiente neblinoso y atemporal, en el que personajes tersos con historias trágicas viven vidas difíciles. Si entendemos, como ellos, que los códigos personales a los que quieren impedirles adherirse han de ser peleados con uñas y dientes.
Ray Liotta, el famoso Blackway, recuerda irremediablemente al Kurtz de Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979), reservándose casi para un cameo al final y sin embargo, es quien dirige toda la función protagonizando las historias que circulan sobre él, y que le otorgan una suerte de estatus mítico. Pensemos por un momento en los ancianos del aserradero (capitaneados por la siempre agradecida presencia de un veterano como Hal Holbrook), anunciando, a la manera de un coro shakespeariano, terribles profecías que convierten a Blackway en un villano más grande que la vida.
En los últimos años, hemos asistido al desarrollo de un nuevo realismo norteamericano, que presenta rasgos comunes en algunos ejemplos como Winter’s Bone (Debra Granik, 2010), Deadfall (Stefan Ruzowitzky, 2012) o A Single Shot (David M. Rosenthal, 2013). La América mayoritaria de zonas rurales —no en cuanto a número de habitantes, aunque sí a territorio— devastadas por la droga y los conflictos entre personajes de una alarmante cerrazón mental y cultural.
Este filme con caparazón de cuento maravilloso[1]Vid. Las Transformaciones de los Cuentos Maravillosos, en PROPP, Vladimir. 1977. Morfología del Cuento. Madrid: Fundamentos, pp. 153-179, empero deconstruido, a su manera, nos ofrece el personaje de Blackway como una suerte de Sandman, el hombre de arena o sacamantecas, que va raptando doncellas; y dos caballeros absolutamente inverosímiles que deberán defenderla. Esa es la cuestión: el deber, algo que debe ser hecho por cuestiones morales. Todo en ese territorio agreste, y nada complaciente con la belleza.
El improbable trío se dirige, así, al acoso y derribo de Blackway, empezando por sus socios, y sus nefastas empresas. El ogro del cuento muere de la manera menos ceremoniosa o épica posible: un solo disparo lo lanza contra el suelo, como si fuese la piedra que acabó con Goliat. Ese universo desintegrado, gélido y escasamente maniqueo, donde incluso el tartamudo se convierte en héroe de un momento, por vez primera en su vida. Cobran especial importancia, en este cuento de buenos y malos adaptado a los nuevos tiempos (¿qué diría Cormac McCarthy, por ejemplo?), la fotografía de Rasmus Videbæk y el diseño de sonido para sustentar la atmósfera sombría, húmeda y amenazante de un desierto de coníferas y los asentamientos humanos pobres y mal construidos que llenan todo espacio entre los árboles.
Allí donde, al desatarse los demonios (Blackway es la temible encarnación del mal, con su rostro picado y ofídico). La inmensa banda sonora de Niska y Wahl encaja perfectamente con lo deseado. En este caso, subrayar cada punto de inflexión emocional y el suspense que trae el guión de este cuento de doncellas y caballeros, transportado a la gelidez de la América profunda con bastante maestría.
Todo nos huele a pino y a chimenea. A muerte y a miedo. Todo, en definitiva, nos dice que esa y no otra es la vida misma.
Ficha técnica
Referencias
↑1 | Vid. Las Transformaciones de los Cuentos Maravillosos, en PROPP, Vladimir. 1977. Morfología del Cuento. Madrid: Fundamentos, pp. 153-179 |
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Excelente análisis.