Frío como un carámbano, con el cañón del revólver apoyado contra el vientre de la joven, le vació el cargador sin pestañear mientras la miraba fijamente a los ojos. Nunca se había sentido tan seguro de sus actos como en ese instante. Entonces, ella, de improviso, le acuchilló el corazón. En el suelo, las balas intactas se mancharon de sangre.