Muchas películas que de soslayo y refilón tienen una cierta mirada crítica al sistema y la crisis sufrida desde hace unos años en nuestro país, pero aquí en “Ayer no termina nunca” no es simple, es fuerte y contundente la llamada de atención al público en general que algo ha de cambiar en esta sociedad capitalista para salir hacia delante. Los diálogos remueven las entrañas de una sociedad sin energías y vacía, que se muestra apenada por un dolor, por lo perdido en muchos sentidos, porque aquí no solo hay una crisis económica, sino emocional y sentimental, y todas se repercuten mutuamente.
Isabel Coixet se ha ido a cuatro años futuros, al 2017 – cuando grabó la película- para mostrarnos lo que puede ser nuestro país en esa época abogado a más derrota si cabe, con noticias tales como “a España se le ha denegado el tercer rescate por parte de la Unión Europea”. Nos enfrentamos a una pareja desolada por su situación personal ante un reencuentro después de cinco años sin verse, con dos telones de fondo, el país y su pasado, el primero más hundido todavía que cuando él emigró a Alemania y el segundo un enigma a resolver si se ha superado, si el dolor ha sido capaz de emerger de sus vidas o se ha instaurado para siempre.
La directora vuelve a conmovernos con los silencios y la palabra, todo eso que ella tan bien sabe utilizar dentro de un contexto tenso y silencioso donde la amargura de ambos personajes va saliendo poco a poco, desgranando su pasado en un futuro incierto, y soltado a bocajarro todo el dolor contenido durante tanto tiempo, que sale cuál resorte por una simple mirada, por una frase a destiempo o por un reproche súbito
No es tan difícil enmarcarnos en una cita poética, aquí lo ha hecho a la perfección Coixet, un escenario sobrio (cual teatro), dos actores de quitarse el sombrero, Candela Peña y Javier Cámara, y un guion excelente que emana sentimentalidad y dolor a la par y por doquier. Una cinta propia de autor con calidad, con fondo para sacarnos las emociones a flor de piel, con diálogos que te mantienen pegados a la pantalla sin poder despegarse de los sentimientos fluyentes y de las lágrimas que puede que corran por tu cara, una servidora lo sufrió y lo disfrutó, porque no hay nada más bello que sentir.