Comentario a CARSON, Anne: La belleza del marido. Un ensayo narrativo en 29 tangos. Lumen, Barcelona, 2020.
«Anne Carson nació en Canadá y se gana la vida enseñando griego antiguo», esto es lo que leemos en la solapa de este libro. En realidad es lo que leemos en la solapa de todos sus libros. ¿Es poco, es mucho lo que así dice? La cuestión de lo poco y de lo mucho, de lo que se ahorra o dilapida no es baladí para alguien que escribe. De hecho, ella dedicó un magistral ensayo a lo que supone en el poema dar, retener, hacer memoria, y de qué suerte de orden y de medida estamos hablando, de qué acribia hacemos uso.[1]CARSON, Anne: Economía de lo que se no se pierde. Leyendo a Simónides de Cos con Paul Celan. Vaso Roto, Madrid, 2020, p. 95 Nos referimos a una cierta usura, que es la de la exactitud que exigimos a quien ejerce, por así decir, como Simónides y, de manera más oblicua, como Paul Celan, una literatura epigráfica. Una, en la que para contar al otro, y despertarlo de su muerte con la palabra que señala o demarca la desaparición, sea preciso además contar las palabras. Y yo mismo me pregunto si tendré la osadía de pensar con ella. Porque a veces la obra de Anne Carson se aparece como una colección de lápidas, de mármoles inscritos y fragmentarios, de despedidas que se han despedido a sí mismas, igual que un signo por terminar, mas no por ello menos intenso. Como un pedazo de Calímaco o una porción de Safo. Que no os haga errar el ejemplo. Es verdad que Carson emite sus avisos desde una Antigüedad remota. Pero lo hace para el porvenir, porque la antigüedad exhausta desde la que escribe es la de nosotros mismos.
¿«Anne Carson nació en Canadá y se gana la vida enseñando griego antiguo» dice muy poco? ¿Dice lo justo? En cualquier caso dice lo que quiere decir. Obedece a esa acribia o economía en la que ella misma ha cifrado la verdad del poeta. Probablemente resulta más dudosa la frase como curriculum vitae, ¿por qué?. Pues porque no hay ningún recorrido, ninguna carrera. Porque aunque cuenta con dos tiempos verbales, uno pretérito para lo natal, y otro presente sobre lo laboral, sin embargo la imagen tiene algo de detenida, definitiva, esencial y estática. O puede que la esencialidad resulte aquí más bien extática. Por la brevedad del mensaje, se diría que más que un currículum se trata de uno de esos anuncios por palabras, o de esas ofertas de trabajo que se ponen, incluso con una pequeña pestaña para arrancar con el número de teléfono, en algún tablón de anuncios, singularmente universitario. El conjunto sin embargo parece un poco extraño, como desequilibrado: la primera parte dice demasiado, pues puede que ser canadiense sólo sea una noticia por completo importante cuando el lector posee una relación compleja con ser canadiense. Lo que le suele ocurrir desde luego a los canadienses, y de una manera acaso más neurótica, a una parte significativa de los nacidos en Estados Unidos. En cambio la segunda parte tal vez dice demasiado poco. No aparece ninguna cualificación, lo que obligaría a escribir un entero currículum, sino que se limita a enunciar tu propia necesidad. En caso de que necesites aprender griego antiguo, ponte en contacto con Anne Carson. Ella es la solución. Lo que nadie discute, en esta discutible frase, es que se trata de un anuncio por palabras. Y eso incorpora ya lo que he adelantado como una posible dimensión extática del mensaje. De hecho hay una palabra griega kerigma, la palabra como anuncio o proclamación, que posee un significado teológico hasta el punto de que el cristianismo es sobre todo su sentido kerigmático. Pero no hay una orientación religiosa distinguible en Carson. Tan poco la hay que tal vez su anuncio por palabras sólo sea un anuncio de palabras. Y aquí sólo puedo mencionar, como al paso, la naturaleza del lenguaje mismo en tanto que anuncio. Paul de Man remedaba a Martin Heidegger, y a esa tautología suya que, como todas las suyas, no tenía nada de tautológica, de que el habla habla (Die Sprache spricht), añadiéndole que el habla promete (Die Sprache vespricht). Hablar promete, tiene futuro, justo el tiempo verbal que no aparece en el anuncio de Carson. O hablar consiste en hacer promesas. Lo que así, y de nuevo al paso, nos llevaría a la pragmática trascendental de Karl Otto Apel. Todo el que habla, por el mero hecho de hacerlo, nos está prometiendo que dice la verdad, que va a decirla cuando dice, al decir. Por eso no hay tampoco tiempo futuro en el anuncio. Porque la promesa es la presencia del porvenir. ¿Y qué anunciaba yo mismo con mi anuncio? Pues algo que no ha comenzado o que anda ya mediado, aunque no haya dicho una palabra sobre ese libro, «La belleza del marido», del que había prometido que iba a decir, salvo la de ese anuncio por palabras que aparece en la pestaña del libro, y en realidad de todos los libros de Carson, así que se trata de un comentario bastante inespecífico.
Supongo que lo primero, lo más socorrido, a la hora de hacer un comentario literario, es hacer mención del género. Puede que yo mismo ya lo haya hecho, pero de manera furtiva: he hablado de la precisión o la economía del poema. Sin embargo este no es, literalmente, un libro de poemas, sino, a la letra, «A Fictional Essay in 29 Tangos», un ensayo narrativo en 29 tangos.[2]CARSON, Anne: La belleza del marido. Un ensayo narrativo en 29 tangos. Lumen, Barcelona, 2020 Parece que la profesora de griego ha recibido ella misma un curso de tango. Y esto me trae un recuerdo gratísimo de Atenas. Como que en el camino habitual desde mi hotel en Agioi Asomatoi, que lindaba con la impresionante blancura de la sinagoga Beth Shalom, hasta Monastiraki, siempre pasaba por una academia de tango a la altura de la calle Ermou. Así que fantasear con apuntarme allí a unas cuantas clases, en pleno corazón del mundo clásico, junto a una profesora canadiense, no parece del todo desatinado. Y es que para los puristas, entre los que habría que incluir a Jorge Luis Borges, el tango no es lo argentino mismo, cuyo aire bailable con raíces es el de la milonga, sino, por así decir, el anuncio o kerigma de lo argentino ideado en París, en Europa o en lo cosmopolita. O bien tendría que recordar una jornada de asado en el jardín de mi padrino, en la que Mario Rubén González, Jairo, se acercó a cantar para nosotros Cuesta abajo. Mas esta memoria desorganizada y caprichosa, tal vez no lo sea tanto. Ya que La belleza del marido bien podría resultar un comentario a esta estrofa del poema que ese día nos cantó el invitado argentino: «Solo quiero que comprendas/ El valor que representa/ El coraje de querer».
Atreverse a querer, osar eso que, si releemos a Safo a partir de la bella y doctísima lectio de Carson, es sólo nombrable con un neologismo. Porque el deseo erótico es glukupikron, dulceamargo, tanto más dulce cuanto más amargo, dulce aunque amargo, dulce porque amargo, porque son estas variedades o permutaciones las que constituyen la lección misma del deseo bittersweet.[3]CARSON, Anne: Eros. Poética del deseo. Dioptrías, Madrid, 2015.. Adelanto mi juicio. Detesto los poemas de desamor y es de desamor de que lo que aquí se habla, lo que aquí se narra. Podríamos hablar de algo así como un matrimonio fallido. Pero es uno que no deja de fallar, que lo hace desde el principio. Se trata de un matrimonio por así decir poco conyugal. Que no se aclimata al ocaso tierno y amistoso de la pasión, porque el matrimonio de éxito supone el fracaso de otra cosa. Es el sabio camino elegido por la vida para que la pasión no la desborde ni la haga imposible. En cambio, y así comienza (o no) el poema, A wound gives off its own light, una herida desprende su propia luz. No se salda ni se suelda. Carson dice que se trata sólo de una analogía, de una demora (a delay). Pero es que este poema de desamor él mismo es una mera analogía, una demora de lo que se desenamora al amar. Y es que el amor hace que nos atrevamos a ser pobres, nos recuerda Anne Carson en un bellísimo mini tratado (¡qué difícil resulta atribuirle un género literario a esta profesora canadiense de griego, si cada vez que escribe un libro, como envidiaba Theodor W. Adorno de Walter Benjamin, se inventa uno diferente!)[4]CARSON, Anne: Decreación. Vaso Roto, Madrid, 2014, p. 244., que posee un subtítulo sugestivo, De cómo dicen Dios mujeres como Safo, Marguerite Porete y Simone Weil, y que si lo unimos al título como tal, hace de la sugestión una vertiginosa provocación, empujándonos hasta la intuición de la Kábala de Isaac Luria, quien nos dice que Dios se deshace para que el mundo sea, y que eso significa la decreación: deshacerse, volverse pobre, abajarse.
Detesto los libros de desamor, lo he dicho, al menos casi tanto como los de amor.
Desconfío de los abanderados de la experiencia, porque más que banderas ponen banderillas. De lo banal, de lo irrelevante o poco trabajado como literatura. Y eso admitiendo que el amor y el desamor son las experiencias que actúan como razón necesaria de lo lírico. Todo lo demás, claro, es lo suficiente. Y eso es lo que se denuncia en tanta poesía juvenil de experiencia, y lo que es peor aún, rejuvenecida por hombres o mujeres de edad: insuficiencia de cultura, de lecturas, de literatura. Es obvio que no es el caso de Carson. Es más, es obvio que con Carson se trata de todo lo contrario. Y que en su caso la insuficiencia es más bien sobreabundancia. Tanto que lo narrado (fictional) al final no importa tanto; que Anne Carson pueda ser tan soltera como por ejemplo Rimbaud, y nada cambiaría, porque a lo mejor lo que ensaya es de otro orden y resulta inenarrable como tal.
Intentemos, por lo tanto, empezar de nuevo, ir más allá de lo que hemos anunciado, varias veces ya, porque incluso yo empiezo a sospechar que no voy a poder dejar de dar vueltas sobre la pestaña de este libro. Una herida luminosa es una analogía, una demora, algo que dicen los cirujanos (surgeons say), y se trata de una traducción magnífica. Lo es, magnífico, todo el trabajo de Andreu Jaime, aunque traducir a Anne Carson no sea la más fácil de las tareas, puesto que la cesura en su escritura hace que a menudo, al intentar saltar de una palabra o de un verso a otro, nos quedemos colgados del cielo de la sintaxis, como ocurre por ejemplo en Paul Celan, por más que Carson esté bien alejada de su voluntad críptica. Si menciono la dificultad de traducir surgeon es porque el primer tango comienza con una dedicatoria, al mismo tiempo escrita y borrada, y que cito con letras mayúsculas como en el original: «DEDICO ESTE LIBRO A KEATS (¿FUISTE TÚ QUIEN ME DIJO QUE KEATS ERA MÉDICO?) POR LA RAZÓN DE QUE UNA DEDICATORIA TIENE QUE ESTAR NECESARIAMENTE VICIADA SI UN LIBRO ASPIRA A MANTENERSE LIBRE Y TAMBIÉN POR SU COMPLETA DEDICACIÓN A LA BELLEZA.[5]La belleza del marido, p. 17.. En efecto, la vida del poeta John Keats fue corta, pero de ella cinco años fueron dedicados al ejercicio de la medicina. Lo que ocurre es que lo que se entendía por el ejercicio de la medicina en 1820 y hoy no es exactamente lo mismo, y puede que la cirugía, que hoy posee su propio brillo profesional, no fuese en aquel momento lo más atractivo para el propio Keats, en cuyo desempeño inespecífico se incluiría lo que hoy llamaríamos el médico, el quirurgo, practicante o boticario, como leo en un encantador libro de Hillas Smith sobre el romántico médico poeta.[6]SMITH, Hillas: Keats and Medicine. Cross Publishing, Newport, Isle of Wight, 1995.. Pero es que en esta larga dedicatoria, por defectiva (flawed) que resulte, me parece que está lo que salva a La belleza del marido del desastre memorial. Y que como se dice en lenguaje administrativo es una dedicación completa.
No como una corteza Keats, no como una excrecencia del artefacto, aunque nadie sea más arriesgada que Carson al intentar estos mecanos de citas y referencias e irónicos vestigios, sino que hemos de poner en el centro este ensayo circular sobre la verdad y la belleza, verdad es belleza belleza es verdad, igual que en la urna griega del poema de Keats. Pero no es menos evidente que la correlación entre lo bello y lo verdadero es problemática. Desde luego para Anne Carson, dado que el bello marido miente en todo y lo hace siempre (p. 57). O a lo mejor estamos demasiado presos de una presunción platónica y cualquier cosa menos natural, pues «Aristóteles, / que no tenía marido,/ raramente menciona la belleza». (p. 134). Pero es que el problemático vínculo esencial entre lo bello y lo verdadero resulta una perspectiva privilegiada incluso para el propio Keats, por ejemplo bajo la figura de Lamia, que es, en palabras de Harold Bloom, «simultáneamente una bruja engañosa y una inocente hermana, una destructora y un ideal sensual»[7]BLOOM, Harold: Los poetas visionarios del Romanticismo inglés. Barral, Barcelona, 1974 p. 436., y que se debe con toda probabilidad a un trasunto de Fanny Brawne, el intenso y breve e imposible amor de Keats, si es que resultar breve, ser intenso, y además imposible, no es una combinación pleonástica por lo que concierne a la realidad de ese amor, a la vez desdichado y glorioso. En otro punto lo confirma la propia Carson: «Love is not conditional./Living is very conditional» (p. 166).
Por esta incondicionalidad, la esposa, en esta suerte de sátira del Cantar de los cantares, que es derrotada, también merece el más alto encomio, el epinicio dedicado a una luchadora triunfante. Muchas cosas están lejos todavía en el poema de Anne Carson, disimuladas en estratos de ironía, así es the look of the truth, un elusivo hojaldre (p. 63).» Un verso vuelta abajo. El trigésimo tango se deshace como un puñado de silencio.
Título: La belleza del marido. Un ensayo narrativo en 29 tangos |
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Referencias
↑1 | CARSON, Anne: Economía de lo que se no se pierde. Leyendo a Simónides de Cos con Paul Celan. Vaso Roto, Madrid, 2020, p. 95 |
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↑2 | CARSON, Anne: La belleza del marido. Un ensayo narrativo en 29 tangos. Lumen, Barcelona, 2020 |
↑3 | CARSON, Anne: Eros. Poética del deseo. Dioptrías, Madrid, 2015. |
↑4 | CARSON, Anne: Decreación. Vaso Roto, Madrid, 2014, p. 244. |
↑5 | La belleza del marido, p. 17. |
↑6 | SMITH, Hillas: Keats and Medicine. Cross Publishing, Newport, Isle of Wight, 1995. |
↑7 | BLOOM, Harold: Los poetas visionarios del Romanticismo inglés. Barral, Barcelona, 1974 p. 436. |