Precisamente porque voy a hablar del poder tengo que hacerlo con palabras. Hablar de palabras. En este caso, las del siciliano Leonardo Sciascia, uno de los grandes escritores que ha dado Italia. Sciascia considera casi una obligación, tanto ética como literaria, dar testimonio de lo que no se puede atestiguar: el culto a la clandestinidad, el poder material (distinto del poder formal o constituido) y las tramas de los tímidos defensores del orden. Todo ello, en definitiva, para darle una palabra al mar de silencio que se cernía sobre la Italia de la Primera República. Para tratar de decir verdad entre toda la farsa. Debemos asumir que Sciascia está expresando, desde el mismo inicio, que pretende decirnos la verdad entre tanta mentira, aun a riesgo de ser confundida esto también con otra mentira. Lo hace el siciliano con un duro y profundo conocimiento literario que es, a la vez, premonitorio e intuitivo de las cosas del mundo. Así, su obra se convierte en ensayo, tratado, ficción, indagación… todo cuanto hace falta para que la verdad salga a la luz, aun cuando el propio Sciascia, en su ensayo dedicado a la historia de la novela policíaca, ha dejado clara «la imposibilidad de la existencia de la novela policíaca en un país como el nuestro: en el que de cada misterio criminal muchos conocen la solución y los culpables, pero la solución nunca se hace oficial y los culpables nunca son… conducidos ante la justicia»[1]SCIASCIA, Leonardo. 2018. Il metodo di Maigret. E altri scritti sul giallo. Milano: Adelphi, p. 75.
Esto es lo que consigue, quizás de forma más asombrosa todavía que en otros lugares de su obra, en El Caso Moro[2]SCIASCIA, Leonardo. 2012. El Caso Moro. Barcelona: Tusquets (L’Affaire Moro, 1978). Ese mismo año, el 16 de marzo, las Brigadas Rojas habían secuestrado al primer ministro Aldo Moro en la Via Fani de Roma, en lo que, todavía hoy, permanece como uno de los acontecimientos que más conmocionaron a Italia y Sciascia, que no tardó en darse cuenta de su trascendencia, identificó, de inmediato y por diversas razones, su función de golpe decisivo en la historia política de Italia en la segunda mitad del siglo XX. Puso de relieve con claridad ilustrada y racionalista las ambigüedades, las zonas de sombra del asunto Moro:
1. La dialéctica entre correlación (Pasolini) y contradicción (Sciascia) entre el lenguaje incomprensible y oblicuo de Aldo Moro, que vendría a «ocupar ese espacio del que la Iglesia católica sacaba su latín precisamente por los mismos años» (p. 17), y el hablado por el grupo dirigente demócrata-cristiano, lo que hizo que, en un determinado momento del secuestro, la ausencia de Moro fuera más productiva que su presencia.
2. El hecho de que las cartas escritas por Moro, absolutamente auténticas para Sciascia, aunque sometidas a robustas estrategias de autocensura y encriptación, «diciendo cosas con el mismo lenguaje que no decía nada» (p. 24), pero sin ninguna coacción por parte del comando de secuestradores, se hicieran públicas según una lógica ciertamente extravagante.
3. El colosal fracaso de todas las estrategias empleadas por un engorroso, burocrático sistema de investigaciones: las Brigadas Rojas pudieron escapar, y en repetidas ocasiones, al cálculo de probabilidades, también debido a la desorganización e ineficacia de las investigaciones: «Y a juzgar por las estadísticas que dio a conocer el Ministerio del Interior de las acciones policiales llevadas a cabo desde el momento del secuestro hasta el descubrimiento del cadáver, a eso precisamente escaparon las Brigadas Rojas, al cálculo de probabilidades. Lo cual es verosímil, pero no puede ser real y verdadero» (p. 31).
4. El encuadramiento del asunto Moro, que las investigaciones oficiales siempre han negado, en el contexto internacional, dominado por la Guerra Fría y la correspondiente guerra civil de baja intensidad, en la que Italia era una avanzadilla estratégicamente esencial de la Alianza Atlántica y no se veía con buenos ojos la colaboración política de la Democracia Cristiana con el Partido Comunista Italiano, prudentemente iniciada por Moro.
5. La presencia de comunicados engañosos, como el infame comunicado número 7 del 18 de abril de 1978, en la que las Brigadas Rojas afirmaban haber ejecutado la sentencia de muerte del jefe de la DC, cuyo cuerpo habría sido arrojado a las aguas del lago Duchessa: algo que resultó ser infundado. Para Sciascia, que se inclinaba por creer que el comunicado era auténtico, con él las investigaciones se alejaban de Roma, lo que permitía a las Brigadas Rojas reorganizarse y planificar mejor el secuestro; pero al examinarlo más de cerca: «Lo cierto es que el falso comunicado podía ser una idea lo mismo de las Brigadas Rojas que del gobierno […] A ambas partes venía –y vino- bien: fue como un ballon d’essai, una prueba general, una eficaz forma de descargar con una noticia falsa –que luego se anunció falsa- las tensiones, emociones y valoraciones que habían de descargase con la verdadera, y atenuar y desdramatizar así la verdadera […] Moro fue condenado a muerte por las Brigadas Rojas directamente, y por Democracia Cristiana y el Estado indirectamente» (p. 82).
Y podríamos seguir, sin duda, pero no se pretende aquí un sumario del sumario, sino tan apenas un comentario del deslumbrante escrito en el que Sciascia hizo aflorar todas las aporías que caracterizaron la posterior reconstrucción del asunto Moro en la historiografía y la memoria política italianas y donde, al mismo tiempo, reconoció sus rasgos de verdadera masacre de Estado, destinada, sin embargo, al olvido y al silencio. Años después, lo que el propio Sciascia definió memorablemente como la invisibilidad de las pruebas sigue sobrevolando el caso Moro y sus contradicciones: había y hay tantas zonas grises que la cultura oficial ha tratado de presentar como sensacionalista o poco juicioso todo lo que va más allá de sus reconstrucciones, en su mayoría vagas y tendenciosas, dado que la implicación de las instituciones en la gestión del caso ya no puede ponerse en duda, salvo por los impertérritos negadores.
Reducido, marginado o eliminado de la memoria institucional, el caso Moro y su reconstrucción por parte de Sciascia nunca han encontrado un lugar adecuado en la memoria pública de Italia. E incluso cuando se ha constatado la extraordinaria calidad literaria del texto del escritor siciliano, se ha rebajado su valor documental y la fiabilidad de la reconstrucción del caso que en él se hace, como hicieron hace unos años estudiosos como Pischedda o Gotor. Observaciones que no resumiré, pero que carecen de sentido, ya que –independientemente de los errores historiográficos, comprensibles, de un libro instantáneo escrito en las llamas de las polémicas de la época y no por un historiador profesional- ya no se cuestiona el hecho de que el caso Moro ha sido manipulado en la reconstrucción pública y sigue cargado de falsedades que estas mismas reservas, señaladas inoportunamente, terminan si no alimentando, al menos impidiendo que se evalúen correctamente.
Sciascia se compromete de forma tenaz en dos frentes, tan fantásticos como urgentes: la búsqueda de la verdad y el restablecimiento de la dignidad. Por Moro y por el país. En medio de la búsqueda, al recorrer las páginas de El Caso Moro, uno se da cuenta de que la mayoría de las referencias provienen de otra literatura: de Pasolini a Borges, de Guzmán a Manzoni o Pirandello. Por otra parte, ¿cómo se puede comunicar lo incomunicable si no es utilizando la imaginación por excelencia, la imaginación literaria? Esto es lo que debió preguntarse también il Professore al escribir sus cartas desde la infame «cárcel del pueblo» de las Brigadas Rojas, y que Sciascia sondeó palabra a palabra, silencio a silencio. Fue en busca de lo que el presidente de la Democracia Cristiana intentaba decir al no decir, en esos cincuenta y cinco días bajo una dominación plena y descontrolada, buscando entre líneas la verdad de la imaginación (un oxímoron que nunca lo es del todo), que Moro debió utilizar para que sus mensajes escaparan a la censura de las Brigadas Rojas.
¿Qué metáforas, entonces? ¿Qué palabras? Sciascia sabe que la fuerza de su investigación se basa en la transposición de hechos; así lo enseñan Pirandello y Borges, y el propio Sciascia en Todo modo: «me he formado una idea sobre estos crímenes […] por lo tanto, tiendo a eliminar todo lo que sobra, todos los hechos e indicios que terminan por engañarnos y confundirnos»[3]SCIASCIA, Leonardo. 2011. Todo modo. Milano: Adelphi, p. 94. Y de ello debió ser consciente también Moro, que desde su prisión leyó las frías e implacables sentencias del exterior, las de los hombres del poder, las más duras de todas: los «amigos» democristos le repudiaron y lo mismo sirve para los comunistas, en su propio beneficio. Porque todo este caso –el secuestro, las investigaciones, el debate inventado, el descubrimiento- es ya ficción: es trabajo de lo que hoy llamaríamos posverdad, es invisibilidad de las pruebas (Poe), es huida del cálculo de probabilidades.
De repente, se pretende que en un país como Italia pueda imponerse la razón de Estado. Así que Sciascia, solo y libre, decide confiar en la evidencia, que en el lenguaje de Moro parece coincidir con lo novedoso y lo improbable. Como el término familia, que Moro utiliza varias veces en sus cartas de forma distorsionada y desproporcionada. ¿Pero qué significa? «Si no tuviera una familia tan necesitada sería un poco diferente»[4]MORO, Aldo. 2008. Lettere dalla prigionia. Ed. Miguel Gotor. Torino, Einaudi, p. 14, escribe en la segunda carta, dirigida a Zaccagnini. Y luego, en la carta recibida por Il Messaggero, el 29 de abril: «es bien sabido que los gravísimos problemas de mi familia son la razón fundamental de mi lucha contra la muerte»[5]Ibíd., p. 143.
Estas afirmaciones son fácilmente refutadas por la situación objetiva de la familia Moro, que sufría en el plano de los afectos, pero no en el de la riqueza o las relaciones sociales: «El Estado que le preocupa, el Estado que le obsesiona, creo que se resume para él en la palabra familia», una metáfora, según Sciascia, «no porque sustituya la palabra Estado por la palabra familia, sino porque amplía su significado: haciéndolo pasar de su familia a la familia del partido y a la familia de los italianos cuya voluntad general, incluida la de quienes no lo votan, el partido representa» (pp. 53-54). He aquí la verdad, la digna verdad, que recuerda el designio democristiano sobre la Italia de la posguerra, y que se esconde tras la insignia de gran estadista, colocada como una impostura al ahora prisionero Moro. El tiempo será la confirmación implacable de las premoniciones contenidas en las cartas y las páginas del libro de Sciascia. Dos, sobre todo: la implosión de la Democracia Cristiana («mi sangre caerá sobre ellos»[6]) y las responsabilidades eludidas del Partido Comunista -de su «invención del Estado» (p. 131)- que para Sciascia son «la verdadera razón, la explicación principal de que no se llegara a un desenlace feliz […] ya casi unánimemente, como un reconocimiento póstumo» (p. 177).
Y se comprende cómo la operación de Sciascia responde a un objetivo humanitario y cristiano último: devolver la persona de Aldo Moro a la familia, al partido, al Estado.
Devolvérselo a los italianos para que abran los ojos a la imaginación más verdadera, con la literatura, donde Sciascia veía la forma más absoluta que puede asumir la verdad[6]SCIASCIA, Leonardo. 1984. Negro sobre negro. Barcelona: Bruguera, p. 244. Aspirar a la extrañeza, en feliz idea de Moravia, no implica un alejamiento de los hechos ni mucho menos una negación de la tragedia y la urgencia histórica. Al mismo tiempo, sin embargo, Sciascia no se siente en el deber de defender al Estado, ese emblema trágico que representan los democristos. La actitud del Sciascia recuerda a la de Rogas en El Contexto que, en su calidad de detective, se siente ajeno a un poder dominante y a una justicia ausente, dándose de bruces con la espantosa realidad: «procesar al culpable, a los culpables, es imposible; práctica, técnicamente imposible. Ya no se trata de buscar la aguja en el pajar, sino buscar en el pajar la brizna de paja»[7]SCIASCIA, Leonardo. 2007. Il Contesto. Milano: Adelphi, p. 98. Sciascia, por supuesto, tampoco apoya a los terroristas, a los que, unos años más tarde, definiría como «los hijos bastardos de nuestra indignación. Y también de nuestra cobardía»[8]LAJOLO, Davide, SCIASCIA, Leonardo. 1981. Conversazione in una stanza chiusa. Milano: Sperling & Kupfer, p. 33.
Sciascia avanzaría en su libro la duda de si la historia del secuestro y ejecución de Aldo Moro correspondía a un guion preestablecido y de que, en realidad, no había ningún dilema político real en la negativa a negociar con las Brigadas Rojas, sino un diseño, para el que el gobierno italiano de la época estuvo de acuerdo desde el principio en que Moro estaba ausente y no presente. Escrito muy cerca de los acontecimientos, aunque breve, el de Sciascia no es un libro fácil, una historia sencilla. Para llegar al meollo de la cuestión, es necesario seguir las rutas precisas y afiladas de la argumentación y el análisis cabal de los documentos disponibles en ese momento. La tesis inspiradora de ese libro, tomada de un famoso cuento de Borges, sigue siendo tan pertinente como siempre: que la verdad histórica «no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió»[9]BORGES, Jorge Luis. 2012. «Pierre Menard, autor del Quijote», en Cuentos Completos. Barcelona: Debolsillo, p. 115 y según cómo nos lo cuentan.
También aquí, y como en una historia de detectives, Sciascia busca el culpable y el motivo, tratando de responder a la pregunta de por quién fue realmente condenado Aldo Moro. ¿Lo fue por las Brigadas Rojas o, más bien, por ese Estado que rechazó toda negociación con las Brigadas? El plan de los terroristas de secuestrar al Primer Ministro tenía como objetivo explícito impedir lo que entonces se llamaba el compromiso histórico, es decir, el regreso del Partido Comunista al gobierno junto a los democristianos. La misma mañana en que fue secuestrado, Aldo Moro estaba a punto de convertirse en el artífice de esa nueva etapa en la historia del gobierno republicano. Paradójicamente, los días de encarcelamiento y posterior ejecución de Moro tuvieron el efecto contrario al deseado por los terroristas pues, como señala Sciascia, se unieron «desde el primer día del secuestro […] montones de banderas rojas como dando el pésame y protección a las banderas blancas de Democracia Cristiana» en una solidaridad que nunca se había visto en las calles italianas. La ausencia de Moro, por tanto, convenía al Estado italiano desde el primer momento, más que su presencia.
De ahí –deduce Sciascia- la negativa del Estado a negociar, hecha pasar por intransigencia y lealtad a la razón de Estado. Moro fue, pues, víctima de un cálculo de conveniencia política. Víctima de sus propios «amigos» del gobierno, pero como la responsabilidad de ese cálculo no podía recaer en quienes lo idearon, se entregó incluso a la literatura y a la ficción, a quienes ya habían relatado las oscuras tramas del poder y, por tanto, instigaron su subversión, poniéndose implícitamente del lado de los brigadistas. «Cuando la verdad, abandonada a la literatura, se hizo patente en la vida cotidiana con toda su trágica crudeza y ya fue imposible ignorarla o disimularla, pareció engendrada por la literatura. Los políticos del poder o próximos al poder culparon de ello a los hombres de letras (prefiramos hombres de letras, que viene de Voltaire y de su época, a intelectuales, término demasiado genérico e impreciso), no sin cierta buena fe e inocencia, porque pensaron que los mismos hombres de letras acabarían figurándose engendradores de aquella realidad» (p. 30): el caso Moro pone así al escritor ante la paradoja de que parece que la realidad se inspira en la ficción, y que la ficción tiene valor profético. Para destruir la idea de que la invención ha prevalecido sobre la realidad, Sciascia deconstruye la narración del asunto Moro, poniendo de relieve dónde no se sostiene.
En los anni di piombo, se repite a menudo, no sólo en Italia, el tema de la Antígona de Sófocles, la tragedia del contraste entre las leyes del Estado y las leyes privadas e íntimas del individuo, sirve para narrar la oposición entre el Estado y el individuo, una oposición que es el eje de la lectura que hace Hegel de la tragedia: por un lado, tenemos a los que estaban a favor de Antígona, entendida no como la víctima inocente, sino como la que tiene la capacidad de socavar el Estado con su desobediencia; para Antígona eran, por tanto, los simpatizantes, los intelectuales de izquierda a los que se culpaba entonces de la decadencia moral y de justificar la violencia de la guerrilla urbana. En el otro lado estaban los que entendían los motivos de Creonte, de la autoridad constituida, de querer proteger los fundamentos del Estado y su estabilidad contra los intentos subversivos, que se valían de la ética de no ceder al chantaje ideológico: en Italia, el caso Moro y la tragedia de Moro como ser humano complicaron esa representación dualista de la sociedad, y esta fue la advertencia de Sciascia. Moro representaba, de hecho, ese Estado del que se había convertido en víctima. No era su antagonista, y por tanto su tragedia desafiaba una representación demasiado lineal de la oposición entre las razones del Estado y las razones del individuo, entre la colectividad y el individuo.
En el plano simbólico, en el asunto Moro llegaron a coincidir las razones de Creonte y las de Antígona, precisamente porque el político estaba a la cabeza de un Estado que no tenía autoridad moral, y contra el que ahora, en una posición inesperadamente subordinada, protestaba, como Antígona, en nombre de la justicia y la libertad individual, para salvarse. El modelo de Antígona funcionó y funciona para muchos otros aspectos del caso, podríamos añadir: la proximidad a la muerte del hombre Aldo Moro, encarnación según algunos de un pesimismo meridional que lo hacía proclive a la muerte y que había encontrado su realización simbólica en los días de su encarcelamiento por las Brigadas Rojas, pasados entre la esperanza y la condena; la injusticia y la oscuridad de la segregación, de la que las Polaroid relataban toda la melancolía irremediable; la inútil intervención de la autoridad religiosa, el Papa, una especie de Tiresias demasiado connivente con el poder. Incluso en las cartas de Moro parece resonar la invitación de Tiresias a Creonte (al Poder) para que dé marcha atrás en las decisiones tomadas, con el fin de evitar lo peor (que es, además, inevitable, porque Moro, como Tiresias, lo profetiza oscuramente).
Pero, incluso más allá del crimen –un ejemplo más de que, por citar a Montale, abbiamo fatto del nostro meglio per peggiorare il mondo– interesa sobremanera el cuestionamiento de Sciascia sobre el Poder que no se muestra, que yace en una zona de sombra, protegido por impenetrables oscuridades, inaccesible para quienes creen ver y en cambio no ven. Y las palabras de Sciascia permanecen y resuenan hoy, más importantes que nunca –cuando hemos presenciado incluso un asalto al Capitolio de los Estados Unidos, ciudadela de las libertades-, las palabras que exigen dar cuenta de la naturaleza del poder, de sus tramas ocultas, de la imposibilidad de penetrar en él. «No quiero a mi alrededor a hombres del poder», había escrito Moro cuando estaba seguro de que iba a morir. Y el comentario de Sciascia: «Por último, está la palabra que por vez primera escribe con toda su atroz crudeza, la palabra que por fin se le muestra en su verdadero, profundo y pútrido significado: la palabra poder […] Por el poder y del poder había vivido él hasta las nueve de la mañana de aquel 16 de marzo. Ha esperado seguir teniéndolo, quizá para volver a ostentarlo plenamente, sin duda para evitar morir de aquel modo. Pero ahora sabe que lo tienen los otros: en los otros reconoce su faz monstruosa, estúpida, feroz. En los amigos, en los fidelísimos de los buenos momentos, macabros, obscenos buenos momentos del poder» (pp. 108-109).
El Caso Moro nos hace reflexionar no porque nos sitúe de nuevo ante la elección de qué lado estar, sino porque pone de manifiesto la peligrosidad, la ambigüedad, lo inescrutable del poder y sus tramas. ¿Dónde está, si es que lo hay, el equilibrio entre el Poder y el individuo, entre el estado de excepción o de necesidad y la comprensión y la piedad humanas? ¿Existe un Poder que se convierte en la voz del individuo, o es el propio Poder un mecanismo que aplasta, esclaviza, destruye? ¿Cómo se transforma uno, sin saberlo, en un instrumento del Poder? Moro pensaba, escribe Sciascia, en virtud de su condición de cristiano que «entre salvar una vida humana y mantenerse fiel a unos principios abstractos, había que forzar el concepto jurídico de estado de necesidad para trocarlo en principio: el no abstracto principio de salvar al individuo frente a los principios abstractos» (p. 60). ¿Es necesario subrayar la actualidad de estas palabras en una época marcada por nuevos estados de necesidad y de excepción, que parecen sucederse sin cesar?
Así pues, hallaremos en este libro un texto de naturaleza polimorfa, arduo de clasificar: panfleto, estudio documental y reinterpretación literaria de los datos de las noticias criminales (la base literaria del propio Sciascia). Por eso no es de extrañar que para el siciliano la literatura haya sido siempre un compromiso necesario para medirse con los pliegues más íntimos de la realidad humana y poética, un compromiso necesario para desenmascarar el poder. Esta última es una palabra espantosa, como la definió Moro en una de sus cartas como prisionero: y es sobre esta palabra, con decisiva oposición polémica y política, que Sciascia construirá toda su producción literaria. Como en Todo Modo, Sciascia se burla del Partido Comunista, de la Iglesia y de la Mafia, los verdaderos padecimientos de su sicilianità con los que siempre chocó y que siempre movieron los hilos de sus narraciones.
El profesor Castagnino nos ha dicho a este respecto que, además de los personajes que creó en sus novelas policíacas, Sciascia se convirtió en detective por sus escritos sobre Roussel, Majorana y Moro, con lo que la coincidencia entre la cultura y el aislamiento del intelectual aparece aún más central en su producción[10]CASTAGNINO, Angelo. 2014. The Intellectual as a Detective: from Leonardo Sciascia to Roberto Saviano. New York: Peter Lang, pp. 61-62. Además de ello, encontramos unas ideas muy peculiares en la interpretación que de Dupin hace Sciascia en el ensayo que hemos mencionado antes: «una inteligencia lúcida y visionaria […] capaz de ordenar matemáticamente los datos y las incógnitas de todo lo que se presenta como un misterio, de reducir incluso la composición poética a un proceso matemático […] el misterio de un crimen es para él, propiamente, un problema: hay datos, es decir, pistas, que deben conducir necesariamente a una solución»[11]SCIASCIA, Il método…, Op. Cit., p. 61.
Pues bien, entre todo ese maremagno de datos y pistas, la escritura de Sciascia se convierte en una fuente inagotable de preguntas que solicitan respuestas. Estas son, creo, las intenciones del autor desde el principio: no tanto reconstruir la verdad sobre el asunto del secuestro sino interpretarlo de forma literal y humana. En El Caso Moro, Sciascia busca una verdad literaria más que una verdad histórica, y eso es exactamente lo que el lector debe esperar. En feliz idea de JoAnn Cannon, «adopta muchas de las convenciones del género policíaco […] utiliza su dominio de las reglas del juego no para satisfacer las expectativas de orden y cierre del lector, sino más bien para frustrar las expectativas que despierta su elección genérica»[12]CANNON, JoAnn. 2006. The novel as investigation: Leonardo Sciascia, Dacia Maraini, and Antonio Tabucchi. Toronto: University of Toronto Press, p. 31. Fue el factor humano de Moro lo que impulsó al autor a escribir sobre el asunto, al sentirse en el deber religioso (de religiosidad civil, en su caso) de redimir a prisionero y víctima.
Para Sciascia, los democristianos eran el gran contenedor del sufrimiento de su querida Sicilia. Sin embargo, aquí el autor no intenta leer al Moro político, sino al que el Leviatán democristo sacrificó para seguir viviendo en su inmortal presencia submarina. Sciascia no se olvida de recordar la naturaleza del sujeto: Moro era un profesor, que probablemente nunca en su vida habría pensado que se encontraría en una situación tan dramática que requería tanto heroísmo. Tal como ha escrito Balzoni, amigo del estadista: «Me preguntaba cómo se comportaría el profesor […] tampoco se puede decir que estuviera llamado a realizar actos extraordinarios de heroísmo»[13]BALZONI, Giorgio. 2016. Aldo Moro. Il Professore. Roma: Lastaria, p. 28. De ahí que naciera en él una solidaridad hacia el político como preso y renegado de sus compañeros de partido, los mismos que en su mayor momento de necesidad deberían haberse puesto en pie y declarado públicamente amigos, salvándolo de su terrible destino. Empero, no cometamos un error de interpretación que se ha hecho habitual común con los años. La identificación entre Sciascia y Moro por su afinidad dependiente de su condición de sureños, intelectuales y por ello desencantados, con poca fe en la acción humana frente a la inmanencia de la realidad, no debería enturbiar, en el caso de Moro, su fe absoluta en el reformismo de su acción política. Y, sin embargo, tampoco negarle a Sciascia su fe incuestionable en la acción literaria y su capacidad de influir en la vida y el poder.
«Con su lenguaje completamente nuevo […] tuvo que intentar decir cosas con el mismo lenguaje que no decía nada, tuvo que hacerse entender con los mismos medios que adoptara y probara para que no lo entendieran. Debía comunicarse con el lenguaje de la incomunicabilidad. Por necesidad, es decir, por censura y autocensura; por ser un prisionero, un espía en territorio enemigo vigilado por el enemigo» (p. 18): este es uno de los mayores misterios del caso. ¿Alguien había escrito las cartas de Moro por él, imitando a la fuerza su letra? Para apoyar su tesis de autenticidad, Sciascia utilizó herramientas hermenéuticas capaces de destacar, entre otras cosas, la dimensión temporal. De hecho, subrayó repetidamente, incluso en entrevistas y discursos posteriores a la publicación del libro, cómo la escritura, tanto para Moro como para los carceleros, requería tiempo, el tiempo para escribir, pero sobre todo el tiempo necesario para tomarse un tiempo. Así, el velo cayó y Moro se presentó al público despojado de sus ropajes mediáticos. Sciascia subraya los errores de interpretación cometidos por los medios de comunicación y los políticos en relación con las cartas de la Democracia Cristiana. El autor trabaja sobre ellas no tanto desde un punto de vista filológico, sino prestando especial atención a las palabras utilizadas tanto por el prisionero como por los demás hombres de poder.
En particular, se centra en una frase escrita por los brigadistas a los democristianos, también retomada por los periódicos, «ejecutando la sentencia». Ese gerundio, un modo verbal que expresa una dilatabilidad del presente y que permitió a Sciascia y a otros articular un sistema válido de interpretación sobre el mismo, capaz de evitar las soluciones más rápidas, pero de llegar a conclusiones mediante la lógica de la corrección que permite acercar las hipótesis a la realidad, a la verdad: que en algún momento las Brigadas Rojas habían empezado a procrastinar. Así surgió una duda en la opinión pública y en el autor sobre el posible nacimiento de una ética carcelaria: una especie de síndrome de Estocolmo inverso. En otras palabras, como si se hubiera creado una grieta entre los brigadistas por la posibilidad de matar al Professore.
Aquí hay otro de los grandes temas de Sciascia, la piedad, presente en muchas de sus obras (sobre todo El Archivo de Egipto[14]SCIASCIA, Leonardo. 1980. El Archivo de Egipto. Barcelona: Bruguera) y que pervive literariamente en la recuperación del tema de Manzoni de la Historia de la Columna infame: la piedad como arrepentimiento moral, como desenmascaramiento de la impostura y la conspiración. Pero la piedad también como participación en el dolor, la compasión, la misma que quizás sus carceleros tenían más hacia el preso Moro que sus compañeros democristianos. En esta estela, Aldo Moro, en una carta dirigida a Zaccagnini, se pregunta cómo es posible que todo el partido lo quisiera muerto, como si esto pudiera ser la solución a todos los problemas del Estado. La condición del preso político condenado a muerte. Literariamente, este pasaje recuerda no sólo a la narración que hace Manzoni de los infaustos sucesos de Mora y Piazza, acusados de ser apestados[15]MANZONI, Alessandro. 1980. Storia della Colonna Infame. Milano: Sellerio, sino también a Di Blasi, uno de los dos protagonistas de El Archivo de Egipto, también encarcelado y condenado a muerte y, como Moro, un hombre que intentó cambiar el statu quo, barajando las cartas, reformulándolas. Ambos, a su manera y en su época, fueron subversivos: uno revolucionario y el otro reformista. Ambos para Sciascia dos hombres a salvaguardar, a preservar en la memoria.
Cuarenta y dos años después de la publicación del libro, el caso de la Via Fani sigue siendo objeto de debate. Y todavía hoy, post mortem, este texto de Sciascia, inmortal pero también en souffrance, en espera y sufrimiento, plantea preguntas y estimula nuevas respuestas, literarias y de otros muchos tipos. Y así, la literatura se muestra una vez más indispensable para contar la historia y los grandes seres humanos que la conforman.
Título: El Caso Moro |
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Referencias
↑1 | SCIASCIA, Leonardo. 2018. Il metodo di Maigret. E altri scritti sul giallo. Milano: Adelphi, p. 75 |
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↑2 | SCIASCIA, Leonardo. 2012. El Caso Moro. Barcelona: Tusquets |
↑3 | SCIASCIA, Leonardo. 2011. Todo modo. Milano: Adelphi, p. 94 |
↑4 | MORO, Aldo. 2008. Lettere dalla prigionia. Ed. Miguel Gotor. Torino, Einaudi, p. 14 |
↑5 | Ibíd., p. 143 |
↑6 | SCIASCIA, Leonardo. 1984. Negro sobre negro. Barcelona: Bruguera, p. 244 |
↑7 | SCIASCIA, Leonardo. 2007. Il Contesto. Milano: Adelphi, p. 98 |
↑8 | LAJOLO, Davide, SCIASCIA, Leonardo. 1981. Conversazione in una stanza chiusa. Milano: Sperling & Kupfer, p. 33 |
↑9 | BORGES, Jorge Luis. 2012. «Pierre Menard, autor del Quijote», en Cuentos Completos. Barcelona: Debolsillo, p. 115 |
↑10 | CASTAGNINO, Angelo. 2014. The Intellectual as a Detective: from Leonardo Sciascia to Roberto Saviano. New York: Peter Lang, pp. 61-62 |
↑11 | SCIASCIA, Il método…, Op. Cit., p. 61 |
↑12 | CANNON, JoAnn. 2006. The novel as investigation: Leonardo Sciascia, Dacia Maraini, and Antonio Tabucchi. Toronto: University of Toronto Press, p. 31 |
↑13 | BALZONI, Giorgio. 2016. Aldo Moro. Il Professore. Roma: Lastaria, p. 28 |
↑14 | SCIASCIA, Leonardo. 1980. El Archivo de Egipto. Barcelona: Bruguera |
↑15 | MANZONI, Alessandro. 1980. Storia della Colonna Infame. Milano: Sellerio |