Este viernes recibimos en Amanece con… a uno de los autores de nuestra sección de microrrelatos, Lluís Talavera (Barcelona, 1968). Es licenciado en Informática y profesor universitario. Lector precoz y escritor tardío, tuvo devaneos intermitentes con la escritura hasta que, hace unos cinco años, tras realizar algunos talleres literarios y profundizar en el género, recaló en el microrrelato.
Amante de la literatura breve en general, del microrrelato le fascina su densidad expresiva, la elocuencia de los silencios y la oportunidad de suscitar una experiencia intensa en el lector con muy pocas palabras.
Sus textos se han publicado en revistas españolas y latinoamericanas especializadas en el género como Plesiosaurio, Brevilla y Cuentos para el andén. Ha recibido menciones y aparecido en recopilatorios de diversos certámenes literarios como el Concurso de Microrrelatos de la Microbiblioteca, Relatos en Cadena de la SER, el concurso del programa Wonderland de Ràdio 4, el Concurso de Microrrelatos de Casa África, el Certamen de Microrrelatos Javier Tomeo o el Certamen de Relato Corto Esta Noche Te Cuento.
Este año ha publicado su primer libro de microrrelatos, El equilibrista imperfecto, con la editorial sevillana Platero Coolbooks.
El autor ha querido compartir con los lectores de Amanece Metrópolis algunos textos de su nuevo libro:
Como una más
El escaparate está lleno de muñecas de colección. Un sinfín de muñecas de todas las formas, tamaños y épocas que cuido con mimo y colmo de atenciones. Arreglo sus vestiditos de seda, retoco sus peinados y las ubico de forma que, dentro de la multitud, cada una parezca distinta, especial.
Veo aparecer a la niña casi a diario. Siempre sola y vistiendo un abrigo raído. Se le van las horas contemplando las muñecas, con la mirada de quien ha descubierto un coro de ángeles que habitan un paraíso inaccesible para los que no son de su condición. A mí me da cada vez más lástima ver sus ohjos aferrados a l que unos días me parece una esperanza y otros una quimera. Algo me dice que no es con tener una muñeca con lo que sueña, que lo que realmente anhela es ser una de ellas.
no es con tener una muñeca con lo que sueña, que lo que realmente anhela es ser una de ellas.
Falsas esperanzas
De las ruinas solo brotan rencores, asegura su madre mientras contempla el paisaje desolado. La joven no le hace caso, en el fondo sigue siendo aquella niña que perseguía el vuelo de los pájaros como si fuera posible alcanzarlos.
Ayer lo vio en una azotea y está segura de que el muchacho, a su vez, también se fijó en ella. Desea reencontrarse con él y necesita un vestido apropiado. Consigue uno demasiado ligero para el tiempo que hace, pero mejor que los harapos de cada día, ennegrecidos de hurgar por entre los escombros. Se planta en medio de lo que en algún momento fue una plaza donde las parejas se daban la mano por primera vez y divisa en una ventana ese uniforme marrón que tan bien le sienta al joven militar.
No puede distinguir su rostro con claridad, pero imagina cómo sus ojos la observan con interés, cómo la buscan tras la mira telescópica, justo antes de que se le llene la boca del estómago de un dolor punzante, de aquellos que anuncian amores no correspondidos.
Familia adoptiva
Aunque trabajando en un geriátrico habíamos visto de todo, era desolador ver tantas páginas vacías en un diario, tanta vida olvidada por culpa de una enfermedad. Se nos ocurrió la idea de animarla a escribir explicándole historias de su pasado, en realidad inventadas, en las que cada uno de nosotros representaba un papel. Fuimos amigos, primos, hermanos y compañeros de trabajo, incluso alguno hizo de antiguo novio. Hoy hay salido de su habitación gritando que había recuperado la memoria y que volvía a casa, impaciente por ver de nuevo a sus seres queridos. El reencuentro ha sido muy emotivo. Solo verla llegar a la residencia, nos hemos fundido todos en un abrazo.
Precariedad
El llanto brotó a destiempo y de forma incontrolada, lo que levantó entre las demás plañideras un murmullo de reproche. Siempre que algo le traía el recuerdo de su Marcelino lloraba a mares, pero la clientela era exigente y le hacía falta el dinero, así que ahogó las lágrimas y se esforzó en componer el semblante. Al cabo de unos minutos, la comitiva salió de la parroquia arropada por el toque a muerto de las campanas. Cuatro familiares portaban el féretro a hombros. Sobre la caja había una corona de flores y el retrato del fallecido, una foto de Marcelino ante la cual la mujer reprimió sus sentimientos mientras, ahora sí, soltaba el lagrimeo remilgado por el que le pagaban. Ya lloraría a moco tendido cuando llegase a casa.