Confiando plenamente, dejó de cerrar con dos vueltas de llave al ausentarse. Desde que había oído hablar de ellos, no se los quitaba de la cabeza. A veces salía sin necesidad y aguardaba en la esquina durante horas, convencida de que llegado el momento podría persuadirlos con facilidad. Había pensado ofrecerles ser la abuela, una madre viuda, la suegra, una tía del pueblo: lo que quisieran, con tal de que aceptaran. Estaba decidida a conseguir que una familia entera entrara a ocupar el vacío de su casa y acabar así, de una vez, con la despoblación de su pecho.
