Recordamos a trozos. Y esos trozos tienen texturas, iluminaciones, encuadres, diálogos, puestas en escena, que se van modificando con los años. Las texturas de la memoria son orgánicas, cambian con nosotras y, mientras las recordamos, transforman también nuestra forma de percibir el mundo y el propio pasado que las alberga. Nos cambian y cambian nuestra historia, que siempre está en permanente reescritura.
Por eso, por lo mucho de nosotras que permanece en esas texturas del pasado, es inevitable que, de un momento a otro, éstas aparezcan adheridas a nuestras percepciones presentes. Nuestra mirada es ineludiblemente deudora de ellas, así, al interrogarlas obsesivamente mediante el recuerdo, también estamos cuestionando nuestra presente percepción. Porque el pasado sigue sucediendo en el constante ahora donde reside la memoria.
Quizás una de las manifestaciones más tangibles en todo duelo sea, precisamente, la continua pulsión de indagar en esas texturas en movimiento, de interrogar la materialidad de las imágenes que recordamos, de buscar en esquinas y superficies a las que antes no habíamos prestado demasiada atención alguna clave que nos permita comprender el dolor de esas personas a las que ya no tenemos acceso, esa clave que ni el amor que nos unía a ellas pudo resolver. Porque a veces el amor no es suficiente para salvar a quien se ama.
Esa devastadora certeza, la de que el amor a veces no es suficiente, es la que hace que Aftersun, el primer largometraje de Charlotte Wells, sea una película tan triste. Tan hermosa y conmovedoramente triste. «Can’t we give ourselves one more chance? /Why can’t we give love that one more chance?» La letra de Under pressure, la canción de Queen y de Bowie, cobra un significado que irradia tristeza en una de las secuencias más potentes, más efectivas en desarmar al espectador, que he visto últimamente en el cine.
Wells nos sumerge en las texturas del recuerdo y para ello se sirve de un verdadero juego de encuadres, sombras y reflejos, gracias a la habitación de un hotel -a sus espejos y ventanas- que funciona como un mecanismo generador de imágenes novedosas. Mucho de lo que vemos durante toda la película es la filmación casera que los protagonistas, Sophie y su padre Paul, realizan durante sus vacaciones en un resort en Turquía. Sabemos que su relación está condicionada por la distancia, ya que ni siquiera viven en el mismo país, con lo cual hay algo de incomodidad, algo de impostado, en esa intimidad que comparten durante el viaje. Sabemos también que nuestra mirada se corresponde con la de una Sophie adulta, que vuelve sobre la materialidad de esas imágenes, que interrogan también su presente, probablemente intentando entender por qué el amor no fue suficiente. Hay incluso algunos momentos en los que vemos la imagen de las vacaciones proyectada en la televisión del salón, atravesada por la silueta de la Sophie espectadora que se refleja sobre la pantalla.
En un momento de la película, los protagonistas están en una tienda de alfombras y Paul le dice a su hija que le han dicho que cada una contiene una historia, contada a través de sus patrones únicos, que por eso todas son diferentes entre sí. El padre en cierta forma se obsesiona con una de las alfombras que, de esta forma, se convierte en otra de esas texturas que entremezclan las temporalidades. Y se me ocurre que quizás Aftersun sea precisamente como una alfombra única que cuenta la historia de un padre y de su hija, solo que sus patrones, agitados por el dolor del recuerdo, aún permanecen en pleno movimiento, reorganizando la memoria y los afectos. Y justamente lo que genera este movimiento es la indagación en las texturas de las imágenes, y la constante experimentación con ellas que realiza magistralmente Wells a lo largo del film.
A pesar de la tristeza, lo que parece decirnos Aftersun es que quizás en determinada esquina, bajo cierta luz y con cierto encuadre, podamos encontrar en las imágenes de nuestra memoria otra forma de organizar los patrones de nuestra historia, algún hallazgo que consiga finalmente redimir al amor que no pudo.